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Agroindustria azucarera cubana: Historia, cultura e identidad

Cuba, con una tradición demás de más de 500 años, y de ellos casi 200 como la más grande productora y exportadora mundial de azúcar, tiene la huella del proceso de producción del dulce grano en su historia, cultura e identidad nacional. Nada, o casi nada, se escapa en la vida nacional, a lo que generó el azúcar en el orden material e inmaterial. Mostrar con ejemplos simbólicos de la realidad nacional cubana, la relación de la agroindustria con ellos, es el objetivo de este artículo.

Se puede afirmar, sin duda alguna, que por su relevante peso en la economía y la sociedad cubana, el sector azucarero ha marcado, como ningún otro, la historia, la cultura y la identidad nacional. No han sido pocos los reconocidos líderes, historiadores, personalidades de la cultura e investigadores cubanos, que se han pronunciado sobre este particular. En tal sentido, y sobre la base de un mínimo de ejemplos concretos en el ámbito histórico, cultural e identitario de la impronta del azúcar en la nación, se pretende justificar el título del artículo.

Los más de 500 años de existencia y las características del entorno en que se desenvuelve, hacen que el sector devenga un formador de bases sociales. A él se le encadenan otros muchos procesos productivos —tanto por lo que genera como por lo que demanda—y se caracteriza por la peculiaridad de tener vinculado, directa e indirectamente, un porciento significativo de la fuerza de trabajo y población del país.

En este sentido, el objetivo de este artículo es presentar algunos apuntes relevantes sobre hechos históricos, manifestaciones culturales y elementos de la identidad nacional cubana que se vinculan directamente con la agroindustria azucarera.

Breves apuntes de hechos históricos vinculados al sector cañero-azucarero en Cuba

Un repaso por la historia de Cuba, desde una perspectiva azucarera, convierten a este sector agroindustrial en centro de hechos y acontecimientos que han marcado la vida nacional. Una compilación personal, aún sin concluir, nos acerca a casi mil efemérides cubanas que vinculan, de una manera u otra, a la producción de caña, azúcar y derivados –pero, sobre todo, a sus hacedores–, con el patrimonio cultural de la nación, ya sea histórico, material e inmaterial, construido durante más de cinco siglos.

El grito de independencia acontecido el 10 de octubre de 1868 y, con ello, el comienzo de las luchas contra el dominio colonial español, tuvo como escenario precisamente un ingenio azucarero. Este hecho fue protagonizado por Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874), el Padre de Patria, precursor de la libertad a los esclavos —braceros de la producción de caña y azúcar— y propietario del ingenio azucarero “Demajagua”.

Si no la totalidad de ellos, se puede afirmar que la inmensa mayoría de los presentes en este acontecimiento histórico eran azucareros, ya que hasta quienes se sumaron al grito de independencia en otros lugares estaban vinculados a las haciendas cercanas, todas productoras del dulce grano. Se trata, por consiguiente, de un hecho histórico netamente azucarero, tanto por los participantes, como por las causas del mismo. Entre estas últimas se pueden mencionar el oneroso sistema tributario, la política comercial proteccionista de la metrópoli española, así como la dependencia cada vez mayor de los propietarios cubanos del capital comercial usurero y la esclavitud. Todas estas cuestiones, vinculadas a la producción azucarera como principal fuente de riqueza de la Isla, marcaron los fundamentos del levantamiento en armas, ese día de octubre en el Oriente cubano.

Ruinas del ingenio “Demajagua”, declarado Monumento Nacional, Granma, Cuba. Foto: Liobel Pérez Hernández

Durante las tres gestas por la independencia contra España que tuvieron lugar durante la segunda mitad del siglo XIX —la Guerra de los Diez Años (1868-1878), la Guerra Chiquita (1879-1880) y la Guerra del 95 (1895-1898)— fue protagónica la presencia azucarera. Hay una serie de ejemplos que lo demuestran fehacientemente: desde la utilización del machete para el corte de caña como instrumento de combate por las tropas cubanas; la quema de cañaverales en tanto táctica de guerra para disminuir los ingresos de España y con ello el sostenimiento de la beligerancia; la condición de los propios ingenios y sus bateyes como centros de alzamientos, combates, reuniones y conspiraciones; la caña, el azúcar y el aguardiente como productos altamente consumidos por los miembros del Ejército Libertador de Cuba; hasta el hecho de que la mayoría de los Presidentes de la República en Armas, líderes militares y mambises[1] provenían del sector o tenían alguna relación con la producción azucarera de la nación.

Pero no solo el alzamiento de Céspedes tuvo lugar en un escenario vinculado al sector. También fue en un ingenio azucarero el levantamiento del Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz[2], en Camagüey, el 4 de noviembre de 1868, extendiendo la insurrección a la región central del país. Ya durante la Guerra del 1895, el 5 de mayo de ese año, fue otra vez el batey de una fábrica de azúcar —llamado “La Mejorana”— el lugar donde aconteció, tras su llegada a Cuba, el encuentro de José Julián Martí y Pérez, Máximo Gómez Báez y Antonio Maceo Grajales, los tres líderes principales de la llamada Guerra Necesaria. En la histórica reunión, Martí es reconocido como jefe supremo de la revolución, se designa a Máximo Gómez General en Jefe del Ejército Libertador, a Antonio Maceo se le nombra Jefe Militar de la provincia de Oriente y Lugarteniente General, y a su hermano José Maceo, Comandante de las fuerzas en Santiago de Cuba.

Precisamente esta guerra, la última de las gestas independentistas cubanas, termina con la intervención norteamericana, motivada entre otras razones por el interés de ese país de hacerse con el control de la Isla y su mayor riqueza. Cuba, en ese momento, se destacaba en la producción de tabaco y café, pero lo que la convertía en motivo del apetito imperial, era su condición de mayor productora y exportadora de azúcar del mundo, a tan solo 90 millas de los Estados Unidos, el mayor mercado azucarero del planeta para ese entonces.

Por ello, el protagonismo de la agroindustria azucarera en la vida nacional, no fue menor desde el mismo inicio y durante toda la pseudo-república inaugurada el 20 de mayo de 1902. La compra de inmensas extensiones de tierra para sembrar caña de azúcar, la construcción de los nuevos y más grandes centrales azucareros erigidos hasta el momento en el mundo y una mayor dependencia económica de Cuba a los Estados Unidos, fueron características que marcaron el período neocolonial republicano (1902-1958).

Durante la primera etapa (1902-1930) llegaron al país más de 335 mil antillanos (haitianos y jamaicanos, sobre todo) y más 250 mil españoles (de Galicia y Asturias, fundamentalmente) principalmente para trabajar en las plantaciones cañeras y centrales azucareros. Ellos se unieron a otros grupos llegados a la Isla previamente, con este mismo objetivo, como el más de un millón de negros esclavos traídos en los siglos anteriores, los más de 100 mil chinos llegados en el XIX, o los yucatecos que también arribaron con ese fin. Todos estos grupos poblacionales, junto a los colonizadores españoles y otros, marcaron el proceso de configuración de la identidad nacional cubana, ese “ajiaco” como la definió el sabio Don Fernando Ortiz Fernández (1881-1969).

El latifundio, sobre todo el azucarero, las luchas sociales y el movimiento obrero, el derrocamiento del tirano Gerardo Machado[3] y la Revolución de la década del 30 en el siglo XX, tuvieron también la huella del azúcar durante la etapa neocolonial.

Así, por ejemplo, los trabajadores del central azucarero “Mabay” en Oriente (hoy “Arquímedes Colina”, en la actual provincia Granma), lo ocupan revolucionariamente en 1933 y organizan una dirección popular del mismo, a la que llamaron Soviet, que es reconocido como el primero creado en América a raíz del triunfo de la Revolución Socialista de Octubre. Cerca de 40 ingenios se sumaron a esta acción, lo cual precipitó la caída de Geraldo Machado y Morales, al afectar estas acciones al capital nacional y norteamericano, que sostenían a dicho gobierno (1).

A lo largo del período revolucionario, iniciado con el triunfo del 1º de enero de 1959, hay muchos hechos impresionantes protagonizados por el pueblo cubano, pero sobre todo se destaca la capacidad de resistencia y supervivencia de la nación frente a la determinación del gobierno de los Estados Unidos de destruir el proyecto social cubano. Es aquí donde la agroindustria azucarera cubana ha sido centro de esa resistencia por más de seis décadas.

La guerra económica de las administraciones estadounidenses comenzó, precisamente, con la rebaja de la cuota azucarera y después su eliminación total. Esta medida privaba a Cuba y a su primera industria de un mercado natural y preferencial, del cual, mediante acuerdos y privilegios, dependió por más de siglo y medio para su existencia y desarrollo. Al fracasar las medidas de presión económica, ante la fuerza de voluntad de los azucareros y los cubanos en general —sumada a la ayuda de la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que surgió como alternativa de mercado para el azúcar cubano—, vino la agresión directa. Esta tuvo como uno de sus blancos directos al sector cañero-azucarero de la Isla, a través de la quema de cañaverales, el éxodo de técnicos e incluso la agresión directa a las industrias, mediante el ametrallamiento y lanzamiento de bombas sobre los centrales azucareros, desde lanchas y aviones utilizados con ese propósito, que limitaron el desarrollo del sector y alcanzar producciones aún mayores.

Expresión máxima de esa agresión directa contra la Revolución cubana fue la invasión por Playa Girón, en abril de 1961. Los trabajadores azucareros estuvieron entre los protagonistas del enfrentamiento popular al ataque de las fuerzas mercenarias. Los centrales azucareros “Covadonga” y “Australia” fueron parte del teatro de operaciones y sus trabajadores, incorporados a las milicias, combatieron a los agresores e incluso algunos murieron en la defensa de la patria. Las oficinas de la administración del central “Australia”, en Jagüey Grande, fungieron como puesto de mando de las operaciones revolucionarias y hoy son museo histórico municipal.

A pesar de perder el mercado natural y preferencial del azúcar cubano —el de los Estados Unidos—, así como su principal suministrador de capital, partes y piezas, maquinaria, tecnología y otros insumos, los azucareros cubanos no solo enfrentaron la pérdida de técnicos y la agresión sistemática, sino que además alcanzaron las más altas producciones históricas de azúcar y derivados. El aporte del sector al desarrollo económico, social y científico de la agroindustria y el país después de 1959 no tuvo comparación con lo logrado en tal sentido en ninguna etapa anterior.

La agroindustria azucarera fue la principal fuente de ingresos y de financiación de otros renglones y actividades productivas y sociales de la nación en los primeros 40 años del período revolucionario. En una expresión simbólica de la importancia del sector, la nave que, en septiembre de 1980, condujo a la primera y única tripulación conjunta de astronautas cubano-soviético al cosmos, llevaba tres experimentos originales vinculados al sector agroindustrial azucarero, denominados “Azúcar”, “Zona” y “Caribe”. Resultado del trabajo esmerado de más de 200 trabajadores de la ciencia de 20 instituciones del país, estas pruebas científicas se relacionaban con la naturaleza química y física de materiales y con la cinética de su formación o crecimiento. En particular, los dos primeros, se referían al crecimiento de cristales de azúcar orgánicos por primera vez en el cosmos, en solución acuosa, mientras el tercero desarrollaba la obtención de cristales y aleaciones de germanio-indio, germanio-arsénico y aluminio-germanio-arsénico.

Fue durante las primeras tres décadas de la Revolución cubana que se alcanzaron 20 de las 21 zafras más grandes en la historia de Cuba, se lograron los mayores aportes económicos y financieros de manera sostenida, el mayor desarrollo científico del sector, el más grande proceso inversionista y de infraestructura vinculada a la agroindustria cañero-azucarera, la más amplia diversificación y una mejora sin precedentes de las condiciones de vida económica y social de la población, sobre todo rural.

Todo este proceso se vio interrumpido con la desintegración de la URSS y el derrumbe del Campo Socialista, que supuso la pérdida del mercado preferencial que habían sido estos países para el azúcar cubano. Se puede afirmar que la agroindustria azucarera fue uno de los sectores económico-productivos cubanos más afectados por tales acontecimientos, a lo que se añaden las consecuencias del recrudecimiento de las medidas de bloqueo económico y financiero del gobierno norteamericano contra Cuba.

La cultura que generó el azúcar y su huella en la identidad nacional

“No se puede hablar del azúcar sin hablar de la cultura, están indisolublemente ligadas” (2). Diversas manifestaciones de la cultura cubana son reconocidas internacionalmente por su calidad y elevada creatividad artística, con numerosos ejemplos en la literatura, la música o la danza. Sin embargo, de entre esas tantas expresiones culturales de la cubanía, han sido dos manifestaciones artísticas intrínsecamente ligadas a la tradición de la agroindustria cañero-azucarera de la Isla las que han sido declaradas Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

La rumba, mezcla festiva de baile y música, ha sido merecedora de esa condición por ser autóctona y bien cubana, con raíces africanas nacida en el batey azucarero –no visto a los ojos del siglo XX y XXI solo como las comunidades donde existen centrales actualmente solamente–, “el lugar donde se generó casi todo lo importante de la cultura popular, las raíces de la cultura popular cubana” (2). Igual fundamento tiene el otorgamiento de ese título al Punto Cubano, expresión poética y musical, vinculado a las tradiciones culturales campesinas cubanas, sobre todo de la caña de azúcar. Por la misma razón, los saberes de los maestros roneros, nacidos de la cultura azucarera y sus derivados en las destilerías de los ingenios azucareros de Cuba, alcanzaron la misma condición en noviembre de 2022.

A lo largo de la historia de la literatura cubana, se encuentran numerosos textos asociados a la agroindustria cañero-azucarera, que abarcan géneros que van desde la poesía y la narrativa hasta el ensayo. Sin embargo, entre todos ellos, es el libro “Los Ingenios”, colección de vistas de las principales fábricas de azúcar del momento, uno de las más célebres y codiciados impresos en Cuba. Se trata del más valioso aporte bibliográfico y artístico que salió de las prensas cubanas en el siglo XIX, obra referida a los principales ingenios azucareros cubanos en la década del cincuenta de esa centuria (3).

Grabado de Eduardo Laplante, del libro “Los Ingenios”.

Otros conocimientos, expresiones culturales, sitios y tecnologías vinculadas al sector cañero-azucarero también ostentan la condición de Patrimonio Cultural de la Nación. Entre ellos se encuentran el repentismo —es decir, el arte de improvisar versos con diferentes formas estróficas, con o sin acompañamiento instrumental, y que en Cuba es el nombre genérico del arte de improvisación de décimas—, el parque de locomotoras a vapor, así como 17 monumentos nacionales y otra decena de declaratorias y zonas de protección.

Sin embargo, la huella del sector cañero-azucarero no se limita a la cultura entendida como creación artística, sino que involucra también otras dimensiones de la identidad nacional, en su sentido más amplio. Un ejemplo de ellos es el béisbol —o la pelota para los cubanos—, declarado Patrimonio Cultural de la Nación y el deporte nacional de Cuba. El mismo nació y se desarrolló en las comunidades y bateyes azucareros, los cuales han sido, además, cuna o escenario del desarrollo, la vida laboral y/o profesional de decenas de glorias deportivas de esta disciplina competitiva, que han brillado en series nacionales, mundiales, olimpiadas y hasta en grandes circuitos de competición foráneo. La Liga Azucarera, que integra a casi 300 equipos de béisbol conformados por trabajadores de la agroindustria de la caña de azúcar, es actualmente la más importante del movimiento obrero cubano y la segunda de la nación en cuanto al número de aficionados movilizados se refiere.

La impronta del sector también ha llegado hasta la sabiduría popular de los habitantes de la Isla. Vivir bien en Cuba es “vivir como Carmelina”, la nieta consentida y preferida de José Arechabala Aldama (1847-1923), un vasco radicado en Cuba y propietario de un poderoso emporio industrial de los derivados de la caña y el azúcar, incluido el prestigioso ron Habana Club y que poseía una de las mayores fortunas de la isla. Por otra parte, cuando hay frío en Cuba, se dice que “chifló el mono”, una frase originaria del batey del antiguo central azucarero “Macagua”, en la región central del país. Su origen está determinado por los primates que han vivido, por más de un siglo, en la jaula del parque de dicha comunidad azucarera. Se trata de una tradición, oriunda de esos contornos, desde que las hijas del dueño del ingenio decidieron tener una mona como mascota en el siglo XIX (4).

Pero hay más expresiones populares cubanas cuyo origen está vinculado al sector. Si se da el caso de que alguien está tan enfermo o grave como para no sobrevivir, entonces, “no lo salva ni el médico chino”. El refrán hace referencia a un médico de esa nacionalidad llamado Cham-Bom-bia, quien gozó de gran fama en La Habana y Matanzas en la década de 1870, debido a sus notables curas. Fue uno de los más de 100 mil chinos que, como se mencionó anteriormente, se trajeron a Cuba como asalariados, en el siglo XIX, para trabajar en las plantaciones cañeras y los ingenios azucareros.

En definitiva, las limitaciones de espacio de este texto no permiten explicar y ejemplificar en toda su extensión, la infinita presencia azucarera en la cultura y la identidad nacional cubanas: la poesía, la literatura, el cancionero popular, la numismática, la notafilia, las artes plásticas, la televisión y el audiovisual en general, el vocabulario, o el refranero popular son ejemplos de la impronta azucarera en el alma de la nación.

El aporte del sector azucarero a infraestructuras e instituciones de la nación

Su condición de principal sector de la economía nacional durante siglos, explica la significativa contribución de la agroindustria azucarera al desarrollo del país, expresada por ejemplo en grandes obras ingenieras o constructivas de la nación. Quizás la muestra más importante de ello sea la llegada del ferrocarril a Cuba, séptimo país del mundo en introducir este medio de transporte, el cual ha sido parte de la identidad y el orgullo nacional. El ferrocarril fue un fenómeno netamente azucarero y su introducción transforma completamente las condiciones cubanas de producción de azúcar. El actual parque de 223 locomotoras a vapor existentes es, desde el 2004, Patrimonio Cultural de la Nación.

Locomotora a vapor de principios del siglo XX originaria del central Orozco en el municipio Bahía Honda, actual provincia de Artemisa, Cuba. Expuesta actualmente en el Centro Nacional de Capacitación Azucarera, La Habana. Foto: Liobel Pérez Hernández

Pero la impronta de la actividad azucarera en la vida del país, también tiene su expresión en numerosas instituciones nacionales fundadas al amparo del sector, o con algún vínculo con el mismo.

Los fondos del Museo Napoleónico de La Habana provienen fundamentalmente de la colección del más grande hacendado, empresario y propietario de centrales azucareros en Cuba antes del triunfo de la Revolución: el multimillonario cubano Julio Lobo Olavarría (1898-1983). Este museo está catalogado como uno de los cinco más importantes del mundo sobre la temática y es el único de su tipo en Cuba. Atesora más de 7 mil 400 piezas de alto valor patrimonial pertenecientes a Napoleón Bonaparte o vinculadas con su figura y sus valiosos fondos constituyen la más extensa y variada colección de piezas de la época napoleónica.

El Jardín Botánico de Cienfuegos, en el centro-sur de la Isla, fue fundado en 1901 y es el más importante de la red de instituciones de su tipo existentes en Cuba. Tiene las más valiosas colecciones de plantas completas, únicas de su tipo en América y otras regiones del planeta. Este sitio, declarado Monumento Nacional, fue edificado por el empresario estadounidense Edwin F. Atkins, quien adquirió a fines del siglo XIX la fábrica de azúcar llamada “Soledad”. Su propósito fue crear un centro de investigaciones botánicas que le permitiera mejorar las variedades de caña de azúcar en sus propiedades y obtener otras aún más productivas. Bajo su patrocinio, se constituye la Estación Botánica de Harvard para la Investigación Tropical y de la caña de azúcar.

El Jardín Botánico Orquideario de Soroa, ubicado en el occidente del país, fue fundado en 1943 por el abogado Tomás Felipe Camacho, propietario de la “Compañía Azucarera Central Ramona S.A”. Este sitio ha contado con una extensa colección de orquídeas de unos 18 mil ejemplares y fue declarado Monumento Nacional. Visitado anualmente por más de un millón de turistas, el Parque Retiro Josone, ubicado en el balneario de Varadero, es un estupendo jardín botánico con naturaleza variada y también era propiedad de un importante ejecutivo y rico azucarero cubano, José Fermín Iturrioz y Llaguno (1890-1969) (5, 6).

Incluso la Biblioteca Nacional de Cuba “José Martí” fue construida con aportes del azúcar. Para la construcción del edificio que ocupa su sede actual, se destinó medio centavo por cada saco de azúcar de 325 libras, de acuerdo con la Ley No.20, de 1941. Dentro de la instalación, por su importancia, se dedicó una sala a las temáticas de la agroindustria azucarera, que atesora valiosos volúmenes.

A modo de conclusiones

Este breve recorrido por la cultura, lugares y personalidades cubanas, demuestra que, tal como manifestase el destacado historiador e intelectual cubano Eusebio Leal Spengler, “No se podrá escribir jamás la historia de la clase obrera, sus luchas y su martirio sin la caña y todo lo que ella significa para Cuba. El azúcar es nuestra historia, sin ella es imposible interpretar la esencia y la verdad de Cuba” [1].

Efectivamente, la historia de Cuba está ligada de manera intrínseca al impacto económico, social, tecnológico y cultural del sector. No hay esfera de la vida cotidiana del cubano que no esté mediada, directa o indirectamente, por este legado. “Sin azúcar no hay país”, rezaba un eslogan que recorría la Isla. Sin embargo, se puede asegurar que esa frase trasciende un sentido meramente mercantil y hunde sus raíces en cada dimensión de la realidad.

Es una presencia tan perenne como la caña de azúcar misma: no hay cubano o cubana que al menos no tenga entre sus familiares a un trabajador del sector; no hay territorio en el cual no se asiente un cañaveral o se levante la torre de un ingenio. Es, podría decirse, una misión casi poética, tan profundamente cubana como las cañas que se ufanan de serlo según lo describe el poeta Raúl Ferrer en su poema Cañaveral (7): “Caña, no serás cristal/ sin tumba y alza y carreta, / sin el hierro que te aprieta/ y el fuego para cuajarte;/ que en la raíz anda el arte/ y en el camino el poeta”.

[1]                  Declaraciones al autor, en entrevista realizada en La Habana, el 19 de agosto de 2019. Archivo personal.

[1]    A los miembros de las tropas cubanas durante las guerras por la independencia se les conoce como mambises.

[2]    Ignacio Agramonte y Loynaz. Mayor General del Ejército Libertador cubano conocido como «El Mayor». Fue uno de los líderes más sobresalientes de la Guerra de los Diez Años y considerado el más grande patriota de la provincia de Camagüey.

[3]             Gerardo Machado y Morales (1869-1939): Militar y político cubano. Entre 1925 y 1933 fue presidente y tirano de la República neocolonial de Cuba. Machado redujo la libertad de expresión y recrudeció la represión, cosa que significó por parte de su mandato la lenta transición hacia una tiranía. En 1933 fue obligado a dimitir mediado por el embajador estadounidense Sumner Welles.