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Tocan a tu puerta

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La aldaba es el guiño de toda puerta. Es la evidencia que anuncia la posibilidad de tocar en cualquier instante para que alguien acuda a nuestro llamado.

Se afirma que ellas hicieron su aparición en los días de la Edad Media, y que tuvieron como forma más recurrente la de argolla que al ser movida, una y otra vez, golpeaba sobre una gruesa cabeza de clavo.
La modernidad ha ido convirtiendo las aldabas en adornos que guardan para sí múltiples misterios del tiempo, entre ellos, la quintaesencia del sudor de los herreros que pegados al fuego bordaron cuerpos de mujeres, manos, rostros de animales o seres mitológicos.

Cada ornamento se parece a los anfitriones que aguardan o alguna vez aguardaron tras las puertas. Tal vez por esa verdad, o por otras que él conoce y asume, el maestro Liborio Noval tuvo la idea de retratar más de una aldaba encontrada en sus alucinantes expediciones en pos de la imagen.

Y así es que, gracias a sus estampas, uno repara en el sentido que parecen encerrar algunas hojas de madera de las cuales cuelgan aldabas o aldabones que, o incitan a tocar con dureza, o más bien con suavidad.

Parece este un tema insípido. Pero las aldabas regaladas por la maestría de Liborio nos recuerdan que el mundo está lleno de puertas herméticamente cerradas, puertas sordas, con o sin aldabas, a las que debemos seguir llamando, a ver si alguien, del otro lado, por fin contesta y deja entrar un poco de luz.

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