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Una pelota fantasma cambió un juego y, tal vez, un Campeonato

El choque inaugural entre Villa Clara e Industriales se decidió por la polémica regla Schiller (conocida igualmente como regla IBAF). Foto: AIN

El choque inaugural entre Villa Clara e Industriales se decidió por la polémica regla Schiller (conocida igualmente como regla IBAF). Foto: AIN

Benigno Iglesias Tovar
CubaNow

El cuerpo de guardia del hospital Calixto García, el más antiguo de La Habana, parecía invadido por una quietud similar a la de las escenas que presagian las de una acción trepidante en las películas de Sam Peckimpah. El personal de guardia: médicos, enfermeros, camilleros; comentaba que el tránsito por la calle de acceso al hospital casi no se notaba. A un kilómetro y medio de allí, el ambiente parecía un locorio sin control. En el estadio Latinoamericano se enfrentaban los equipos de Villa Clara e Industriales cuando apenas quedaban unos juegos para decidir el Campeonato del año 2010.

Si el aire soplara del sur, el estruendo sería perceptible en el hospital. Y no era para menos. El juego llegaba empatado a sus innings finales y el equipo visitante, Villa Clara, amenazaba con adelantarse en el marcador.

El primer bate visitante, uno de los más explosivos peloteros, amenazaba en tercera base con aprovechar cualquier parpadeo de la defensiva rival para dispararse endemoniadamente hacia home. El manager rival lo sabía. Pidió tiempo y se dirigió al box para aconsejar a su batería. El árbitro de home, impaciente, conminó al manager a acabar la conferencia. Todos volvieron a su posición.

El bateador de turno miró una y otra vez al coach de tercera. Volver al cajón de bateo significaba que tenía bien clara la seña. Un zqueese play estaba en el ambiente. Pero no, al primer lanzamiento hizo swing de home run. Pero nada, la conexión fue un inofensivo elevado de foul cercano a los palcos entre home y tercera base.

Como sabuesos, el receptor y el antesalista persiguieron la pelota que amenazaba caer en un palco. Muy cerca del muro, ambos parecían llegarle y la pidieron desesperadamente. Era inminente que uno de los dos la fildearía con limpieza. Sin embargo, al no ponerse de acuerdo, el encontronazo entre ambos devino un espectáculo violento. El receptor, golpeado en la sien derecha, perdió el conocimiento. El antesalista, aturdido, cayó de rodillas. La pelota debió haber quedado en el guante o en la mascota de alguno de ellos, pues al suelo nunca cayó.

Siempre atento a cada detalle del juego, el corredor de tercera se preparó para hacer pisa y corre desde que salió el elevado. El encontronazo le allanó el camino. Con un sincronismo perfecto se lanzó hacia home y anotó la carrera de la ventaja. La euforia de los parciales de Villa Clara hicieron rugir al estadio. Mientras, todo el equipo Industriales salió con urgencia para ayudar a los lesionados. «¡Una camilla!, ¡una camilla!», pedía a gritos el masajista. No esperaron, cargaron al receptor en hombros hasta la enfermería. Ninguno de los cuidados del médico de guardia lo hizo reaccionar. La decisión no se hizo esperar, al hospital y muy urgente.

El ulular de la ambulancia fue acallado por la algarabía que siguió a la carrera de Villa Clara y a la protesta de la dirección de Industriales. Pero qué pasaba. La pelota no aparecía. En los guantes de los lesionados no estaba. Al suelo no cayó. Tampoco en el público del palco vecino a la jugada.

El desconcierto de los árbitros parecía descontrolarlos. La protesta industrialista subía de tono. Vinieron las expulsiones. Primero el manager, después un asistente.

A duras penas, policías y directivos de la Liga lograron frenar la protesta. Con un clima aún bastante tenso, los árbitros y el recogedor de pelotas recorrían el área del terreno cercano a la jugada y buscaron infructuosamente. Se acercaron al muro del palco, hurgaron bajo las sillas y tampoco.

La rechifla y el abucheo del público acentuaron el tono bufonesco de la situación. Concluida la búsqueda, decidieron reunirse con la presencia de representantes de la comisión de béisbol.

A un kilómetro y medio, una ambulancia frenó estrepitosamente frente a la entrada del Cuerpo de Guardia del Calixto García. Sin perder un instante, los camilleros trasladaron el cuerpo desvanecido del receptor al salón de urgencias. Los enfermeros intensivistas actuaron de inmediato. Lo primero, zafar el peto, las rodilleras y los spikes que cayeron al suelo junto a un cesto metálico para desperdicios, donde uno de los implementos cayó en su interior.

La pericia y agilidad de los médicos hicieron reaccionar al lesionado. En unos minutos pudo recobrar el conocimiento. Sin embargo, la contusión calificada de grave, requería extremar los cuidados y el receptor fue ingresado para un examen especial.

En el Latino la reunión de los oficiales dictaminó que la desaparición de la pelota obligaba a anular la jugada y por tanto, la carrera villareña. El bateador tuvo que volver al cajón de bateo y consumir su turno al bate como si nada hubiera pasado. En un santiamén se ponchó y el siguiente fue out.

El juego siguió empatado; pero en extra-innings, Industriales ganó. El resultado le allanaba el camino al Campeonato. Unas horas después, a las 11:00 p.m., se produjo el cambio de turno en el Cuerpo de Guardia del hospital.

Mientras barría, trapeaba y vaciaba los cestos de basura, el personal de limpieza discutía acaloradamente sobre el espectacular juego entre Villa Clara e Industriales y la misteriosa desaparición de la pelota. Que si había que «tocar la bola» o «esperar un strike», que por qué no trajeron a un bateador emergente.

Indiferente, el jefe del grupo presenciaba la polémica que subía de tono cuando alguien comentó: «Se enteraron, al quecher lo trajeron al Calixto y está ingresado en la Borges». «Se acabó», exclamó el jefe, «ni una pelota más, a botar la basura que aún queda mucho por hacer».

Frente al incinerador, la brigada en pleno empezó a lanzar las bolsas de basura. El jefe lanzó la última pero con tan poco tino, que vendas, apósitos, frascos de sueros, jeringas y quien sabe cuántas más inmundicias formaron un reguero de padre y muy señor mío. «La cagazón», dijo alguien burlonamente.

Sin titubear, el jefe se inclinó para recoger la basura. No había terminado de acuclillarse cuando algo inesperado rodó hasta sus pies. Blanquita, con costuras rojas perfectas y el sellito de la Serie Nacional claramente visible. Era, sin duda, la pelota perdida. Boquiabierto, uno de los presentes intentó cogerla, pero el jefe abrió los brazos y le impidió acercarse. «De eso nada que está infectada», afirmó. «Qué cuento es ese, esa pelota es histórica», protestó uno de ellos. «Será histórica y todo lo que tú quieras, pero uno de mis hombres no se va a contagiar así como así». Dicho esto, se puso los guantes de goma, cogió la pelota y la lanzó al incinerador.