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¿Adiós al sincretismo?

Religión YorubaEn colaboración con Rubén Zardoya

Las líneas que siguen están motivadas por la percepción o, quizás, la intuición, de que tanto en la práctica religiosa como en la literatura de carácter divulgativo dedicada al tema, ha ido abriéndose paso lo que pudiéramos llamar una tendencia a la "desincretización" del culto cubano de origen preponderantemente yoruba, conocido popularmente como santería.

No se trata, al menos por ahora, de una tendencia de contornos definidos, bien delimitados, y plenamente autoconsciente, sino más bien de un propósito en ciernes, de una pujanza práctica y conceptual estrechamente vinculada, por un lado, al alto nivel cultural alcanzado por una parte considerable de los religiosos cubanos, con la consecuente inclinación a la reflexión de carácter teológico y, en general, cosmovisivo, y por otro, a la dinámica interna de los estudios, aún preponderantemente divulgativos, de las religiones populares en nuestro país.

Ante todo, se impone aclarar el significado del neologismo desincretización, que puede haber provocado un fruncimiento de cejas en algunos y un sentimiento de curiosidad en otros, y sobre esta base, intentar otorgar una forma lógica a nuestra intuición relativa a la existencia de semejante tendencia en la práctica religiosa y en la reflexión en torno a ésta.

El término sincretismo religioso parece tan cotidiano y manido que apenas amerita explicación. Por tal se entiende la unificación orgánica e inorgánica de elementos (mitos, ritos, representaciones individuales y colectivas, formas de comportamiento y de relación social en la comunidad) pertenecientes a religiones diferentes en el proceso de su interacción y desarrollo histórico y, en determinados casos, el surgimiento de una nueva religión con caracteres propios, específicos.

Se ha apuntado con razón que, de una u otra forma, todas las religiones existentes en la historia de la humanidad constituyen el producto -y el proceso- de múltiples sincretismos, más o menos extendidos y espaciados en el tiempo. Religiones puras existen sólo en la imaginación teológica, nunca en la práctica real de los hombres.

Esta consideración a propósito, desvaloriza el calificativo de "cultos sincréticos", hoy casi en desuso, pero no hace mucho ampliamente utilizado para designar a las religiones cubanas de origen preponderantemente africano. Lo desvaloriza, no porque estos cultos no sean sincréticos -todos lo son, insistimos-, sino porque este calificativo contribuye a crear la apariencia de que sincréticos son sólo esos cultos y no otros, supuestamente descontaminados de todo género de influencias ajenas y aditamentos profanos, e inconmovibles en su dogmática tradicional.

En este caso, el término sincretismo conserva el significado con que, en la época de la Reforma, comenzó a utilizarse en la literatura teológica: expresa la idea de una confusión de principios de género diferente, de una mezcla difusa que no alcanza una "unidad verdadera"; o bien se asocia a la noción de las llamadas "religiones primitivas", con la acotación de que no se trata de religiones en sentido estricto, sino de creencias y prácticas asistemáticas, indeterminadas, inestables, caóticas que, en el mejor de los casos, anuncian el proceso de formación o devenir de una religión propiamente dicha.

Sólo la visión del otro -externa, autocomplaciente y olvidadiza de la propia cuna- puede proyectar esta luz discriminatoria sobre las religiones populares que se practican en nuestro país.

Durante mucho tiempo pareció una verdad sólida como un puño la afirmación de que las religiones populares cubanas y, en particular, la santería, constituyen el producto de la sincretización del catolicismo y de variadas creencias de origen fundamentalmente hispánico con los más diversos elementos de las religiones africanas -sobre todo de procedencia bantú, "carabalí", ewé-fon y yoruba- introducidas en Cuba por los esclavos durante el período de la trata negrera, y con religiones de otros pueblos que contribuyeron al guisado del ajiaco nacional.

A los ojos del historiador, el etnólogo y el estudioso de la religión y la cultura en general se presentaba con nitidez un proceso de transculturación de los diferentes cultos religiosos que habrían de anudarse en la nacionalidad cubana; una transculturación de tipo clásico, no velada o empañada por peculiaridades atípicas, no encuadrables en el esquema general elaborado por don Fernando, que supone la existencia de tres momentos indisolubles: la aculturación o adquisición de una nueva cultura o de nuevos elementos culturales; la deculturación o pérdida de una cultura o de determinados elementos culturales; y la neoculturación o creación de nuevas realidades culturales.

La discusión y la diversidad de criterios podían surgir en relación con la forma en que tuvo y tiene lugar en nuestro país este proceso de transculturación. Pero el hecho mismo de la transculturación, con su consustancial proceso de sincretismo, era aceptado de manera virtualmente universal.

Los días que corren, sin embargo, parecen signados por la iconoclasia y, en cierto sentido, por la anarquía del pensamiento. "¡Abajo el que esté arriba!". "¡De espaldas lo que esté de frente!" -parecen ser las consignas del momento. Momento pasajero, sin dudas, momento que ya ha comenzado a pasar. Pero, momento real al fin, hace saber de sí de múltiples formas. Una de éstas, vinculada al asunto que nos ocupa, es la de la negación del camino recorrido en pos de la configuración de religiones propiamente cubanas. Es el camino de la desincretización.

(Continuará.)