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En el centenario de José Ardévol, una mirada al músico y al hombre (+ Audio)

ardevol01Finalizando 1930, un año lleno de acontecimientos que, con justicia, pueden situarlo entre los más significativos de la primera mitad del siglo XX cubano, arribó a Cuba José Ardévol,  músico catalán que, con tan sólo 19 años de edad, traía como equipaje profesional y espiritual una altísima calificación técnica, unas ganas inmensas de desplegar sus dotes naturales enriquecidas gracias a la esmerada formación que recibiera desde la cuna mientras que, como fuente de energía, albergaba el deseo de despejar ese montón de incógnitas que la sola mención del nombre de la Isla ponía a dar vueltas, asomaba y escondía en su mente luego de haber conocido, el año anterior, a dos músicos cubanos presentes entre los laureados en la Exposición Internacional de Barcelona,.

Se trataba de dos músicos pertenecientes a generaciones y estéticas bien diferenciadas entre sí, cuyas obras respectivas, merecedoras del premio que justificaba su participación en el evento en cuestión, nada tenían que envidiarse en cuanto a solidez y altura artística. Ellos eran Eduardo Sánchez de Fuentes --con su poema sinfónico Anacaona-- y Alejandro García Caturla, con sus Tres danzas cubanas. Al contacto con ambos, el joven pianista y compositor catalán se siente tocado por la inmensa fuerza de lo cubano; indaga, intuye, conoce que en la pequeña Isla otros maestros españoles como Pedro Sanjuán (ya al frente de la Orquesta Filarmónica) y los esposos María Muñoz y Antonio Quevedo, junto al también muy joven violinista y compositor Amadeo Roldán -hijo de español y cubana-han encontrado el ambiente sano desde donde acometer una forma de vida musical donde las esencias nacionales ya se estaban alzando en arquitectura ejemplar, perfectamente identificadas con los más audaces signos de  contemporaneidad.

A la vista, se ofrecía un escenario sano, posiblemente libre de prejuicios y más abierto que aquellos del continente europeo; un escenario desde el cual podría, sin duda, hacer sonar y proyectar sus ideas novedosas. Equipado con todas las excelencias de un virtuoso del piano, con la más alta calificación a que puede aspirar un teórico en materia musical; recién egresado de un curso de dirección orquestal en un alto centro de estudios francés, aceptó la oportunidad de desarrollar un amplio programa para ofrecer conciertos y conferencias en el seno de las instituciones y espacios con que contaba una ciudad como La Habana, que supo flecharlo desde el primer momento y colmarlo de razones para atar su destino y enclavar su vida y obra en este suelo así como comprometerse con nuestra historia desde la condición de ciudadano cubano asumida muy pronto, de tal forma que el paisaje musical de Cuba en los cincuenta años del siglo XX  transcurridos desde su arribo a este suelo hasta el final de sus días, fijado en 1981, no puede delinearse ni mostrarse en su justo colorido o en su fluidez certera, pasando por alto a José Ardévol (Barcelona, 13 de marzo de 1911-La Habana, 9 de enero de 1981)

En 1960, por razones profesionales, la vida me ofreció la privilegiada oportunidad, de tratar, muy de cerca, a este hombre cuya identidad e historia -increíblemente-- había desconocido hasta ese momento. No obstante mi juventud, gozando ya de un cierto reconocimiento por los boleros que había creado por pura inspiración; en la total ignorancia de cualquier cosa relativa a la escritura musical o a las nociones teóricas de este arte, desde el primer encuentro decidí alinearme con aquel hombre cuyo porte irradiaba inteligencia, sabiduría, elevación de espíritu entre otros atributos y razones que  colocaban sobre sus hombros la responsabilidad de fundar mucho, muchísimo de lo que en materia de conocimiento y desarrollo estable de las instituciones que harían florecer con todo el esplendor posible, los aspectos de la enseñanza de este arte así como desencadenar los mil y un capítulos de nuestra historia musical misma devenidos en los años siguientes -sin excluir los naturales altibajos que pudieran enumerarse-hasta este momento en que siento la urgencia de transmitir, en un lenguaje cercano al de la letra de una canción sentida, las consideraciones que se desprenden de esta mirada a la vida y obra del Maestro José Ardévol.. (Continuará)

BIBLIOGRAFÍA: Radamés Giro: Diccionario Enciclopédico de la Música en Cuba, tomo I pág. 67; Editorial Letras Cubanas, 2007)

El Cerro, 20 de marzo de 2011

Elvira Santiago (piano) e Irina Vázquez (violín) interpretan Melodía para violín y piano (1929) de José Ardévol  (cortesía del Sello Colibrí)