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Enrique Molina: "La vida nos vuelve a levantar"

Enrique Molina en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Enrique Molina en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Amaury. Muy buenas noches. Estamos en Con 2 que se quieran, aquí, en el corazón de Centro Habana, en Prado y Trocadero, en los legendarios Estudios de Sonido del ICAIC, en el barrio de Lezama.

Hoy nos acompaña, es un nuevo privilegio para mí, uno de los actores más coherentes, de los actores más brillantes, de los actores más populares. Sencillamente, usando un calificativo que casi nunca uso en la vida, está aquí con nosotros el maravilloso Enrique Molina. Mi socio. Mi amigo querido de los años. ¿Qué te parecen, Enriquito, los programas de entrevistas? ¿Tú crees que tienen alguna utilidad? Ahora hay muchos, no quiero que me hables de este, sería vanidad y petulancia, sino de los programas de entrevistas.

Enrique. Mira, depende, porque yo no sé si será que respondo siempre lo mismo, no tengo otra cosa que contar. O si será que, desgraciadamente, la mayoría de los periodistas que me han hecho entrevistas, todos preguntan lo mismo. Y entonces, cuando me invitaste a venir, yo dije: voy a repetir nuevamente lo que he hablado en otras oportunidades; y uno un poco que ya, no es por mí, sino porque uno tiene el temor de atiborrar a los televidentes de las mismas cosas siempre.

Amaury. Hay muchas preguntas que te voy a hacer que seguramente ya tú has contestado en otras entrevistas, pero hay una generación de gente que cuando te las hicieron en televisión no estaban aquí, o...

Enrique. ...O tenían diez años y no les interesaba para nada...

Amaury. ...O no les interesaba para nada y ahora, sin embargo, sí. Además, tú sigues haciendo papeles, porque tú no eres un actor que está viviendo del pasado. Ahora, tú naciste en Bauta, vamos a irnos a las cosas esenciales. Bauta, ¿cómo era tú vida en Bauta? ¿Era una vida bonita, o era una vida triste o era una vida pobre, o era una vida alegre? Cómo tú la calificarías.

Enrique. Era una vida bien dura, bien dura. Porque bueno, yo nací en el año 43, te podrás imaginar... los primeros 15 años de mi vida los pasé en Bauta. Con una familia maravillosa, porque mi árbol genealógico se alimenta de las dos razas que tenemos en Cuba: los blancos y los negros. Mi madre y todos sus hermanos, sus padres eran blancos de ojos azules, de ojos verdes. Y la familia de mi padre, mi abuelo, que es el dueño del apellido, Juan Molina, era un poquito más clarito que el traje ese que tienes puesto.

Amaury. (risas) Un poquito nada más.

Enrique. Un poquito más clarito. Yo recuerdo en mi niñez..., mi madre se enfermó de los pulmones cuando yo tenía dos años y entonces los médicos me separaron de mi mamá para que yo no me contagiara. Y a los cuatro años, dos años después de esa separación de mi madre, ella falleció y mi abuela siguió conmigo con un poco de lástima. Yo creo que ella abocó en mí un exceso de cariño. Porque mi padre, a partir del momento en que mi madre se enfermó de los pulmones, se separaron, mi padre fue a hacer otra vida en Camagüey, se casó por allá, qué sé yo. Y mi abuelita me mantuvo ahí, con todo el esfuerzo, con todo el sacrificio que se podía, hasta que ya ella decidió irse a vivir, cuando triunfa la Revolución, en el año 60, ella decide irse a vivir a casa de una hija que tenía en Santiago de Cuba, para descansar un poco de la lucha de la vida que había llevado y me llevó a mí para allá, porque todavía yo era menor de edad y ella sentía todavía gran responsabilidad sobre mí.

Yo tuve una niñez bien dura, porque a los 10 años tuve que dejar la escuela, en cuarto grado; una escuela pública que había en la Calzada de Bauta y dedicarme a hacer un montón de cosas durante el día. Repartir mi horario desde vender aguacates a las 8 de la mañana, con una cesta enorme en la cabeza, que me hundía la cabeza, a las 10 de la mañana dejar los aguacates, los que quedaban, y recoger la bolita, la charada, un listado de la gente que jugaba a la bolita y me buscaba un medio o diez quilos con eso. Por la tarde limpiaba zapatos en el parque de Bauta. Por la noche vendía maní en lo que era el cine Suárez, que ya no existe. Y bueno, y así fue pasando...

Amaury. ...Fue pasando tu niñez...

Enrique. ...Mi niñez en la lucha esa. Mis primas por otro lado limpiando pisos. Después tuve un tiempo fregando máquinas en un garaje que había ahí en la Calzada de Bauta que se llamaba el Garaje de Lambín, porque así se llamaba el dueño, y en fin, así... Realmente no fui un caso excepcional, aquella era una época bien dura, bien difícil. A mí me tocó vivir esa y la recuerdo porque me ayudó a formarme como persona.

Amaury. ¿Y continuó esa época complicada en los años del principio de la Revolución en Santiago de Cuba o ahí ya la cosa tú sentiste que empezaba a suavizarse para ti?

Enrique. Bueno, allí un amigo, Denis Morales, me consiguió un trabajo en una cafetería que estaba por el Parque Dolores, que se llamaba en aquella época...

Amaury. ...Dime más o menos tu edad, para ir llevando...

Enrique. ...Yo tenía como 17 años ya en ese momento. Entonces empecé en aquella cafetería a poner en los estuches, en sus cajas correspondientes las botellas de Coca Cola, las de Orange, las de Materva, qué sé yo. Ese era mi trabajo y sacar todas esas cajas para el portal afuera, que el carrero venía a recoger eso. Y ahí empecé a luchar la vida. Ahí me hice ya trabajador oficial, porque ya me reconocieron como trabajador de la cafetería. Ahí tuve mi primera relación matrimonial.

Amaury. ¿Cómo? Estando en la cafetería trabajando, estando de dependiente ahí.

Enrique. De dependiente ahí. Ahí en esa etapa conocí a una mujer que se llama Marta Mestre, con ella tuve tres hijos. Ahí hice mi primera familia. A Santiago de Cuba yo le agradezco, porque mucha gente me ve por la calle y me dice: yo soy coterráneo tuyo, de Santiago de Cuba como tú. Y yo no puedo estarle aclarando a todo el mundo por la calle que yo no soy santiaguero.

Amaury. Claro, pero tampoco hay que estar aclarando eso. Uno es santiaguero porque uno es cubano también.

Enrique. Claro que sí. Yo me siento muy feliz de haber vivido 10 años en Santiago de Cuba y haber comenzado mi vida, ya como hombre, mi vida social y mi vida profesional.

Amaury. Ahí vamos a llegar, ahí vamos a llegar. ¿Tú empezaste en Santiago en el Movimiento de Aficionados, ¿no?, ¿Qué significó para ti el Movimiento de Aficionados? Porque eso es una cosa que está perdida.

Enrique. Está perdida.

Amaury. Perdida, como marchita, ¿no?

Enrique. Perdida.

Amaury. Y tanta gente valiosa que salió de ahí. Tú mismo...

Enrique. Empecé en un grupo de aficionados que había en el sindicato gastronómico de ahí, de Santiago de Cuba. Como la cafetería esa donde yo trabajaba, en el Café Nubiola, ahí, en el Parque Dolores, estaba al doblar de donde estaba la Sala Teatro Profesional de Santiago, el Conjunto Dramático de Oriente. Que era como se llamaba en aquella época. Ahí estaban Félix Pérez, (Raúl) Pomares, Obelia Blanco, todo el grupo, María Eugenia García.

Amaury. Todos esos santiagueros célebres.

Enrique. Ellos iban a la cafetería a merendar y ahí seguimos enriqueciendo la amistad. Hasta que Félix me dice: ¡Oye, dentro de dos o tres días va a salir una convocatoria para el Grupo de Teatro para nuevos ingresos de actores profesionales! Me presenté, me desaprobaron. Esa vez fui junto con Miguel Sanabria, aprobaron a Sanabria, me desaprobaron a mí. Me fui con el moco caído para la cafetería, porque imagínate, yo ganaba 69 pesos, ya tenía el primer hijo. Entonces el Grupo de Teatro pagaba 150 pesos. Yo dije: no, no, yo tengo que comerme a alguien ahí, pero yo tengo que... ¡150 pesos en aquella época!

Amaury. No, no, ¡muchacho!

Enrique. Y a los dos o tres días Félix me volvió a buscar otra vez. Me dijo: Mira, hablé con el argentino. Él sabía que yo...

Amaury. Ah, ¿porque eso quién lo dirigía?, ¿unos argentinos?

Enrique. Adolfo Gutkin y Jaime Swetinzky.

Amaury. ¿Y qué hacían esos argentinos dirigiendo un Conjunto Dramático en Oriente?

Enrique. ¡Tremendos directores!

Amaury. ¿Eran buenos?

Enrique. Tremendos formadores de actores. Y entonces bueno, Félix me dijo: Mira, hablé con el argentino, vuélvete a presentar para ver qué. Y fui y el argentino, Adolfo Gutkin, estaba sentado dentro de una oficina y se me quedó mirando así, ya me había desaprobado y me dice: Mira, ahora tú sales por esa puerta por ahí y entonces dentro de dos o tres minutos entras y lo único que quiero que tú me digas es: Yo quiero ser actor. Es lo único que yo quiero, pero me lo tienes que decir de distintas maneras hasta que yo te pare. ¡Mira, por tu madre!, yo creo que una de las veces me tiré en el piso llorando, me dio como un ataque: ¡¡¡Yo quiero ser actor!!! Otra vez me encaramé arriba del buró y yo creo que los gritos se oyeron en el Parque Céspedes: Que yo quiero ser actor.

Amaury. Yo quiero ser actor, a veces llorabas. (risas)

Enrique. Aquel argentino se reía así mismo como lo estás haciendo tú.

Amaury. Claro, yo te imagino diciendo: Yo quiero ser actor, de distintas maneras.

Enrique. Este hombre está loco o qué le pasa. Hasta que me dice: Mira, tú vas a ser actor. Ya, llegué a la cafetería y digo: ¡Pedro Carrió, yo soy actor! ¿Cómo? Yo quiero. Yo soy actor, ya, de ahí del Conjunto Dramático de Oriente, yo soy de allá. Me voy de la cafetería y no trabajo más. Y de ahí para adelante, bueno, la primera noche, imagínate tú, una reunión con los argentinos y todos los actores, hablando de Stanislavky, de Grotowski, de Brecht toda esa gente. ¡De qué hablan!, me dieron ganas de bajar la escalera corriendo. ¿Dónde me he metido yo? y de ahí, Amaury, mira, a golpe de...

Amaury. A golpe de talento, mi socio.

Enrique. A golpe de luchar y de batallar.

Amaury. De talento que como tú hay muy poquitos que tienen ese talento. ¿Y en Santiago hiciste radio?

Enrique. Sí, hice radio en la CMKC, pero soy muy malo en la radio.

Amaury. ¿Sí?

Enrique. Oh, horrible.

Amaury. Tú no puedes ser malo en nada, Enrique.

Enrique. No, no, malísimo soy, porque mira, para mí el medio más difícil que hay en la actuación es la radio. Yo admiro muchísimo a esos actores que cogen un libreto y a primera vista empiezan ya a interpretar, a actuar con eso que está escrito ahí. Yo..., eso es muy difícil, yo no estoy preparado para eso. Yo estoy preparado para aprenderme en mi tiempo, el que yo le doy, memorizar, estudiar la situación del personaje que voy a interpretar.

Amaury. Las líneas.

Enrique. Qué sé yo, ya cuando yo tengo el dominio, más o menos, de ese texto que está ahí, vamos para allá.

Amaury. ¿Tú te aprendes también el texto del otro actor que se relaciona contigo o solamente el pie que te da?

Enrique. No, no, tú tienes que estudiártelo todo, por lo menos yo me lo estudio.

Amaury. Porque hay gente que nada más se estudia el pie del que viene.

Enrique. No, no, no, eso..., esos son los actores que tú ves que están como pescado en nevera. Que el otro está hablando y él está pensando nada más que el otro diga: papa, cuando diga papa, hablo yo, están muertos ahí. No, no, no, yo no puedo hacer eso. Yo tengo que incluso estudiar la  psicología del personaje con el que estoy dialogando yo, no solamente el mío. Porque ¿cómo tú puedes establecer una relación?...

Amaury. Y una cosa, Molina, en esa relación, ¿Quién marca el tono en un diálogo?..., por ejemplo: entre tú y yo, ¿quién va a marcar el tono, el tono en el que hablamos?

Enrique. Tú empezaste en un tono haciendo la entrevista y en el tono tuyo continúo yo. Yo, puede ser que en lo que voy a hablar, puedo subir un poquito más el tono porque estoy bravo, porque no sé qué.

Amaury. No, no te pongas bravo. (risas)

Enrique. No, no, yo no me pongo bravo, pero siempre uno va al tono con el que está...

Amaury. ...Al tono con el que yo te voy llevando.

Enrique. Claro.

Amaury. Y si yo voy levantando el tono o lo subo un poco más porque me parece que hay que ser un poquito más enfático en algo, tú te vas conmigo.

Enrique. En este caso, sí. Aquí, aquí. En la actuación, no, porque a lo mejor tú estás interpretando un personaje que te pegas al pecho del berrinche que tienes.

Amaury. Un histérico loco.

Enrique. Y el mío está muerto de risa, tranquilo.

Amaury. Te lo preguntaba, porque para un músico el asunto de las tonalidades es muy importante. ¿Cuánto vienes para La Habana y por qué vienes para acá? Ya tenías allá una esposa y tenías unos muchachos y todo. ¿Con todo el mundo arrancaste para acá?

Enrique. Ah, bueno. La vida se me fue complicando, esto es algo bien íntimo, pero no sé, aquí uno viene a tu programa como a confesarse.

Amaury. No digas eso, no digas eso.

Enrique. Por lo menos es lo que he sentido. A mí me gustaron muchísimo las cosas tan lindas, tan íntimas, que dijo Frank Fernández.

Amaury. Es que la gente cuenta cosas.

Enrique. Tan humanas.

Amaury. Yo me siento privilegiado por eso.

Enrique. Sí, cosas preciosas de la vida de él personal, qué sé yo. Y entonces, bueno, mira, cuando yo... mientras yo trabajaba en la cafetería, la relación mía matrimonial iba perfecta; pero cuando empecé a ser actor, que ya yo bajaba por Enramada.

Amaury. Calle maravillosa.

Enrique. Además, yo tenía 17, 18 años ¿tú me entiendes? Estaba precioso, yo tuve belleza.

Amaury. Tú eres muy lindo, chico.

Enrique. Entonces, mi hermano, ya eso, ya ahí empezó como que ha resquebrajarse la relación matrimonial, ya había cosas que no se entendían, que por qué yo tenía que pasarme tantas horas en un ensayo. Ya las mujeres me saludaban por la calle y querían retratarse con el actor que trabajaba en una obra de teatro. Esas cosas que ocurren en la vida nuestra. Hasta que llegó un momento en que ya aquello no dio más y yo tuve que decidir romper aquella relación. Vine a La Habana en el año 70. A los pocos días de estar aquí empezó mi nueva relación, con la mujer que todavía sigue siendo mi esposa.

Amaury. Que ya cumplieron 40 años de estar juntos.

Enrique. Anjá, ya cumplí los 40 años de casado, que ha significado mucho para mí, mucho, mucho, mucho. Yo vine de Santiago de Cuba con un maletín en el que traía dos pantalones y tres camisas y 28 pesos en el bolsillo, no tenía nada más que eso. Vine con una carta de Enrique Bonne, que hacía constar que yo era actor.

Amaury. ¿Enrique Bonne, el músico?

Enrique. Enrique Bonne, el músico, que era jefe de programación de Tele Rebelde en Santiago de Cuba. Yo fundé Tele Rebelde. Del teatro pasé a la televisión allá en Santiago y él me dio una carta que decía: Enrique Molina, actor de aquí, qué sé yo. Me dijo, bueno, con eso ve para La Habana a ver qué tú puedes resolver. Vine para aquí y estaba yo parado frente a la cafetería que en ese momento estaba frente a la escalinatica del ICRT, y estoy conversando ahí con Carlos Quinta, para que él me alumbrara de cómo era la cosa aquí en La Habana y me dice: mira, ese que viene bajando por ahí es el director general de la televisión, Abraham Masiques. Agarré mi maletín, crucé la calle y dígole: mire, usted me disculpa, yo traigo una carta aquí de Enrique Bonne, que dice que yo soy actor de Santiago de Cuba y vengo a ver si me pueden dar trabajo aquí. Se me quedó mirando así. Ahí está él, que no me dejará mentir nunca.

Amaury. Él no deja mentir a nadie, así que no te preocupes.

Enrique. Agarró mi maletín, viró para atrás, me dice: sigue detrás de mí, pro, pro, pro, cogió el elevador. Ahí cogió por todo el pasillo, cogió el otro elevador hasta el 9no. piso. Me llevó a ver a uno que se llamaba Carlos Díaz, que era el que repartía el talento cuando venía un director a pedir actores y actrices, y pra, pra, le dijo a Carlos Díaz: A partir de mañana me le das programas ya, en las teleclases que se están haciendo aquí a las 7 de la mañana. Y ahí empecé.

Amaury. Rapidísimo.

Enrique. Me dijo: ¿Tú no tienes dónde vivir? Dígole: bueno, tengo la familia mía en Bauta. Me dijo: mira, esta llave es de una casa de visita que está en muy mal estado en la calle Neptuno, allí hay un cuarto que tiene como cuatro o cinco camas, yo creo que hay una cama vacía, por lo menos para que no duermas en la calle. Toma. Yo me quedé así que no entendía nada... Es de esas cosas de la vida de las cuales yo siempre me he sentido muy feliz, de la suerte, de la luz, de no sé qué.

Amaury. ¿Pero no habías conocido a Elsa todavía en ese momento?

Enrique. Sí, ya la conocía. Y ahí me quedé y a los seis meses me casé con Elsa Ruiz y ya, 40 años y dos hijos maravillosos que tengo con ella.

Amaury. Tienes hijos...

Enrique. ...Mis hijos de Santiago.

Amaury. Tienes hijos, pero tienes nietos, y tienes bisnietos.

Enrique. Tengo tres bisnietas.

Amaury. Es que esto no se puede creer, bueno, claro, es que empezaste muy temprano.

Enrique. Muy tempranito y mis hijos también empezaron temprano.

Amaury. No, hombre... con esa escuela del padre, que a los 17 años ya tenía dos hijos.

Enrique. La bisnieta mayor va a cumplir 11 años.

Amaury. No puede ser.

Enrique. En Santiago de Cuba, bisnieta.

Amaury. Es que contigo cualquier cosa puede ser. Bueno,  debes haber hecho algo antes, pero cuando yo me fijé por primera vez en ti, fue en Los Comandos del silencio, de Eduardo Moya. ¿Habías hecho algo antes en TV importante?

Enrique. Bueno, había hecho las Teleclases que te hablé. Moya dirigía algunas.

Amaury. Algunas de las escenas de las teleclases.

Enrique. De esas escenas y él, bueno, fue mirando a los actores y cuando fue a hacer Los Comandos del Silencio, me llamó. Esa fue mi primera gran posibilidad.

Amaury. ¿Estaban quiénes? Miguel Navarro estaba.

Enrique. Estamos hablando de hace 40 años atrás.

Amaury. Sí, sí, esa fue una serie que rompió todos los esquemas.

Enrique. Salvador Word estaba en su apogeo como actor, Miguel Navarro, Reinaldo Miravalles.

Amaury. Sí, sí, es que aquello no tenía nombre.

Enrique. El piquete de gente era... yo hice todo lo posible, no escatimé un minuto para absorberles todos sus conocimientos. Verlos nada más, cómo hacían ellos las cosas.

Amaury. ¿Y en vivo era, no?

Enrique. En vivo, esa aventura la hicimos en vivo.

Amaury. Cuentan que se hacían cosas en los pasillos.

Enrique. En todos lados, en la azotea.

Amaury. En todo el edificio.

Enrique. En el edificio del ICRT, no, no, terrible... tomábamos el ICRT, nos salíamos del estudio para hacer escenas. Aquello fue una aventura realmente histórica... Y tenía, yo recuerdo de aquella época, algo bien bonito. Cuando ya daban el corte, que ya se acababa el programa que íbamos a salir del estudio, al abrir la puerta al pasillo, el presidente el organismo estaba ahí, en el taller, en el lugar de trabajo con la gente ahí, para felicitarnos por el capítulo, o para hacernos alguna observación de algo que no había salido bien, alguna cosa. Día por día y capítulo tras capítulo.

Amaury. A ver, a ver, yo estoy tratando, porque estoy tan fascinado, me tienes como hipnotizado. A mí nunca me han hipnotizado, tú me tienes hipnotizado.

Tú tienes anécdotas en tu vida artística tremendas, pero yo creo que ninguna es tan importante como el hecho de que tú hayas sido capaz de someterte a una cirugía plástica general para hacer el papel de Martí. Aparte de someterte a una dieta. Yo no conozco a nadie que haya hecho eso en ninguna parte, ni en Hollywood, ni por 10 millones, ni por 15. Pero después, además, esa película no se hace. Cuéntame, porque yo quiero oírlo de tu boca. Ya sé que a lo mejor lo has contado alguna vez en un programa, me dijiste que hace poco, el año pasado, bueno, pero a mí no me lo has contado nunca. Cuéntamelo ahora mismo, yo estoy temblando con eso.

Enrique. No, esa idea surge cuando yo interpreté a Lenin, o sea, yo interpreté a Lenin en dos oportunidades. Primero en el año 67, El Carrillón del Kremlin, que yo lo hice en la televisión y Mario.

Amaury. Mario Balmaseda.

Enrique. Mario hizo un trabajo, excelente el trabajo de Mario, excelente, dicho con toda...

Amaury. Sí, sí, es que Mario es otro de los grandes.

Enrique. Cinco años después, yo hice una miniserie que se llamaba Relatos sobre Lenin. Eran cinco cuentos sobre la vida de Lenin. Se terminaron y quedaron..., de verdad que yo quedé satisfecho con ese trabajo. Lo dirigió Lillian Llerena. Y a raíz de esos cuentos, la televisión, el organismo le plantea a Lillian la posibilidad de hacer eso mismo: cinco o diez relatos sobre la vida y obra de Martí.

Amaury. ¿Era en televisión?

Enrique. Para la televisión.

Amaury. Era para la televisión. Era cine en televisión.

Enrique. Anja. Martí niño; Martí adolescente; Martí todo, hasta que muere Martí. Y un buen día se me aparece Lillian en la casa y me dice: Déjame ver al álbum tuyo de bodas con Elsita. Se lo enseñamos, y empezó: Si tú te vuelves a poner así flaquito, como estabas en esta foto, yo creo que tú me puedes hacer el personaje. Siempre hay que operarte la nariz, porque yo tenía antes una nariz cuadrada, que parecía un porrón de tomar agua, y entonces, hay que operarte la nariz, porque con esa nariz, hay que afinártela para que después con el maquillaje se te haga recto, qué sé yo. Y Lillian y yo nos fuimos a ver al Doctor William Gil -ya falleció el año pasado- y le dimos la idea a William Gil. Y él me dijo: pero es que tú físicamente no tienes nada que ver con Martí. Claro, que iba a tener yo que ver con Martí.

Amaury. No, claro.

Enrique. Y él se pasó como un mes estudiando aquello hasta que me llamó y me dijo: Oye, yo no te puedo operar la nariz ahora así de un viaje. Te la tengo que operar en dos partes. Tengo que virarte los cartílagos, mantenerte ahí como 10 meses con los cartílagos invertidos para que se endurezcan y después volvértelos a poner como eran, qué sé yo. Pero, mira, tengo que operarte los párpados, porque Martí era de ojos abiertos; tengo que separarte las orejas, porque Martí era de orejas separadas; tengo que correrte el nacimiento del pelo hacia atrás, porque Martí, mira como tenía las entradas. Tengo que quitarte todo lo que te va a sobrar cuando tú ya termines de bajar las cuarenta y pico de libras. Y en un mes, ¡en un mes!, bajé 42 libras.

Amaury. Pero es que ese hombre puso en riesgo tu vida.

Enrique. No, pero la verdad que yo tenía una atención médica ahí extraordinaria, extraordinaria.

Amaury. No, eso no lo dudo, pero son muchas libras, porque es más de una libra diaria.

Enrique. Entonces, tenía unas dietas que eran comiquísimas. Era una bandeja, de esas de las bandejas de los hospitales, que tiene muchos departamentos y me traían en el centro, en el medio, donde va el potaje, ahí me traían un ala de pollo hervida sin sal. Ese era mi almuerzo y por la tarde, la otra ala, la derecha, así. Cuando yo veía aquello...

Amaury. Te traían de un pájaro las dos alas. (risas)

Enrique. Entonces ahí estaba ingresado conmigo, al lado, un muchachito que era distrófico y lo que le llevaban de comida a aquel muchacho, era para... imagínate, distrófico. Y entonces el muchacho me decía: ¿Tú no quieres hacer Martí? Porque se corrió en todo el hospital que yo iba a interpretar a Martí. Imagínate tú. Bueno, entonces viene el proceso de las operaciones y fueron en total 7 cirugías, que fueron los siete meses que estuve hospitalizado.

Amaury. Tú no ibas a hacer el papel de Martí, ibas a ser Martí. Te querían convertir en Martí.

Enrique. Y con Lillian Llerena todas las tardes sentada al lado de mi cama, ahí, porque no me dejaban caminar, ahí, leyéndome cosas de Martí. Todas las tardes iba para allá a las dos y hasta las cinco de la tarde. La obra de Martí y los que hablaban sobre Martí, cómo era Martí. Salí del hospital a los siete meses y empecé a trabajar con Lillian en su casa y a buscar en actuación a ese Martí.

Amaury. Que ya físicamente lo tenías.

Enrique. Claro, pero hacía falta el de aquí adentro.

Amaury. Claro.

Enrique. Porque no hacía falta solamente el físico. Era ese hombre que fuera capaz de convencer al Martí que cada uno de nosotros tiene en su cabeza. Cada cubano tiene un Martí aquí en su imaginación y había que hacer un Martí que fuera, que fuera digno. Yo le entregué a aquello el amor, la vida, el corazón.

Amaury. Le entregaste la piel.

Enrique. Porque yo me decía: después que ya yo hice Lenin, hacer Martí ahora, ya, qué más puedo pedir como actor. ¡Qué más puedo pedir! Y un buen día, después de muchísimo tiempo ensayando, nos llaman del ICRT, a Lillian y a mí, por favor, que vengan urgente a la oficina de Manelo.

Amaury. Sí, que entonces era el Presidente del ICRT, Ismael González.

Enrique. El presidente del ICRT. Y vamos para la oficina de Manelo y nos dice. Lillian, por favor, siéntese ahí. Molina, siéntate aquí. Miren, yo no sé lo que yo haría por reconocer el esfuerzo que tú has hecho, pero te tengo que decir, que va a comenzar en estos días, ya, el Período Especial, y ni el organismo, ni el Estado -no era solamente el ICRT, habían otros organismos que iban a colaborar en la construcción de...

Amaury. Sí, claro, una cosa como esa.

Enrique. Era un proyecto gigantesco del ICRT. Nadie puede apoyar esto, ni el Estado, ni nadie, no hay con qué. Me levanté de aquella butaca, mira, no, no. Ahí está Manelo que no me dejará mentir. Yo no dije nada, me paré, así, tranquilamente, viré la espalda y me fui. Las lágrimas me corrían a chorros por toda la calle. Yo, en mi mundo, en mi enajenación le dije a mi mujer cuando llegué a la casa: voy a renunciar, yo no voy a trabajar más. Yo creo que ya he hecho bastante con mi trabajo, y no voy a trabajar más.

Mi mujer me cayó ahí, los amigos me cayeron ahí y un día se me apareció Eduardo Macías en la casa, y me dice: oye, yo sé que tú estás mal de ánimos, pero te vengo a buscar para que me ayudes. Entre tú y yo vamos a convencer a Reinaldo Miravalles para que tú y él se vayan con (Rogelio) Blaín, y conmigo para Camagüey para hacer una aventura que se llama Los Hermanos y quiero convencer a Miravalles porque él nada más que trabaja en los últimos 30 capítulos. Y mira, aquello me empezó otra vez a mover esa cosa que uno no puede negarse a eso ¿verdad? Y me fui con Macías a casa de Miravalles y lo convencimos y se fue el viejo para allá con nosotros.

Amaury. Pero ven acá, Enrique, si tú tuvieras ahora la misma edad que tenías en aquel momento. Hoy, fíjate, hoy. No es que te ubiques en el ayer. No es que te ubiques en el joven que fuiste, sino en el joven que podrías ser hoy y te encontraras a otro delirante martiano, como el Doctor William Gil -que en paz descanse-. ¿Tú te someterías a eso? ¿Someterías a tu mujer, someterías a tus hijos nuevamente a ese proceso, para hacer Martí?...

Enrique. Yo creo que esto que hizo...

Amaury. Fernando Pérez.

Enrique. Fernando Pérez, es una belleza.

Amaury. Es que es una belleza.

Enrique. Para aplaudírselo, ahí están, en la pantalla, el Martí niño y el Martí adolescente. Pero ese Martí adulto, yo creo que es imperdonable que sigan pasando los años y que no se haga. Si yo me viera otra vez, no ahora con las condiciones físicas que tengo, porque ya tengo 66 años, pero si echamos el tiempo atrás y me vuelven a plantear lo mismo, yo lo vuelvo a hacer, pero con una satisfacción tremenda.

Amaury. Enriquito, hablemos de este personaje icónico tuyo, Silvestre Cañizo, de la telenovela Tierra Brava, inspirado en Media Luna, de Dora Alonso, ¿cómo fue ese problema de maquillar a ese hombre? ¿Cómo fue crearlo? Ese personaje no está concebido de esa manera en la novela.

Enrique. No, no, en la novela el personaje prácticamente ni existe.

Amaury. No, era un personajito, yo recuerdo en los libretos que mi mamá, Consuelito, hizo en algún momento de la niña Lala, cuando hicieron Media Luna.

Enrique. Sí. Bueno, una vez me mandó a buscar Dora Alonso, ya cuando la novela estaba casi en su final, y ella, muy contenta, muy satisfecha, muy feliz, me felicitó y me dijo: Mira, ese personaje yo no lo creé. ¿Quién creó ese personaje? Dígole: mire, Dora, esto, el personaje, aunque me sea feo decirlo, y con la anuencia de la directora, de Xiomara Blanco, lo fui creando yo. Lo creé, porque lo primero que hice fue que me fui, como ya yo tenía los capítulos en mi casa, todos, y ya yo sabía que a partir del capítulo 30 al personaje le daban aquella paliza que lo dejaban botado en el monte. Yo me fui a ver a un médico, allí al Hospital Ortopédico, a consultar con él como quedaría una persona que recibe una paliza de esa manera, que se queda abandonado, silvestre, en el monte, ¿Por dónde hay que darle para que se justifique que esa joroba queda para toda la vida? Porque no había un hospital (en la novela) no hay nada. Y entonces él me fue explicando que para lograr... Yo sí le hice al médico, físicamente, lo que yo quería, cómo yo quería quedar. Y me dijo: bueno, mira, hay que partirle la clavícula al personaje con algo, con un palo, con un pedazo de hierro, con algo y entonces así lo hicimos. Después le expliqué a Xiomara por dónde es que se asalta al personaje, que se vea un culatazo que le dan con un fusil, dónde le dan, para justificar esa lesión que se le queda para toda la vida. Después me fui a ver a un técnico de prótesis bucal para que me creara esa cosa que se levantaba aquí por dentro; él me creó una pieza que yo me ponía por allá adentro, y se quedaba la boca virada, horrible.

Amaury. ¿Y lo del ojo?

Enrique. Y entonces, con las maquillistas hice como cinco o seis pruebas de maquillaje para lograr el efecto ese del ojo horrible. Y nada, con un pedacito de tul, hicieron muchísimas pruebas  y ninguna dio resultado, porque me iba al estudio con la cámara, para ver cómo se veía y se veía que era falso. No teníamos con qué hacer eso. Y a mí se me ocurrió decirle a la maquillista: mira, vamos a coger un poco de mastic, que es con lo que se pegan las barbas y los bigotes de los personajes. Bájame aquí el párpado, échame mastic aquí, súbeme esta parte de aquí y échame por aquí arriba. Aguántamelo un rato ahí y después suéltalo a ver qué pasa. Así lo hicimos y la maquillista dio gritos de alegría. Ahhh, lo logramos, lo logramos. Pero eso me costó a mí un estafilococo dorado que me duró dos años, después que se terminó la novela.

Amaury. Sí, claro, porque eso te lo hacían todos los días.

Enrique. Todos los días y todos los días me lo tenían que quitar con alcohol, un chorro de alcohol ahí para que eso se despegara. Eso era diario. Y entonces la esposa de Almirante, Blanca Elena, fue la que, ahí, ahí.

Amaury. La doctora.

Enrique. La doctora, oftalmóloga, me curo el estafilococo ese. Pero pasé una..., terrible

Amaury. De todas maneras todo el mundo..., tú sabes que para siempre te van a recordar por ese personaje.

Enrique. Sí, es un personaje que, una vez Edwin Fernández, padre, me dijo, a raíz de salir al aire En silencio ha tenido que ser, que yo hacía el nicaragüense aquel, Matías.

Amaury. Cómo no.

Enrique. Y una vez me intercepta en el camino y me dice: Oye, yo llevo mucho más años que tú en la carrera esta, ya estoy viejo de actuar, y los actores tenemos personajes por los que nadie nos recuerda, pero tenemos otros personajes que quedan para el resto de la vida, aún después de muertos. Y creo que tenía absoluta razón, porque mira cuántos años hace que Edwin Fernández ya no está con nosotros y todavía cuando vamos a hablar de Edwin Fernández, decimos Trompoloco.

Amaury. Trompoloco, claro, claro.

Enrique. Y con Silvestre Cañizo me ha pasado eso. Hace años ya de la novela y yo ando por toda Cuba, desde la Punta de Maisí al Cabo de San Antonio y todo el mundo me llama Silvestre Cañizo, todo el mundo. Desde el que recoge la basura, hasta el nivel más alto que haya en el país, Silvestre Cañizo, y yo me siento feliz con eso.

Amaury. Enriquito, ¿por qué no hablamos un poquito del cine? Tú has hecho muchos papeles. ¿Con cuál te sientes más identificado? ¿Con cuál te sientes más cómodo, cuando los recuerdas?

Enrique. ¿Pero te estás refiriendo a...?

Amaury. A todo el cine que has hecho a lo largo de tu vida.

Enrique. Mira, el cine para mí ha sido una experiencia maravillosa por el rigor y por el respeto que los directores de cine tienen con sus artistas. Y he tenido la suerte, realmente, de trabajar con directores de cine que son, dicho en el buen sentido de la palabra, damas, dirigiendo a los actores. Como es el caso de Manolito Pérez, como es el caso de Fernando Pérez, Daniel Díaz Torres.

Amaury. En la película del Benny, que trabajaste con Jorge Luis Sánchez.

Enrique. Jorge Luis Sánchez, su primera película. Y uno se queda con eso en el alma. Es el espíritu de dos resultados, que es lo que disfruta uno; el resultado de la película, el resultado final con el público y he tenido la suerte de hacer algunas películas que han tenido un impacto importante en la población. Y lo que te deja, la enseñanza que te deja cada uno de esos directores.

Mira, con Jorge Luis Sánchez, mira que ensayamos con Jorge Luis en la película del Benny. Y Jorge Luis se paraba así, los tres actores, por ejemplo, que estábamos en un diálogo en una mesa, él se sentaba frente, ocupando el cuarto puesto de la mesa, a mirarnos las caras a cada uno, en detalle, de los diálogos que estábamos ensayando, y estaba pendiente hasta de la mirada.

Amaury. Claro, eso también es el cine.

Enrique. Claro, claro, pero en detalle, ahí, todo el detalle, con mucho rigor. Y así se trabaja el cine. Ahí he aprendido mucho. Me he alimentado el alma, como te decía, de esta gente, de ese colectivo buenísimo, buenísimo.

Amaury. Bueno, me estoy acercando al final. Si estuviéramos en una situación de repente de peligro inminente, ante una cosa natural, una cosa provocada por fuerzas internas. ¿Cuál sería el consejo que tú le darías a los cubanos ante cualquier eventualidad que nosotros sintiéramos?

Enrique. Bueno, yo viví en carne propia el ciclón Flora, allá en Santiago de Cuba y yo me quedé con un short que tenía puesto y un par de tenis, más nada. Nos quedamos sin nada y empecé a luchar, y a luchar, y a luchar. Y la vida nos volvió a levantar y la lucha..., la lucha, esa...

Amaury. La lucha interior, la individual.

Enrique. Esa. No lo que se dice por ahí: estoy luchando y son unos bandidos. A esa lucha yo no me refiero. Me refiero a la lucha de la vida, de enfrentar la vida con valor, con firmeza, qué sé yo... y nos volvió a levantar. Y después de eso fue que me hice actor, después del ciclón Flora. Mira tú si la vida, yo no sé si la vida me premió o fue producto de ese esfuerzo. Nosotros vivimos en un país que está constantemente amenazado por dos vías: la natural y la otra.

Amaury. Ahí iba.

Enrique. Eh, y nada. Mira, yo me siento tan feliz de ser cubano, que a mí nada de lo que ocurra en este país me asusta ni me da miedo. Nada, nada. Lo mismo un ciclón como si se vuelve a repetir otra vez Playa Girón. No, nada me asusta, porque sé que de ahí uno va a salir.

Amaury. El otro día una persona que ve el programa, un televidente o una televidente del programa, decía que yo, cuando hablaba de Cuba en los finales de los programas trataba de poner en boca de los invitados cosas que en realidad yo no sentía, ni sentían ustedes. Nadie habla de Cuba con esa pasión con la que tú has hablado si no es porque lo siente. Muchas gracias, Erniquito. Te quiero mucho.

Enrique Molina y Amaury Pérez en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Enrique Molina y Amaury Pérez en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Enrique Molina y Amaury Pérez en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Enrique Molina en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Enrique Molina en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Enrique Molina en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Enrique Molina y Amaury Pérez en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Enrique Molina y Amaury Pérez en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Enrique Molina y Amaury Pérez en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Enrique Molina y Amaury Pérez en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Rafael Solís, Enrique Molina y Amaury Pérez en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Rafael Solís, Enrique Molina y Amaury Pérez en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Enrique Molina y Amaury Pérez en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí

Manolito Iglesias, editor del programa y Enrique Molina en "Con 2 que se quieran". Foto: Petí