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Las Terrazas, abrazo de cultura y naturaleza

Con información de Prensa Latina.

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Las Terrazas de Pinar del Río. (Foto: Roberto Suárez, Juventud Rebelde)

Custodiada por cimas, la comunidad de Las Terrazas es una suerte de ecomuseo donde convergen ruinas de cafetales franco-haitianos con la exuberancia de la Sierra del Rosario, Reserva de la Biosfera.

La sala de referencia patrimonial, situada en el centro de la localidad, se enriquece con los atractivos históricos y naturales del entorno que sirvió de asentamiento a colonos franceses en los siglos XVIII y XIX.

Testigos de un pasado de auge cafetalero, los restos de las antiguas haciendas son admirados a diario por centenares de viajeros.

Casonas edificadas a la usanza europea sobresalen entre los vestigios que develan antiguos molinos empleados en el procesamiento del cafeto y los barracones, reservados entonces para los esclavos.

El hotel Moka, construido alrededor de un árbol centenario, se erige como mirador en medio de la cordillera, morada del zunzuncito o pájaro mosca, de apenas siete centímetros de talla.

Simbiosis del mundo silvestre y los aires de modernidad, la edificación obsequia una de las panorámicas más hermosas de las serranías circundantes.

La casa museo Polo Montañez, donde vivió el cantautor en sus últimos años, es otra de las reliquias de ese paraje.

En las paredes relucen las fotografías del bardo autodidacta junto a los discos de oro y de platino, la guitarra y algunas confesiones del guajiro natural, fallecido en 2002: "Lo primero que recuerdo de mi infancia es el olor a humo y carbón, el color de las lomas y del fuego".

Aunque nació en El Brujito, intrincado caserío de nombre mítico, Las Terrazas le abrió las puertas del éxito luego de trabajar como machetero en los cortes de caña, entre otros rudos oficios, los cuales alternaba con guateques por el lomerío.

Por las calles se escuchan aún anécdotas sobre el compositor que improvisaba conciertos en los más insospechados sitios, inspirado en los encantos del paisaje local y la pureza de la gente.

Afamados artistas de la plástica como el pintor de la flora cubana Jorge Duporté, quedaron cautivados por la vegetación y el apacible lago por donde pasean en bote pequeños y adultos.

Un recorrido por tres senderos permite apreciar los bosques siempre verdes del Rosario (que se recuperan de los estragos ocasionados por recientes huracanes), las poblaciones silvestres de orquídeas y las bondades medicinales de los baños del río San Juan.

En la espesura yacen evidencias de una de las comandancias del ejército mambí, que protagonizó decisivos episodios en las luchas contra el colonialismo español.

El poblado, única experiencia cubana de desarrollo rural sostenible con base en el turismo, es mucho más que una postal de la campiña.

Sus cerca de mil habitantes se enorgullecen del origen y la fama de ese escenario, que se renueva con frutos propios.

Con una población mayoritariamente joven, la demarcación (70 kilómetros de La Habana) mantiene en cero la tasa de mortalidad infantil desde hace más de un lustro.

El incremento de la expectativa de vida, que ronda los 80 años, es otro de los logros indiscutibles del pueblo entre cerros. Fundado décadas atrás para dar abrigo a los campesinos del lugar, sobresale hoy como paradigma de las montañas.

Los visitantes añadirán vivencias a la información documental o expositiva, al recorrer de la mano de historiadores un sitio de rica tradición y peculiar biodiversidad.

Sus predios abrazan a un verdadero complejo museológico, caracterizado por

el concierto entre el patrimonio cultural, la naturaleza y los derroteros del desarrollo turístico.