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¡Aé, aé, aé! ¡Aé, la chambelona!

José Miguel Gómez y Mario García Menocal. Foto: Tomada de Cubaperiodistas.

En los comicios generales del 1 de noviembre de 1916, el mayor general Mario García Menocal y Deop, a la sazón presidente de la República, volvió a aspirar a ese cargo a fin de mantenerse otros cuatro años en el mando, y sufrió una derrota humillante frente al licenciado Alfredo Zayas y Alfonso, caudillo del Partido Liberal.

“Los liberales no ganaron más provincias porque no las hay”, reconoció Aurelio Hevia, secretario (ministro) de Gobernación, y su declaración provocó consternación en el Palacio Presidencial y entre las huestes conservadoras.

De nada valieron a Menocal los recursos del poder ni el dinero y las sinecuras que repartió a diestra y siniestra. Estuvo a punto de reconocer gallardamente el triunfo de su adversario, pero la camarilla áulica, aquella que componía su escuadra política, tenía una opinión bien distinta. A fin de torcer la voluntad popular, la fuerza pública ocupó entonces los colegios electorales y las oficinas de telégrafo, suplantó boletas, alteró los cómputos y envió reportes a la Junta Central Electoral que tergiversaban los resultados reales, mientras el Gobierno desplegaba una feroz campaña propagandística y los liberales adoptaban como himno de guerra la pegajosa melodía de La chambelona e introducían en su letra pareados agresivos y aun insultantes para Menocal.

Con todo, no pudo el presidente convertir su derrota en victoria, y el Tribunal Supremo, lejos de validar el fraude, reconoció el triunfo de la oposición, aunque lo condicionó a la celebración de elecciones complementarias en algunas zonas de Oriente y Las Villas.

Menocal no parecía dispuesto a soltar la Presidencia, y poco podían esperar los liberales de aquellos comicios complementarios. Fue así que, acaudillados por el mayor general José Miguel Gómez, expresidente de la República, decidieron alzarse en armas contra el Gobierno en una insurrección que pasó a la historia como la revolución de La Chambelona.

Sus partidarios eran numerosos en Las Villas, reducto natural del liberalismo, y en Camagüey. Contaban con no pocas simpatías en el seno de las fuerzas armadas y el éxito pareció sonreírles en los primeros momentos, pero pronto el viento comenzó a soplarles en contra. Perdieron mucho tiempo las huestes liberales que se trasladaban en tren hacia occidente. José Miguel incluso hizo detener la marcha y bailó La chambelona en el parque del poblado de Majagua antes de que un oscuro teniente, sin que nadie se lo ordenara, prendiera fuego al puente de Jatibonico y detuviera lo que hasta ese momento había sido un avance triunfal. Para remate, el Gobierno norteamericano, al que los liberales acudieron en busca de respaldo, léase intervención militar, declaró que no apoyaría ninguna insurrección ni reconocería al Gobierno que pudiera emerger de ella, en tanto que enviaba a Cuba cuatro barcos de guerra que respaldarían a Menocal,

Así las cosas, el 8 de marzo de 1917 José Miguel era apresado en Caicaje junto con su hijo Miguel Mariano y toda la escolta. Se dispuso entonces que el expresidente fuera trasladado a La Habana, donde sería internado en el Castillo del Príncipe.

Desbordada por la alegría, ensoberbecida por la victoria, la camarilla áulica no se contentaba con la prisión de José Miguel; quería, además, humillarlo. Y a Palacio fueron Arturo Renté, Lorenzo Llodrá y José Polanco, entre otros de la escuadra política, para, en busca de aprobación, comunicar sus planes a Menocal: como el caudillo liberal arribaría a La Habana por la Estación Central de Ferrocarriles, nada les parecía mejor que hacerlo caminar el Paseo del Prado, desde Neptuno hasta el Malecón y hacerlo volver de nuevo hasta Neptunio, donde esperaría el carro jaula que lo conduciría a la prisión.

Menocal escuchó la propuesta. Guardó silencio durante largos minutos, se quitó las gafas y, mientras limpiaba los cristales con un pequeño lienzo, dijo:

─Ustedes olvidan que ese hombre que viene preso es un general de la independencia. Ustedes olvidan que ese hombre que viene preso es un mambí que se cubrió de gloria en el combate. Ustedes olvidan que ese hombre que viene preso, y que hoy es mi adversario, fue mi compañero en la guerra. Ustedes olvidan que ese hombre que viene preso tiene su casa en el Paseo del Prado y que allí está su esposa América, que es una cubana que probó su valor en la manigua y es digna del mayor respeto, y yo no puedo permitir, bajo ningún concepto, que presencie un espectáculo como ese. Ustedes olvidan…

Menocal se acomodó las gafas, guardó el pequeño lienzo en el bolsillo derecho de la chaqueta e interrumpió su discurso, porque ya los miembros de su escuadra política de uno en fondo y en puntillas trataban de escabullirse del despacho presidencial.

Entre cubanos

Aquellas elecciones complementarias que pidió el Tribunal Supremo se celebraron al fin y, como lo supusieron los liberales, transcurrieron bajo la coacción y el fraude. En los colegios de Las Villas aparecieron más electores que los registrados en el censo y en no pocas localidades el pucherazo fue total. El 8 de mayo de 1917 se constituía el Congreso para proclamar a Menocal como presidente de la República y al resto de los candidatos triunfantes. Y el Parlamento sesionó con la asistencia de cuarenta legisladores liberales que aseguraron el cuórum requerido.

La insurrección fue languideciendo. Algunos alzados fueron asesinados, como el general mambí Gustavo Caballero y el exsenador Nicolás Guillén (padre). El comandante José Lezama Rodda, padre del poeta, recibía en pleno campo de batalla su ascenso a teniente coronel firmado por el propio Menocal. En Santa Clara se entregaban los hermanos Carlos y Gerardo Machado, y a Zayas lo arrestaron en Cambute, cerca de Guanabacoa, donde permaneció “agachado”.  Los núcleos rebeldes eran batidos o se rendían sin luchar y se recluía a los cabecillas en las prisiones de la Cabaña. Los tribunales condenaron a muerte a algunos de ellos, pero Menocal les conmutó la pena por la de cadena perpetua y poco después los indultó a todos, incluso a José Miguel, que pasó 11 meses tras las rejas. Los funcionarios electos que se alzaron en armas también fueron perdonados, pero se les impidió que asumieran sus cargos.

En definitiva, todo quedó entre cubanos, como se decía en la época. Una época en la que nada era más parecido a un liberal que un conservador y viceversa.