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El teatro Shanghái

La entrada al Shanghái. Foto: Filme Nuestro Hombre en La Habana.

La crónica habanera está llena de agujeros negros. Hay toda una historia acerca del cabaret Tropicana y relatos pormenorizados sobre el bar Floridita. Y justo es que se les ensalce por lo que fueron y siguen siendo. Sin embrago, de un cabaret como el Sans Souci, establecimiento de primera línea en la noche habanera anterior a 1959, apenas se habla. No se trata solo de un lugar que ya no es, sino que su historia parece irremisiblemente perdida. A esa categoría pertenece el teatro Shanghái.

Lo primero que conviene aclarar es que ese coliseo de la calle Zanja número 205 -donde está ahora el parque dedicado a Confucio- presentaba, y así se leía en su marquesina, un espectáculo “frívolo y picaresco”. Precisaba en su reclamo: “Todo como en Paris”, con lo que, escribe el musicógrafo Cristóbal Díaz Ayala, “quien no hubiera ido nunca a París se le quitaban para siempre las ganas de visitar la capital de Francia”.

Su programación se inscribía en la tradición cubana del bufo. Más que un teatro pornográfico, Díaz Ayala lo define como un escenario de malas palabras y coristas gordas desnudas. En la cartelera se anunciaban “desnudos artísticos y bailables nudistas”, pero lo habitual eran cinco o seis coristas desnudas o apenas cubiertas por una leve gasa que permanecían estáticas en la escena durante uno o dos minutos antes de que cayera el telón.

El desnudo en el Shanghái fue siempre femenino y nunca se llegó a la escenificación del acto sexual, sí su amago: una mujer, mientras coqueteaba con un hombre, se quitaba la ropa hasta el panty. De ahí no pasaba. O dos o más coristas se desnudaban al compás de una rumba y el telón caía lento cuando se habían despojado ya de la última pieza. El algún momento se proyectaron películas pornográficas. El homosexual no era un tipo fijo en las puestas. Un número como el de Superman, aquel personaje que lucía en escena su varonía descomunal y que fornicaba al parecer sin cansancio, nunca se escenificó en el Shanghái, sino en la habitación de un prostíbulo del barrio de tolerancia de Pajarito y siempre ante un público reducido que pagaba una cuota alta para presenciarlo.

No explotaba el Shanghái el tema político. Bastaba en sus obras el tema sexual. Aunque ninguna de las obras que exhibió debió haber sido nada del otro jueves, su programación cambiaba a menudo y los estrenos se sucedían con frecuencia, como, a modo de ejemplo, se desprende de los anuncios insertados en la cartelera del periódico Prensa Libre en sus ediciones correspondientes a julio—agosto de 1949. Había funciones de lunes a sábado, a las 8:30 y 11:30 de la noche, y también a las tres de la tarde, los domingos. De cuando en cuando se presentaban funciones especiales a las doce de la noche. Nunca nada excepcional; algún estreno, por lo general. Amores en Varadero, La mujer artificial, Mi marido, el otro y yo, y Macho o hembra, eran los títulos de alguna de esas obras. Nunca se mencionaba el nombre de los autores en los anuncios del periódico ni en la cartelera que se colocaba en el propio teatro.

Se conservan pocas fotos del Shanghái. El público no accedía por Zanja, sino por Manrique. La taquilla y la puerta de entrada quedan al lado izquierdo de la fachada del inmueble. Desde allí se avanzaba por un pasillo, donde se vendían libros pornográficos y revistas de desnudos. El lunetario quedaba a la derecha. Había un primer piso o tertulia. Se abonaba un peso para acceder a la platea, y cuarenta centavos para la taquilla.

El público, en su mayoría, era cubano. Al igual que en el teatro Alhambra, las funciones eran para hombres solo. Lo mejor de su repertorio era la parodia del Don Juan Tenorio, de Zorrilla, que se llevaba a las tablas, de manera infaltable, cada dos de noviembre, Día de los Fieles Difuntos. La orquesta la conformaban piano, batería, trompeta, violines y uno o dos instrumentos más. A uno de los violinistas le apodaban Calabaza. Actores destacados del Shanghái fueron el Chino Wong y Armando Bringuier -el Viejito Bringuier-, que también se movieron con éxito en la radio, la TV y otros teatros.

Arrebataba en sus presentaciones -y nunca se desnudó en la escena- la rumbera Cuquita Carballo. Se presentaban en el Cabaret Regalías, programa estelar de CMQ Televisión y shows de los cabarets Sierra y Bambú Club. Se inició muy joven como parte del elenco del circo Santos y Artigas, que le abrió todas las puertas. Una artista muy completa que trabajó asimismo para la radio y dejó grabados varios discos de larga duración.

Muy celebrada fue su interpretación de Flor Canela, del puertorriqueño Bobby Capó. Figuró entre los talentos artísticos que brindaban entretenimiento a militares norteamericanos en los días de la segunda guerra mundial y mereció por ello una condecoración del gobierno de Washington. Como vedette fue muy popular en España y se hizo aplaudir en casi toda América del Sur. En Brasil, donde filmó no pocas películas, una calle de Río de Janeiro lleva su nombre.

Existía en el Shanghái una participación muy intensa del público. En una ocasión, cuando se hacía en la escena un brindis con champán, un espectador de la tertulia rompió a gritar que brindaban no con champan, sino con Materva, un refresco de color amarillo. Trataban los actores de avanzar con el libreto, pero las risas del público y los gritos del importuno, no se le permitían. Estaban ya a punto de encender las luces para poner fin al desorden, cuanto Tobita, el negro de la compañía se adelantó al proscenio y dirigiéndose al intruso, copa en mano, gritó:

-Claro que es Materva… por cuarenta kilos que pagaste de entrada, ¿qué c… querías? ¿Champán de verdad?

El teatro se cayó abajo por los aplausos.

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