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El chocolate en la literatura cubana del Siglo XIX

CacaoPor Niurka Núñez González

La literatura, como aspecto de la superestructura de la sociedad, recrea en buena medida la realidad social en la cual se gesta, pese a la cierta independencia que pueda evidenciar, en términos de retraso o anticipación.

Los textos literarios han demostrado ser una valiosa fuente de datos etnográficos de la vida cotidiana. De ahí que en las investigaciones sobre el cacao y el chocolate en Cuba, se dedique un espacio a indagar en su presencia en la literatura cubana.

Los resultados fueron extraordinarios. Tomando como base la periodización propuesta en la más reciente Historia de la Literatura Cubana elaborada por el Instituto de Literatura y Lingüística, sus dos primeros tomos fueron
publicados en los años 2002 y 2003, se seleccionó una muestra de los autores más representativos de cada época, específicamente en la narrativa novelística y cuentística, más vinculada a la cotidianidad.

No se incluyeron las obras periodísticas o de ensayo; ni la prosa histórica, científica, económica o social.

En esta serie nos damos a la tarea de compartir con los lectores nuestros hallazgos, con la esperanza de que los disfruten como lo hicimos nosotros.

A partir de la década de los años 20 del siglo XIX aparecen las primeras obras de la literatura costumbrista.

De los 14 narradores de ese género consultados, cuyas obras fueron publicadas entre los años 30 y hasta finales de la XIX centuria, ocho mencionan el cacao y o el chocolate, refiriéndose sobre todo al consumo del último en las más diversas ocasiones.

Son ellos:

Las menciones que hace en particular El Lugareño, en varias de sus Escenas cotidianas (1838), están relacionadas con su crítica al predominio en el Camagüey de su época de la ganadería extensiva, que obligaba a importar los
más variados productos alimenticios, entre los que se reiteran el cacao y el chocolate.

En su opinión, era necesario alentar los ramos de la agricultura, para muchos de los cuales, incluyendo el cacao, eran propicios los suelos de la región.

El Lugareño pondera las bondades del chocolate, cuando narra sobre un moro que viajaba a España y le llevaba dátiles a un sacerdote, que a su vez lo agasajaba con algunas tazas de chocolate americano.

Otro Betancourt, José Victoriano, nos legó el poema El negro José del Rosario (1838), en el cual se utiliza el vocablo cacao para significar algo de poco valor. Aunque ya en desuso en Cuba, la expresión comer cacao (algo
así como comer catibía, puede que en alusión al sabor amargo del grano), es semejante a no vale un cacao, vigente aún hoy en España.

Cirilo Villaverde, no por gusto nuestro escritor costumbrista por antonomasia, menciona el consumo del chocolate en meriendas y la cenas, en cuatro de sus obras.

En El penitente (1844), describe la preparación del chocolate:

Se presentaron en la sala una criada y un criado; este con un azafate de mimbres cubierto de pocillos de China, pintados de vivísimos colores, y aquella con un cazo enorme de azófar y un molinillo de madera.

Mientras la esclava batía y desleía con mucha destreza el chocolate frotando entre ambas manos el instrumento a propósito, el esclavo presentaba la jícara, recibía la espumosa y odorífica bebida, y lo alcanzaba a las personas reunidas en torno de la mesa.

También en esta obra Villaverde hace sospechar del envenenamiento de un personaje por medio del tan consumido chocolate:

¿Cómo se lo suministraron? ¿En qué? ¿En el chocolate, que constituía su cena? ¿Por qué no pereció del mismo mal otro de la familia, si todos acostumbraban a participar de la misma bebida?... .

Villaverde hace uso del vocablo chocolate para significar color (en El ave muerta, de 1837) y utiliza la conocida frase como agua para chocolate, en la conocidísima novela Cecilia Valdés, cuya versión definitiva fuera
publicada en 1882.

Gertrudis Gómez de Avellaneda menciona el consumo de chocolate en Sab (1841) y en Dos mujeres (1843); mientras José Ramón Betancourt, en Una feria de La Caridad, de 1856, reporta el cultivo del cacao.

Luís Victoriano Betancourt en el artículo El baile (años 60-70) se refiere a una niña que movía su cuerpo como un molinillo de chocolate.

Juan Francisco Valerio, en sus Cuadros sociales (1876), no solo refleja el consumo habitual de chocolate, sino que, además, lo relaciona con la alimentación de las embarazadas (en Estado interesante) y resalta su presencia en los velorios.

En El Luto, afirma irónicamente:

Una viuda desesperada, en el momento de exhalar su esposo el último suspiro; no traga ni una gota de rocío; después de una hora, a instancias de personas interesadas, puede tomar una tacita de caldo; luego aceptará, sin
instancias, un pocillo de chocolate.

En No quiero morir ahora, advierte, también burlonamente:

El que se muere debe saber que la casa se llena de amigas íntimas que toman chocolate amargo y otras que lo toman dulce: que algunas lo toman solo y otras con bizcochos y otras con panetela: que aunque no lo pidan, es necesario servirles sus copitas de vino generoso

Que algunas se retiran a buena hora y otras a las mil y quinientas, y que piden repetición, como los concurrentes a las altas localidades del teatro, de aquello que más les gusta, y así es que el chocolate amargo y dulce, y los bizcochos y las panetelas y los vinos generosos, hacen frecuentes apariciones en el appartement de la nueva viuda.

Por último, Francisco Calcagno, en Mina o Las Lazos (años 90 del siglo XIX), menciona el consumo de chocolate en dos ocasiones, y también lo supone el vehículo utilizado para envenenar a un personaje.

*La autora es antropóloga, etnógrafa, investigadora y colaboradora de Prensa Latina.

(Con información de Prensa Latina)