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Miss Burbujas

Prado y Neptuno, La Hbana, Cuba, 1944.

Los que la vieron apenas dieron crédito a sus ojos. Muchas cosas, ciertamente, habían ocurrido durante décadas a lo largo del Paseo del Prado -asesinatos a mansalva, atentados políticos, estafas… hasta el asalto a un banco, que  protagonizaron Guarina y “el chino” Prendes- pero aquello superaba cualquier expectativa. Seguida por una turba de curiosos, que la exaltaba y denostaba a la vez, una mujer en lo mejor de su edad, avanzó desde la calle Ánimas, donde descendió de un taxi,  hasta el Parque Central y en su camino llegó incluso a bailar, en el mejor estilo cabaretero, algunos de los compases de La engañadora, el popular chachachá de Enrique Jorrín, que salía a la calle desde la victrola del Wonder Bar, en la esquina de Virtudes. Al llegar a Neptuno, en los alrededores del busto del gran periodista cubano Manuel de la Cruz, la rodeaba ya una multitud considerable. “¡Descarada!”, gritaban algunos. “¡Bárbara!”, opinaban otros y con esa palabra sintetizaban su belleza. Pero todos por igual se la comían con los ojos.

​Y es que aquella mujer que tenía la certeza de que ella no era como la engañadora a la que se aludía en la pegajosa melodía del mismo título, se empeñó en demostrarlo en el atardecer del 7 de noviembre de 1953, cuando tomó la iniciativa de recorrer desnuda, o casi, una de las zonas más populosas de La Habana.

​Las fotos que in situ tomó el foto reportero Rubén González Muñoz, del periódico Información, de La Habana, la muestran de cuerpo entero. Aquella dama rubia -al menos en apariencia- y cuidadosamente peinada, con abundantes méritos anteriores y posteriores -nada de almohaditas ni de rellenos, como en el célebre chachachá- cubría su generosa anatomía solo con la parte inferior de un ceñido biquini. Todo lo demás lo llevaba a la vista, aunque resguardado por una capa de agua… transparente. Como complemento de tan breve atuendo portaba una sombrilla que abrió en cuanto salió del automóvil frente al Casino Español de La Habana.

​Un coro disonante de piropos de los más diversos matices y colores escoltó la entrada de la señora en el Parque Central. Los automovilistas detenían la marcha de sus vehículos y la saludaban a bocinazo limpio.

​Apareció al fin un desconcertado policía.​

​-¿Qué hace usted así en este lugar? -preguntó el agente del orden.

​-Solo quiero demostrar que no soy la engañadora.

​Desconocía el vigilante si se hallaba en presencia de una exhibicionista o de una loca. De todas formas, tenia que proceder y condujo a la joven a la Tercera Estación de Policía, en la calle Dragones, donde ella reveló sus generales.

En cuanto a Miss Burbujas, desconoce el cronista qué pasó con ella tras su tránsito por la unidad policial de la calle Dragones.

​Dijo llamarse Virginia Martha Lachima, bailarina norteamericana conocida en el mundo del espectáculo con el nombre de Miss Burbujas. Pronto debutaría en un cabaret de La Habana y había querido hacer una demostración de su arte, un anuncio en vivo en el área más concurrida de la ciudad.

​Desde finales de los años 40, el desnudo femenino estaba a la orden del día en Cuba, y no solo en teatros como el Shangai, en la calle Zanja, en el Barrio Chino. Eran numerosas las publicaciones que reproducían exclusivamente foto de mujeres sin ropas e incluso periódicos muy serios las publicaban bajo títulos llenos de sugerente desenfado, tales como “El pollo del día” o “El arte con vitamina C”. Las revistas teatrales tampoco querían quedarse atrás y en el teatro Nacional, Brenda, una bailarina uruguaya, se mantuvo en el candelero al exhibir su cuerpo maravilloso. Su mérito como artista no era cosa del otro mundo, pero sí su figura. Sólida, bien dispuesta, de carnes apretadas y firmes, senos cortos, vientre redondo y pequeño, caderas de ánfora…

​Brenda en La Habana llegó al clímax del escándalo cuando montó en el Nacional la revista titulada Cocaína, que en siete días dejó a sus empresarios -entre ellos, la propia bailarina- treinta mil dólares de ganancia limpia.

​Presa de súbita honestidad, el Gobierno decidió suprimirla. No se olvide que en ese tiempo existía una Liga de la Decencia, que tenía su sede en Obispo y Aguiar, en los altos del café Europa, sociedad que hacía mucho ruido en contra de espectáculos como ese. Ahora, ¿qué suprimió el Gobierno? La revista, pensará el lector. Pues no, suprimió el título y a partir de ese momento la obra apareció en carteles como Sensación, antes Cocaína, con  lo que la gente rió hasta soltar las tripas y continuó llenándose el teatro.

​Pero casi todo lo que sube, tiene que bajar. Brenda desnuda empezó a aburrir en el Nacional y desnuda pasó al Teatro Martí, con lo que el público supo ya a qué atenerse. Y cuando la taquilla habló claro, la hermosa uruguaya reapareció vestida, con lo que, por lo inédito e inusitado, alcanzó el mismo éxito de cuando  se presentó desnuda por primer vez.

En cuanto a Miss Burbujas, desconoce el cronista qué pasó con ella tras su tránsito por la unidad policial de la calle Dragones. Seguramente, se   obligada a pagar una multa por el delito de escándalo público. O tal vez la Policía se mostrara compasiva con ella. O alguien, paternalmente intercedió a su favor. De cualquier manera, pagara la multa o no, estamos seguros de que su generoso anuncio repercutió en la promoción de su espectáculo.