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Silvio en Las Cañas: Mujeres con y sin sombrero

 Presentación de Silvio Rodríguez con José María Vitier, Jorge Reyes, Oliver Valdés, Jorge Aragón y Víctor Casaus como invitados; en Las Cañas, Cerro.

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Chapisteando. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

Así llamé a una carpeta digital que contenía la Tetralogía, dispuesta dentro de un archivo etiquetado como “canciones inéditas”. -Después del estreno del pasado viernes, deberá cambiar de ubicación-. Es que quien la copiara debía estar advertido, ojo, esto es aparte, conforma una sola pieza, una suite, precisamente dijo Silvio en Las Cañas, donde las llamó un vecino "canciones inteligentes, que es bueno que de vez en cuando suenen aquí".

Apasionadas, así las había descrito el trovador. ¡Vaya si llevan pasión! Y no solo la llevan: la reparten, la despiden, la insuflan en todo el que las oiga. Son fuertes, se imponen, suficientes en su sencillez, que nunca simpleza. Sencillas como esa elementalidad de la naturaleza, de las leyes universales, de la esencia última de lo aparentemente complejo. Como las nebulosas, el tiempo infinito, todo cabe en la voz de un trovador.

Primero, el dibujo: se trata de un niño, el trazo es, pues, imperfecto pero tanto más auténtico entonces. Entre supuestos, resignaciones, "nada: lo de siempre", soledad, deseos desesperados, "ojalá que contigo se acabe el amor/ ojalá hayas matado mi última hambre", un ridículo implacable que resulta transformado en canción. ¡Pero qué canción! Así de afortunados nos hacen algunos ridículos. Este, en todo caso, termina borrado por la anunciación de una reivindicación: carcajada final y puentes (felizmente) destruidos.

Luego está el óleo, las más conocida de esta exposición. Aquí la mujer también con sombrero, como un cuadro de Marc Chagall, con estilo por tanto "puerilizante" como dice algún crítico de arte; sin embargo, lejos de lo naive en tanto reflexión profunda, la reflexión que inspira el amor cobarde, el que se quedó allí.

El detalle: esencial, fracción de realidad, llamada de atención. El trovador antes del tiempo conocido. Con inteligencia-rienda, es un dialéctico enemigo de sí y amigo de lo que ha soñado que es.

Y por último, el funcionario y el poeta amando la misma mujer, finalmente sin sombrero, que merece la apuesta de todo. A ella se le ofrece algo más allá de lo diario, algo "que canta y eterniza, que hace trascender": un amor que no ha sido tan tremendo, ni tan ancho, ni tan bello, ni tan triste, ni tan sabio, ni tan solo, ni tan loco, ni tan todo, ni tan nada...

Pero un amor que canta.

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Paisaje "paradisíaco". Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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"El arte en la comunidad. Así es como es." Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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Vecino del parque Manila. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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Receso en la labor. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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Campaña de barrio. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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Generaciones. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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En la espera. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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Familia en concierto. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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José María Vitier hace música en una esquina añeja de la ciudad. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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El trovador. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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"Voy por el mundo de un rayo de luz". Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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Jorgito Aragón acompaña a Silvio en el piano. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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Jorge Reyes y el contrabajo: uno. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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Oliver Valdés dicta el ritmo. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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Un escenario en Las Cañas. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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Guitarra "del joven soldado". Foto: Alejandro Ramírez Anderson.

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...por Cuba. Foto: Alejandro Ramírez Anderson.