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¡Gabo, asere!

Tiene que ser amor, y tiene que ser idilio, cosas de ebrios sin mesura, de enfermos de literatura... No hay otra explicación para poder dibujar el mapa de Aurelianos en un país donde todos somos aseres. A 94 años de su natalicio, Gabo es un asere más, y para su suerte, sí tiene quien le escriba.

"Antes de la Revolución no tuve nunca la curiosidad de conocer a Cuba. Los latinoamericanos de mi generación concebíamos a La Habana como un escandaloso burdel de gringos donde la pornografía había alcanzado su más alta categoría de espectáculo público mucho antes de que se pusiera de moda en el resto del mundo cristiano", dijo cuando se le cuestionó, entre otras cosas, su amistad con Fidel. Pero Gabo fue hierro e hizo silencios: "La nuestra es una amistad intelectual, cuando estamos juntos hablamos de literatura".

Entre sus anécdotas referidas a Cuba se halla la de aquel 1.º de enero, cuando los ruidos lo sacaron de su apartamento y se enteró de que Batista ya no estaba más en Cuba, y la posibilidad de visitar el país por vez primera se le hizo más real.

En una ocasión contó: '

El 18 de enero, cuando estaba ordenando el escritorio para irme a casa, un hombre del Movimiento 26 de Julio apareció jadeando en la desierta oficina de la revista en busca de periodistas que quisieran ir a Cuba esa misma noche. Un avión cubano había sido mandado con ese propósito. Plinio Apuleyo Mendoza, y yo, que éramos los partidarios más resueltos de la Revolución Cubana, fuimos los primeros escogidos.

Apenas si tuvimos tiempo de pasar por casa a recoger un saco de viaje, y yo estaba tan acostumbrado a creer que Venezuela y Cuba eran un mismo país, que no me acordé de buscar el pasaporte. No hizo falta: el agente venezolano de  inmigración, más cubanista que un cubano, me pidió cualquier documento de identificación que llevara encima y el único papel que encontré en los bolsillos, fue un recibo de lavandería. El agente me lo selló al dorso, muerto de risa, y me deseó un buen viaje.

El inconveniente serio se presentó al final, cuando el piloto descubrió que había más periodistas que asientos en el avión, y que el peso de los equipos y equipajes estaba por encima del límite aceptable. Nadie quería quedarse, por supuesto, ni nadie quería sacrificar nada de lo que llevaba, y el propio funcionario del aeropuerto estaba decidido a despachar el avión sobrecargado. El piloto era un hombre maduro y serio, de bigote entrecano, con el uniforme de paño azul y adornos dorados de la antigua Fuerza Aérea Cubana y durante casi dos horas asistió impasible a toda clase de razones. Por último uno de nosotros encontró un argumento mortal:

—No sea cobarde, capitán —dijo— también el Granma iba sobrecargado.

El piloto lo miró, y después nos miró a todos con una rabia sorda.

—La diferencia —dijo— es que ninguno de nosotros es Fidel Castro.

Pero estaba herido de muerte, extendió el brazo por encima del mostrador, arrancó la hoja del talonario de órdenes de vuelo y la volvió una pelota en la mano.

—Está bien —dijo—  nos vamos así, pero no dejo constancia de que el avión va sobrecargado.

Se metió la bola de papel en el bolsillo y nos hizo señas de que lo siguiéramos. Mientras caminábamos hacia el avión, atrapado entre mi miedo congénito a volar y mis deseos de conocer Cuba, le pregunté al piloto con un rescoldo de voz:

—Capitán, ¿usted cree que lleguemos?

—Puede que sí —me contestó— con la ayuda de la Virgen de la Caridad del Cobre.

Un aterrizaje de emergencia hizo que la primera tierra que Gabo tocó en Cuba fuese camagüeyana. Sin nada más que su intuición, sabía que la isla sería una marca imborrable en su cuaderno de memorias, que este cielo y estos hombres eran la vida misma narrada en tiempo real.

Junto a Fidel fundó, allá por 1986, la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, donde fue director y maestro. Se hizo embajador sin título en un país donde su obra es imprescindible en todos los niveles educativos. Quizá por eso una vez dijo: "Ustedes los cubanos, además de leer mucho, saben leer bien".

Entre tantas anécdotas que llevan su nombre, aquella de cuando entró a una librería en La Habana y un custodio lo reconoció es mi favorita.

Al salir García Márquez, otra persona se acercó para preguntar quién era, a lo que él primero respondió: «Es un gran escritor cubano que vive en Colombia». Lo cierto es que Gabo sigue siendo un gran escritor cubano, son cosas que la eternidad nunca nos podrá reclamar.

El del Premio Nobel, los libros de mi infancia, mi amor en tiempos de cólera, de lluvia y ansiedades... Gabo cubanísimo, puro, regalo de un 6 de marzo en que la naturaleza dijo gracias. ¡Qué abrazos tan lindos da la vida! ¡Asere! ¡Gabo! Ni 100 años de condena podrían solventar todos estos espacios donde no estás.

La hojarasca es un sepulcro, y tus putas tristes, tu coronel, tu laberinto, tu patriarca... Los demonios, Gabo, los demonios están escribiendo las noticias de tu América. ¿Cómo se le explica a la Patria que no quedan crónicas? Nos anunciaron la primavera, y para ti bastó, pero, Gabo, te hiciste imperecedero, verbo, asere... Y eso, aquí, es inmortalidad.

(Tomado de Vanguardia)