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Desde Zona de Arte: Luis Enrique Camejo, con el alma en el lienzo

Según confiesa Camejo, toda su obra es un autorretrato. Foto: Reno Massola/ Cubadebate.

Después de entrar a su mundo, tu realidad nunca será la misma. La certeza me abrazó una mañana de confinamiento. Tenía cien obras hablando por sí solas, llevándome de la mano. Y a él, esperando en la segunda planta de la galería Collage Habana para completar el viaje.

Bastaron esas horas para quedarme fascinada con su universo, con la vida como él la entiende y el arte como lo asume y lo defiende. Los colores que le inventa a los días, con su poesía desafiante tatuando la superficie por fuera y el alma por dentro. Son él y un sueño a la hora de la verdad, con un trozo de algo que le haga las veces de piel a los trazos. Si es con café mediante, entonces mejor. Pues pareciera que Luis Enrique Camejo Vento entendiese mejor la vida después de una buena taza. Una que le esboza nuevas perspectivas y le pare cuadros al arte.

Curador en sí mismo del ambiente en torno a sus obras y enemigo de las repeticiones, Camejo logra que confluyan las artes visuales con tradiciones, diálogos interculturales, rostros de ciudad de gente, de versos. Un reencuentro –bajo el mismo techo– con el arte en primera persona.

“Generar la creatividad del otro” es provocación constante en sus cuadros. Desafiar el sesgo individual de toda creación para despertar sinergias, imprimir nuevas energías, y el arte como recurso de salvación, son de las esencias que él sabe volcar en los lienzos. Porque si no, no sabe igual ese pedazo de viaje que entendemos por vida; si no, se le hace más difícil redescubrir la parte de sí mismo que le confía a cada pieza.

Ya me lo había confesado antes, una mañana de exposición en la galería donde su Coffee Time le dibujaba libertades y cafés compartidos a los meses de confinamiento: “Hay algo tan importante como peligroso: tener un sello.

Su pintura está más cercana a lo psicológico que a lo narrativo. Confiesa Camejo, modestamente, que él no cuenta nada, “pero sí hay una atmósfera, un pensamiento, un sentimiento…”. En todo caso, bendita manera la suya entonces de no contar nada y —a la vez— decirlo todo, como en un abrazo.

A su obra no le faltan premios ni virtudes. Pero él, es de quienes esquiva las grandezas en el diálogo. Quizás porque se resiste a la quietud estéril, y encuentra combustible en la experimentación de fórmulas propias para salirse de las trampas de su oficio; para dejar en visto a la rutina y hacerle guiños, desde lo motivador de algo nuevo. Un algo que nace de la investigación, de la contundencia del sentido filosófico, de códigos y simbolismos. Y un alguien que, acaso sin proponérselo, sublima sueños.

Cada obra suya retrata un camino, la búsqueda, el regreso…. El viaje desde el epicentro de una alegría, una nostalgia, el amor, un tiempo… Quienes se figuran ante ti, ante mí, ante nosotros, son la voz y los pasos de quien ha desandado ya mil emociones en la geografía de su cosmovisión, hasta escapárseles de las manos para volcarse en imagen. Un viaje desde la fe y el sentido que cobran vida en sus cuadros.

Algo es cierto: Camejo tiene el don de salvar con su arte, de conectar de tajo, de mirar la realidad desde la piel del otro. De apropiarse de lo cotidiano y devolvérnoslo universal, infinito. Un hombre a quien le bastan segundos para encantar y para quien, definitivamente, no te alcanzan los años.

Porque hay una fuerza allí latiendo en los trazos, en las texturas, en los colores. Hay un discurso que seduce y pinta verdades. Y sobre todo, por eso: porque antes de que puedas deleitarte frente una obra, él la ha soñado primero en mil formas y se las ha ingeniado para dejar, el alma en el lienzo, y en cualquier trozo de espacio.

Foto: Reno Massola/ Cubadebate.

En video, crónica para un artista que “no puede ocultar el alma”