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Visita a la ciudad condal

La iglesia merece párrafo aparte. Hace años se revivieron las procesiones que dieron fama a la villa; la virgen sale a la calle todos los 7 de octubre. Foto: ACN

Este periodista se precia de conocer bien la geografía cubana, sin embargo no había visitado nunca Santa María del Rosario. Desconocimiento imperdonable porque esa maravilla de la Cuba profunda se encuentra solo a unos 25 kilómetros al este del centro de La Habana. Fue fundada en 1732 por el primer  Conde de Casa Bayona. El sexto y último Conde, que honró con su amistad a quien esto escribe, murió en La Habana, en 1969, sin descendencia.

A las cualidades de sus aguas casi milagrosas y al esplendor de su iglesia, donde se rinde culto a la Virgen del Rosario, debe su fama esta villa de algo más de tres mil habitantes y que hoy es un barrio del municipio del Cotorro. No deja de ser paradójico ya que el Cotorro, que se fundó casi cien años después de Santa María del Rosario, comenzó a formarse como territorio en la ciudad condal, pero en 1930 la Carretera Central dejó a un lado a Santa María del Rosario y propició el desarrollo del Cotorro, y al Cotorro se trasladaron, después de 1959, el juzgado, la estación de policía y la casa consistorial.

Apenas sin industrias ni edificio altos ni modernos, regalando al visitante su apariencia de pueblo calmo y limpio de una Cuba rural y aldeana, Santa María del Rosario quedó enquistada en la historia. Puede ufanarse de ella.

Allí aconteció, en 1727, la primera sublevación de esclavos que se registra en la Isla, anterior a la del Cobre, que siempre se tuvo como la más antigua. En sus predios libró Pepe Antonio su gran batalla contra la invasión británica de 1762 y ese fue el escenario en que el coronel Adolfo del Castillo acometió dos importantes combates durante la Guerra de Independencia. En Santa María del Rosario nació el ilustre hispanista José María Chacón y Calvo, último Conde de Casa Bayona, y en su iglesia casó con Lilia Esteban, descendiente del Marqués de Esteban, Grande de España, el novelista cubano Alejo Carpentier.  En 1930 el poeta Federico García Lorca, gran amigo de Chacón y Calvo, visitó la localidad, y años después, en 1936 ó 37 estuvo en la villa Alfonso de Borbón y Batenberg,  primogénito  de Alfonso XIII y Príncipe de Asturias que perdió su derecho al trono español al contraer matrimonio con la cubana Edelmira Sampedro, natural de Sagua la Grande. Más acá en el tiempo, en noviembre de 1999, la visitó la reina Sofía, de España; apoyaba con su presencia un proyectado financiamiento para la restauración del casco histórico local por parte de entidades españolas.

El presidente Grau dio a Santa María del Rosario el titulo de Monumento Nacional en 1946. El balneario es famoso por sus aguas sulfurosas y carbonatadas, aguas que restauraron la salud del primer Conde de Casa Bayona. La Loma de la Cruz es testigo mudo del entierro de los esclavos que aquel primer Conde mando asesinar durante la sublevación de 1727…

Santa María del Rosario. Foto: Robin Thom

La iglesia merece párrafo aparte. Hace años se revivieron las procesiones que dieron fama a la villa; la virgen sale a la calle todos los 7 de octubre.

Asombra la techumbre del templo, de maderas preciosas. Sus altares son de cedro y oro, y de cedro cromado en oro las imágenes de bulto de San Francisco y San Antonio que allí se veneran. Son de mucha cuenta las obras de arte que atesora, entre ellas las cuatro pechinas, obra de Nicolás de la Escalera, el primer pintor cubano del que se guarda memoria.

En una de las pechinas se aprecia a la familia del primer Conde, orando, y, junto a ella, un esclavo.

¿Qué hace allí? ¿Qué hizo para que mereciera tal honor?

Sucede que el negro curó su amo, gotoso y paralítico con baños de las aguas locales cuando ya los médicos lo daban como casi perdido. Y el Conde no encontró mejor forma de retribuirlo que haciéndolo retratar al lado de los suyos.

La iglesia se construyó en 1777. En una ocasión la visitó el Obispo Espada. No se había inaugurado aún la Catedral de La Habana  y el ilustre prelado, que accedió a la invitación del tercer Conde, pensó que encontraría una iglesita de pueblo.

No ocurrió así y quedó deslumbrado con aquel templo, tanto más que nosotros ahora. Y lo bautizó de manera justa. Dijo el Obispo: “Esa es la catedral de los campos de Cuba”.