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Un testimonio necesario: Mi COVID asintomático en La Habana

No tuve dolor de cabeza y articulaciones, tampoco fiebre, tos o decaimiento. Estoy en La Habana, me encuentro en proceso de recuperación de mi salud y además debía viajar, llegaría a la casa de una gran amiga y compañera. El país al que iba no requería la prueba PCR a los viajeros, sin embargo decidí hacérmela. Esperé confiada el resultado. No tenía indicios de estar contagiada, pues había mantenido disciplinada y rigurosamente, las normas e instrucciones dadas por las autoridades sanitarias. Es más, la mascarilla o nasobuco*, trabajada en mancomunidad y entregada sin costo por mis vecinos organizados, la usaba religiosa y continuamente apenas cruzaba el dintel de mi puerta.

A las 48 horas recibí una llamada: el resultado dio positivo. La disposición fue clara: no salir de casa y esperar hasta que me contacten desde la Posta Médica que atiende a las familias de mi sector. En poquísimos minutos me llamó nuestra Doctora. Ella me pidió que identifique a todas las personas con las que había tenido contacto en la última semana, me reiteró que no salga de mi vivienda y que vaya alistando algunos enseres personales, pues sería hospitalizada.

En algo más de una hora, a mi domicilio, llegó la ambulancia con los paramédicos, para llevarme al internamiento. Con un estricto protocolo seguido por todo el personal médico, de limpieza y administrativo, me ingresaron al centro hospitalario y realizaron una batería de exámenes de laboratorio, radiológicos y clínicos, siendo estos últimos recurrentes durante todos los días que estuve ingresada. No podía estar mejor atendida.

Mientras esto pasaba conmigo, todos mis contactos, incluidas obviamente mis anfitrionas de residencia y mis compañeras de oficina, habían sido debidamente contactadas por las postas médicas de sus respectivos sectores, el mismo día de mi hospitalización. Recibieron la disposición de permanecer en sus casas, no recibir visitas y usar la mascarilla o nasobuco, si es que compartían un mismo espacio con cualquier miembro de la familia, situación que en la medida de lo posible debía ser evitada.

Estuve internada varios días, tratando de ocupar mi tiempo para escapar de la angustia que me asaltaba al imaginar que, de un momento a otro, apareciese algún síntoma y que lo tenga que enfrentar sola, lejos de mi familia y mis montañas. Me tranquilizaba mucho la llamada diaria de la doctora que atiende la Posta Médica de mi municipio para saber cómo me sentía en mi estado de salud y, de igual forma, me reconfortaban los saludos y ánimo  que me daban mis familiares y amistades. Amé más que nunca el desarrollo tecnológico y la posibilidad moderna de comunicación. En pocos días un nuevo PCR, negativo esta vez, abrió mi camino de regreso a casa, donde por varios días más debí continuar en total aislamiento sanitario. Como es habitual aquí para salir, solamente tuve que dar las gracias a todo el personal de salud y de servicios que me atendió solícitamente.

Era medio día cuando regresé y lejos de estar alegre, una angustia contenida mientras estuve hospitalizada se mezcló con el enorme vacío que sentí por estar sin mi familia. ¿Cómo haría para comer? La preparación del frustrado viaje supuso que deje totalmente limpia la cocina, no tenía ni un pan. Saludé desde el jardín a mis amigas que habitan en la segunda planta y me senté en mi pequeñísima sala peleando con mis ojos para que no salgan las lágrimas. No sabía qué hacer, estaba en una nebulosa hasta que la voz de Xiomara, una de las compañeras que viven en la parte superior, me trajo a la realidad:  -“Hola, bienvenida, mira, vamos a estar siempre con nasobuco, toma estos guantes, yo te dejo la comida en la mesa del jardín, tú la llevas a tu casa y después me dejas los platos ahí mismo” , “si necesitas algo hay que llamar a la delegada del Poder Popular, ella nos envía un mensajero voluntario que nos trae todo lo que necesitamos, porque no podemos salir”,  “sabíamos que ya venías, pues la Doctora de la Posta Médica, nos ha estado informando todos los días de tu estado de salud”. Al rato, sonó el teléfono, era Isabel, la dueña de casa, que me dio la bienvenida y me dijo que me habían preparado una sopita para compartir. Entonces, volví a la realidad, sí, a la realidad: nadie aquí puede estar con el estómago vacío. ¡Estoy en Cuba!

Si, estoy en Cuba, país al que no le importó mi nacionalidad para darme el cuidado médico que nunca lo hubiera tenido en otro país del mundo por mi condición asintomática. En esta Cuba tejida de solidaridad, donde, literalmente, su pueblo comparte lo que tiene y no lo que le sobra. En esta Cuba cuyo gobierno da atención de salud, científica y de calidad, gratuitamente, a toda la población. En esta Cuba con un pueblo que resuelve estoicamente, cada día, desde hace más de 60 años, las necesidades causadas por un brutal y cruel bloqueo y, además, tiene la increíble capacidad de compartir, por ejemplo su ciencia médica y sus profesionales de la salud, con quien necesita y solicita. Así me reencontré con mi humanidad profunda, agradeciendo a la vida la suerte de enfrentar a la pandemia en este país Luz.

Un día, un común almuerzo se volvió el más exquisito banquete que he tenido cuando, mirando la televisión, escuché la noticia  que se había iniciado la fase III de los ensayos clínicos de dos candidatos vacunales cubanos: “SOBERANA 02” y “ABDALA”. Llevaban varios días aplicando la primera dosis de vacuna y placebo a 44 mil voluntarios en diferentes municipios de La Habana. No pude menos que sonreír y dije para mis adentros: de nuestra América Latina, solo en Cuba es posible. Y es que la investigación científica hace de este pequeño y asediado país el primero, de América Latina y el Caribe, en tener cincos candidatos vacunales en etapas, tan avanzadas de desarrollo, que le acercan velozmente al lanzamiento de más de una vacuna contra la enfermedad que agobia al Planeta y a la inmunización universal de su población. La admiración sobre este hecho no la esconden ni los más grandes medios de prensa estadounidense.

La batalla contra el COVID-19 en Cuba no es un punto luminoso aislado en medio de una noche obscura. Es todo un sistema, un entramado social, que permite la atención de salud de la que he sido beneficiaria, no solamente con el cuidado hospitalario y aún siendo paciente asintomática, sino con el modelo de atención primaria gracias al cual se hace el seguimiento de cada habitante por los diferentes niveles de atención. Ello implica un seguimiento médico a todas las personas que fueron mis contactos en los días en que yo podía transmitir la enfermedad, realizando el examen PCR a cada una de ellos y controlando, en aislamiento, sus probables síntomas.

En esta Cuba, el sistema de salud se conjuga con los sistemas político, científico, educativo, comunicacional que se ejecutan, en gran parte, por la existencia de estructuras del Poder Popular y que son las que están atentas para subsanar las necesidades que tienen las personas sujetas a aislamiento Esa atención, ya sistémica, nace y se fortalece en un pueblo con natural y elevada conciencia solidaria. Una prueba de ello son sus Brigadas Médicas “Henry Reeve” desplazadas a todos los países que las requirieron y que hoy, una parte de la agradecida humanidad, las han candidatizado para el Premio Nobel de la Paz. Aquí también, y ya mismo, estarán sus vacunas, que a más de inmunizar a la totalidad de los habitantes de la Isla, también serán utilizadas por aquellos países que las soliciten. Como adelanto vale mencionar que Cuba no exigió a los países de la ALBA, -por ejemplo- “convenios” secretos ni cláusulas de confidencialidad, ni entrega de activos intangibles. El acuerdo se firmó ante los ojos agradecidos y esperanzados de los habitantes de esos países, en un acto de alegría y solidaridad.

Mientras escribo estas letras, mi teléfono me interrumpe con mensajes. Allá en Ecuador, entre los Andes que añoraba en mi aislamiento, estaban mis amigos y compañeros, desesperados, buscando una cama hospitalaria para uno de los más valiosos y coherentes dirigentes indígenas y agrarios de Chimborazo, el Pacho Coro, quien acaba de enterrar a su hijo, el Miguel, que se fue a vivir en Quito hace bastantes años. Toda la familia se contagió de covid. El Miguel, defensor de su pueblo y artista, relativamente joven, no resistió. Y me entra la bronca y la impotencia. Mi covid asintomático… cuidado, su covid grave… a la buena de dios, como ocurrió con decenas de miles de mis coterráneos. Dos países, dos sistemas. Pero hubo un tiempo, no muy lejano, en que también ahí enfrentamos epidemias con éxito, con atención primaria, con un sistema de salud funcionando, con una movilización general de todas las estructuras estatales y con las puertas abiertas a la cooperación solidaria, gracias a la voluntad política de un gobierno que apostó por la vida de la gente. Hubo un tiempo de soberanía, justicia y dignidad que tiene que regresar.

*nasobuco: mascarila de tela que cubre nariz y boca. Término bien cubano, pandémico, concebido para quedarse... ya lo dirá, en su momento tardío, hasta la Realísima Academia de la Lengua.