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Bodeguero, por qué tan contento estás...

Como solemos decir jocosamente, nuestras bodegas son el breve universo donde se mezclan lo más grande con lo más chiquito y el más allá...

En ellas, donde casi siempre hay un mostrador con pinta de maderamen salvado de un naufragio, llegan los habitantes del barrio a recoger los alimentos a que tienen derecho según la libreta, esa por cuenta de la cual, hace ya más de cuarenta años, se distribuye entre todos, a precios subsidiados, parte de los alimentos que en la Isla consumimos en el transcurso de cada mes.

En esos recintos el bodeguero, vórtice y anfitrión de cuantos llegan a preguntar por lo suyo, puede brillar o mostrar una opacidad que lo disminuya ante los ojos del barrio. Casi todo se decide en los diálogos que inevitablemente debe tejer con los vecinos.

El asunto es difícil porque cada cliente arriba con sus propias obsesiones: puede ser un anciano a la caza de una caja de fósforos; o una abuela con una larga historia y la exigencia de ser escuchada de principio a fin; o un niño a quien se le olvidó lo mandado a buscar por sus padres; o un tunante ansioso por desgranar el tiempo mientras apoya su aburrimiento en el legendario mostrador.

Muchas historias se conoce el bodeguero. Él tiene las llaves de múltiples secretos, pues la gente se despacha con la lengua mientras él despacha las mercancías.

Pero mucho cuidado debe tener el bodeguero. Su poder no es infalible. Basta que padezca de un mal aquí imperdonable -ser pesado, es decir, atravesado-, para que los pobladores le hagan justicia, callada, lentamente, hasta que un día lo trasladan de la bodega de todos, la de siempre, allí donde la gente se encuentra con sus semejantes para hablar de la vida, donde esperan ser tratados con toda la decencia y cariño del mundo.

Bodegas en Cuba. Foto: Kaloian

Bodegas en Cuba. Foto: Kaloian

Bodegas en Cuba. Foto: Kaloian

Bodegas en Cuba. Foto: Kaloian

Bodegas en Cuba. Foto: Kaloian

Bodegas en Cuba. Foto: Kaloian

Bodegas en Cuba. Foto: Kaloian