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¿Adiós al sincretismo? (II)

Yemayá, Virgen de Regla

Yemayá, Virgen de Regla

Para un "creyente de base" -permítasenos el término-, el sincretismo es una realidad, más que pensada, vivida. En sus altares se dan la mano cauris y crucifijos. Si se le solicita narrar una anécdota (patakí) sobre Aggayú Solá, puede, sin cargo alguno de conciencia, relatar una historia en la que San Cristóbal intenta en vano ayudar al niño Jesús a cruzar un río. Si se le pide que muestre una representación de Ochún, tal vez indique con desenfado una imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre. A Yemayá la verá indistintamente, en sueño o vigilia, como una virgen luminosa que se eleva desde la carretera nocturna frente a la defensa delantera de un automóvil, o como una mujer obesa, de pecho copioso y pelona que gira, vestida de azul y blanco, alrededor de siete palanganas colocadas en el piso. "Yo tengo hecha Santa Bárbara", dirá un santero consagrado a Changó, bautizado previamente por un cura católico, de quien luego su padre (o madre) divino tomará posesión en un trance extático, al ritmo voluptuoso de tambores sagrados. Y los orichas le dirán a través de los caracoles, que haga una ofrenda a Elegguá y después se desnude ante su padrino y se haga cubrir el cuerpo de cruces dibujadas con cascarilla entre rezos netamente católicos. Nada habrá aquí de extraño para él, pues, de hecho, él no nació en Nigeria ni en España, sino en la mismísima Cuba, tierra de crisoles.

Pero la reflexión del religioso instruido puede traer aparejado el cuestionamiento de esta forma de vivir y pensar la religión. ¿Acaso Changó, macho, remacho y recontramacho, puede ser esa muchachita de rojo, llamada Santa Bárbara, que trajeron los españoles consigo? ¿Y qué tienen de común Obatalá, hijo andrógino de Olofi y escultor del ser humano, y Nuestra Señora de las Mercedes, aquella que protegía la Orden de la Redención de los Cautivos en la España ocupada por los árabes? ¿Qué cura bautiza a los yorubas en su tierra natal? ¿Qué velas se encendían, qué flores se ofrendaban?

Las preguntas son muchas y he aquí que nuestro religioso instruido -en ocasiones, muy instruido- entra en contacto con religiosos nigerianos, brasileños e, incluso, argentinos. Puede leer inglés y consultar, digamos, la obra reputada de Wande Abímbola. ¡Cuánta diferencia encuentra en relación con su práctica cotidiana! La alternativa cae por su peso: puede aferrarse a "lo aprendido de los mayores" y consolarse con aquello de que cada pueblo tiene su forma peculiar de acercarse a lo divino, o puede apoderarse de él la idea -traumática en cierto sentido- de que todo ha sido un error histórico, de que el sincretismo no ha hecho sino arrojar sombra sobre la verdad religiosa y desvirtuarla, y de que la única salida racional y honesta es la de la vuelta a los orígenes, a aquella realidad primigenia no cubana -insisto: no cubana- que se pierde en la memoria de los tiempos.

En el primer caso, aunque la duda continúe haciendo saber de sí, el espíritu se acoraza y la práctica sincrética prosigue su curso transcultural, poderoso, pletórico de creación viva. En el segundo caso, el orden del día es echar atrás la máquina del tiempo, intentar una suerte de refundación de la cultura yoruba en nuestro país, al menos, por tres vías complementarias: la búsqueda arqueológica en "los orígenes", el establecimiento de vínculos religiosos con el África distante y la especulación teológica.

Andando lejos por estos derroteros, Oggún deja de ser San Pedro o San Pablo, Oyá toma distancia de la Virgen de la Candelaria, Obatalá, Yemayá y Changó se recogen en su africanía extraña a la Virgen de las  Mercedes, la Virgen de Regla y Santa Bárbara. Pero no sólo: los orichas comienzan a perder todo vestigio de antropomorfismo y a ser concebidos, simple y llanamente como fuerzas o determinaciones abstractas de la naturaleza. Oggún sería "la evolución de la vida", Oyá, el aire, Obatalá, la luz, Yemayá, el mar, y Changó, la electricidad.

¿Relaciones jerárquicas entre ellos? ¿Relaciones de parentesco? Ninguna. ¿Qué género de jerarquías y relaciones de parentesco podría existir entre la evolución de la vida, el aire, la luz, el mar y la electricidad?

¿Patakíes? No pasan de ser el resultado de la imaginación popular o, en caso afortunado, historias atesoradas por la memoria sagrada sobre las múltiples encarnaciones o transfiguraciones humanas de los orichas-fuerzas naturales.

¿Características personales de las deidades? No poseen: no son personas.

Todas estas preguntas tienen como trasfondo la idea del antropomorfismo, la composición de los orichas a imagen y semejanza de los hombres.

Habitualmente, sin embargo, la inspiración teológica no remonta tan alto vuelo en su afán desincretizador. Los orichas pueden y suelen conservar su forma humana, se jerarquizan y entran en una inextricable red de relaciones de parentesco y poder, construyen palacios, siembran la tierra, desatan guerras entre sí, roban ñames, aman y cometen adulterio, visten de blanco o de rojo; pero lo hacen como yorubas de pura cepa y nada tienen de común con vírgenes y santos, ni con custodias, cruces, cálices, incensarios, velas, flores, avemarías y padrenuestros. Todos estos "añadidos ajenos a su naturaleza" serían el fruto de un concubinato infeliz, de la ignorancia y la fantasía populares.

Más que una ilusión o un absurdo voluntarista del pensamiento abstracto, este regreso a los orígenes y este purgatorio especulativo constituyen un atentado -seguramente involuntario- contra la cubanía, la hechura y la dignidad nacional de la santería.

(Continuará.)