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El despedidor de duelos; suspiros y lágrimas

Iconografías religiosas de la necrópolis de Cristóbal Colón, en La Habana. Foto: Abel Padrón Padilla/ Cubadebate.

A la puerta de un cementerio que se respetara aguardaban siempre dos o tres despedidores de duelo. En cuanto entraba a la necrópolis un cortejo fúnebre, uno de esos personajes se dirigía con paso seguro al grupo de los dolientes y, ya entre ellos, descubría a golpe de ojo al que podía decidir por los demás.

Entonces, luego de trasmitirle su pésame, le pedía muy respetuosamente un aparte y casi en un susurro le preguntaba si tenía quién despidiese el suelo. Si ya lo tenía, no pasaba nada; nuestro personaje pedía perdón al doliente por haber molestado su atención en momentos tan amargos y volvía a la puerta para discutir el siguiente entierro.

Si le decían que no, que la familia no había encontrado a nadie a quien confiarle la tarea de despedir al difunto al pie de su sepultura, ofrecía discretamente sus servicios. Un precio módico por un discursito en que se enaltecían o se fabricaban las virtudes del muerto. Bastaban al orador unos pocos datos para conformar sus palabras que, de un entierro a otro, eran siempre las mismas que daban la vuelta.

En ellas, de manera invariable, el difunto era padre y esposo amantísimo, ciudadano ejemplar, trabajador incansable, amigo a carta cabal, y la suya, una familia que quedaba desolada por la pérdida, sumida en la desesperación y el llanto…

Cierto que eran palabras que, con los cambios imprescindibles, se repetían casi de memoria. ¡Pero qué gestos los de aquel despedidor de oficio! ¡Qué énfasis el suyo! ¡Qué cara de dolor al hacer equilibrio al borde de la tumba abierta con el sombrero colocado a la altura del pecho!  Palabras pagadas y no sentidas que conmovían, sin embargo, al pinto de la paloma.

Si en la Cuba de antaño la calidad de un traje de dril se calibraba por el número de arrugas que fuese capaz de soportar, la calidad de estos oradores de a tanto la palabra se medía por las lágrimas y suspiros que arrancaban.