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Un cubano de 70 años asegura que desde los seis come vidrio con "gusto"

Trígimo

Trígimo

El cubano Trígimo Suárez Arcia, de 70 años, asegura que siente "gusto" por comer vidrio, en particular las bombillas fluorescentes (luz fría), que devora como si fueran un gran manjar, sin haber causado ningún daño a su organismo hasta la fecha.

"Yo como vidrio a cada rato, porque nací así. No paso más de 15 días sin hacerlo", afirmó en una entrevista publicada este domingo en el periódico Juventud Rebelde este hombre de origen campesino que vive en Cabacú, un pueblo de la localidad de Baracoa, en el extremo más oriental de Cuba.

"Empecé a comer vidrio con seis años (...). Cuando me iba movilizado a recoger café, mamá me mandaba dos o tres tubos de luz fría (lámparas fluorescentes) y unos cuantos bombillos. Ella sabía de mi gusto por el vidrio, recuerda ahora.

"Si se me pican todos los dientes -conserva su dentadura natural-, lo machacaré y me lo tragaré. Nunca he sangrado cuando lo mastico. Cada cual nace con lo suyo", comentó Suárez para justificar su extraña afición.

En la entrevista, Trígimo dice que solo fue al médico en 1967 "cuando Fidel Castro" se lo pidió durante un encuentro con el líder cubano.

"Recuerdo que el Comandante (Fidel Castro) me dio un vaso rojo. Lo mordí y en el primer intento fallé, en el segundo también y al tercero el vaso se partió y pa-pa-pa pa'dentro. Solo dejé el fondo. Fidel me dijo que había que estudiarme. Acepté y él ordenó que me trajeran a La Habana", rememoró.

Entonces fue internado en el Hospital Nacional de La Habana y según refiere el especialista Oscar Alonso Chil, quien encabezó la investigación del caso, "se le estudió todo el tracto digestivo superior -esófago, estómago y duodeno- sin encontrarle lesiones en las mucosas de dichos órganos".

Alonso Chil, que es presidente de la Sociedad Cubana de Medicina Interna, solo explica que no se encontraran daños internos en el aparato digestivo de Suárez porque "tenía muy buena dentadura y trituraba el vidrio hasta hacerlo polvo".

"Me sacaron el jugo del estómago 14 veces, analizaron mi saliva y me investigaron todo. Las pruebas dieron negativas. A los dos meses y cuatro días regresé a Baracoa", recapituló.

"No digo mentiras; puedes investigar, que todo es cierto", señaló en la entrevista donde se evoca incluso una conversación que mantuvo con el escritor uruguayo Eduardo Galeano hace muchos años.

"Galeano llegó a mi casa y me dijo: 'Vine a conversar contigo'.Yo debo de tener la edad de Galeano. Ya estará viejo como yo. ¡Qué hombre tan bueno, qué ganas tengo de verlo otra vez! Escribió una entrevista muy linda. Todo lo que contó es cierto", recalcó Suárez.

Eduardo Galeano recogió el caso de Trígimo en su obra "El libro de los abrazos", con un relato titulado "La realidad es una loca de remate", que a continuación reproducimos:

La realidad es una loca de remate

Eduardo Galeano

Dígame una cosa. Dígame si el marxismo prohíbe comer vidrio. Quiero saber.

Fue a mediados de 1970, en el oriente de Cuba. El hombre estaba ahí, plantado en la puerta, esperando. Me disculpé. Le dije que poco entendía yo de marxismo, algo no más, alguito, y que mejor consultaba a un especialista en La Habana.

-Ya me llevaron a La Habana -me dijo-. Allá me vieron los médicos. Y me vio el Comandante. Fidel me preguntó: «Oye, ¿y lo tuyo no será ignorancia?».

Por comer vidrio le habían quitado el carné de la Juventud Comunista.
-Aquí, en Baracoa, me hicieron el proceso.

Trígimo Suárez era miliciano ejemplar, machetero de avanzada y obrero vanguardia, de esos que trabajan veinte horas y cobran ocho, siempre el primero en acudir a voltear cañas o a tirar tiros, pero tenía pasión por el vidrio.

-No es vicio -me explicó-. Es necesidad.

Cuando Trígimo era movilizado por cosecha o guerra, la madre le llenaba la mochila de comida: le ponía algunas botellas vacías, para el almuerzo y la cena, y para los postres, tubos de luz fría en desuso. También le ponía unas cuántas lámparas quemadas, para las meriendas.

Trígimo me llevó a la casa, en el reparto Camilo Cienfuegos de Baracoa. Mientras charlábamos, yo bebía café y él comía lámparas. Después de acabar con el vidrio, chupaba, goloso, los filamentos.

-El vidrio me llama. Yo amo al vidrio como amo a la Revolución.
Trígimo afirmaba que no había ninguna sombra en su pasado. Él nunca había comido vidrio ajeno, salvo una vez, una sola vez, cuando estando loco de hambre le había devorado los anteojos a un compañero de trabajo.

(Con información de EFE/ Juventud Rebelde)