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Nuestra madre de los senos llorosos (segunda parte y final)

Yemaya, de Maria Giulia Alemanno(En colaboración con Rubén Zardoya)

En las descripciones que hacen de Yemayá nuestros informantes -y en las que pueden encontrarse en la literatura-, la representación dual que la anuncia como virgen católica y como madraza yoruba, se multiplica, prolifera en matices y apariencias e irradia una diversidad tal de imágenes concéntricas que parecen retar la más enfebrecida fantasía y la invención más temeraria.

Virgen negra con un vestido luminoso, así se eleva, por ejemplo, desde la carretera nocturna frente a la defensa delantera de un automóvil, radiante, paralizante (Justo), o camina por la calzada de Jesús del Monte y se presenta a su hija: "Yo soy tu mamá". (Enma) También es Yemayá la mulata bonita, elegante, majestuosa, de cabellos lacios, que aparece en ocasión de un accidente o una afección cerebral de alguno de sus protegidos o de "un problema con la justicia", o en la playa, de noche, "emanando luz propia desde ojos más claros que de costumbre". (Justo) Y es Yemayá la mujer negra, obesa, de pecho copioso y pelona, vestida de azul y blanco, que se ve girar en sueños alrededor de siete palanganas colocadas en el piso (Bárbara). Y es una mulata "oscura" a la que falta un seno. Y una sirena de rostro negro y cabellera encrespada cuyos contornos se diluyen en las aguas. (Ana María) Y es un pato de porcelana o yeso en cuyo interior se albergan secretos.

En los relatos míticos, Yemayá es, a un tiempo -y sin transición discursiva alguna- reina y madre universal, y una simple aldeana que recorre el pueblo de puerta en puerta, recoge leña en el monte, es arrojada de la casa por su marido, es amarrada y arrastrada. Es origen de todo lo creado y es ella misma un ser creado. Yemayá es Olokun, hija de Olokun, mujer de Olokun y es una deidad diferente de Olokun; es madre carnal de Changó y es su madre adoptiva. Es agua y se convierte en agua. Es agua y mujer; mujer y sirena; mar y río. Vive en manantiales y pocitas de agua límpida, y en letrinas y cloacas. Alimenta a todos y, a la par, se ve obligada a cultivar su huerto y vender en el mercado para poder alimentarse. Es mujer por antonomasia y es marimacho que pelea como un soldado, gusta de chapear, cazar y manejar el machete. Su vientre es el de una mujer, simple finitud humana, y es el vientre del mar, infinitud suprahumana; de él nacen los dioses, poderosos, hechos y derechos, las estrellas y la luna, y nacen criaturas que habrán de ser amamantadas como todo hijo de buena vecina. Es pura bondad, salvadora de débiles y premiadora de buenos, y es una visión pavorosa que, "lívida sobre las olas", amenaza de muerte a la humanidad toda, o justiciera inclemente que "castiga por los intestinos"; a todos da vida y frescura y a todos mata en un arrebato de cólera. Es recta y fingidora, dulce y feroz; condena el robo y ayuda a robar. Es humilde y altanera. Es hábil bailadora y es coja. Es una gran hechicera y no hace maleficios. Posee el secreto de la muerte y muere de verdad. Y es todo esto, repetimos, y la mismísima Virgen, esa que, según la ortodoxia católica, es una sola en todas sus advocaciones, la madre del inefable Jesús.

Justo en este punto consideramos conveniente presentar al lector una hipótesis de carácter general: Yemayá es un complejo simbólico contradictorio y en permanente metamorfosis, organizado en torno a la idea de la Maternidad Marina e integrado por un conjunto ilimitado de mitos, objetos, cualidades, ritos y -de forma preeminente- hijos humanos, momentos todos que constituyen expresiones orgánicas de su sentido cultural inmanente. En el plano lógico más general, las figuras de la contradicción y la metamorfosis son los instrumentos imprescindibles que permiten aprehender su realidad multiforme.

Esta idea de la Madre Mar se expresa de forma primaria en un Rezo a Yemayá que el religioso Pedro Arango consigna en yoruba y traduce al español: "Santa mujer negra, con sus siete rayas en su cara, reina adivina reciba el saludo, madre dueña de todos los mares, madre hijo de pescado, allá lejos tiene su asiento o trono o bajo el mar donde Ud. tiene su riqueza, para su hijo obediente, gracias madre mía." Un sentido análogo se percibe en el siguiente rezo a Yemayá Awoyó - "la Mayor de las Yemayá, la de los más ricos vestidos, la que se ciñe siete faldas para guerrear y defender a sus hijos"- que recoge Lydia Cabrera en su trabajo de campo: "Yemayá Awoyó que estás lejos en la mar, tú que comes carnero, Madre de cabello de plata que pare a la laguna, Madre nuestra protectora, mujer perfecta, única, que extiendes el mar, Madre que piensa, sálvanos de la muerte, ampáranos."

Pero quizás la imagen que expresa del modo más íntegro y condensado a un tiempo la naturaleza mítica de Yemayá es aquella de los cantos en lengua yoruba, cuyo sentido se conserva vivo en nuestro país: "Nuestra Madre de los senos llorosos". Madre y agua, Yemayá es -insistamos- su vientre y sus senos.

La referencia al vientre y los senos de la deidad es constante en patakíes, cantos, rezos y caracterizaciones orales y escritas. Muchos relatos dan cuenta de sus pródigos descansos: "Tendida cuan larga era", el dolor de su vientre anuncia el nacimiento de todos los orichas; o bien, como veremos en breve, al huir de su incestuoso hijo Orungán, cae de espaldas y, exhausta, de su cuerpo brotan los orichas poderosos. La fiesta de la creación parece concluir en duelo cuando Yemayá "recibe un punzonzazo en el vientre y queda estéril" (Justo) e, incluso, en las numerosas ocasiones en que se la hace aparecer en atuendo masculino, blandiendo un machete y ocultando su vientre tras un cinturón del que penden herramientas.

Algo muy semejante ocurre con sus senos. La visión clásica es la de los pechos africanos, descomunales, capaces de amamantar el universo. Parecería que Yemayá deja de ser ella cuando sus senos se estilizan según patrones occidentales, se recogen de su vientre y adquieren la forma de la pequeña redondez. Cierto temor inconsciente se perfila en la imagen de una mancha que avanza desde un seno y se deja ver por debajo del vestido (Justo). El temor es ya desgarradura cuando a Yemayá le falta un seno, cuando ha sido cortada una de las fuentes de la vida. Los senos de Yemayá son toda ella.

En un patakí, basta que la deidad ofrezca el pecho a Changó para que éste reconozca a la Madre y ceje en su empeño pecaminoso de hacerla su mujer. En cambio, el mérito maternal se trueca en defecto para la hembra Yemayá: en otro patakí, abandona a su marido y, en colérico gesto, se transforma en río, desaparece o regresa al Océano, luego que aquel acariciara su seno o hiciera comentarios sobre su pecho voluminoso, o mutilado, según otra versión. El océano -el mar, o el río que desemboca en él- es el lugar obligado del eterno retorno de "la entidad mitológica de la feminidad fecunda", como la llamara Fernando Ortiz.