Araquém Alcântara descubrió los rostros de “Mais Médicos” a color, pero no quiso que nos impresionaran los matices sino las esencias. Aquellas que hicieron a una joven visitar a Luiz, cada día durante tres años, solo para que el señor de Cansanção viera sus verdes ojos y olvidara así los trajines de una larga vida.
A las dos de la tarde, Javier narraba historias para niños y padres, a la misma hora que antes se bañaban en los arrozales contaminados. Ahora cuentan los diarios que en la Amazonía disminuyó la esquistosomiasis.
Karen entraba a la favela con un poquito de miedo, para liberar de los suyos a una mujer que sufría esquizofrenia, porque una mañana su marido pretendió matarla a cuchilladas. Él partió sin retorno. Tiempo después, la santiaguera llegó a los morros de Río.
Mientras Blas corría de casa en casa, María iba muy despacito por la calle más polvorienta de la aldea. Al encontrarlo, la anciana lo abrazó con las fuerzas que el remedio le devolvió, para agradecerle una gallina le regaló.
En Poço Redondo, el doctor conoció a Doña Josefa, la quilombola que más partos había hecho en Sergipe. La llamó “madrina” y desde entonces los dos no se cansan de darles charlas de sexualidad a los más jóvenes.
Araquém Alcântara cuenta muchas historias con sus fotos. Pero me quedo con una de las frases del libro donde el artista retrata “Mais Médicos”:
“Comencé a ver humanidad y poesía en mi lente cuando observé a las personas siendo cuidadas, tocadas por los cubanos”.