- Cubadebate - http://www.cubadebate.cu -

La lectura no tiene edad

Aprovechando el encierro y creando hábitos desde la infancia, aunque se asusten. Foto: Manuel Mon/Cubadebate.

La lectura no tiene edad. Pero pocos coinciden con esta idea. Generalmente se piensa lo contrario. La tradición consagra textos y los va acuñando para tal o cual público sin pensar que el acto de leer debe ser un hallazgo de cada quien, un camino misterioso que un día se abre ante las personas y les permite encontrar lo inexplicable y sublime. ¡Y disfrutarlo!

La lectura no tiene edad. Pero muchos afirman lo contrario. Existe un afán clasificatorio que encarcela a los libros en cotos y, quizás sin desearlo, está restando al lector su libertad de elección y conquista de un espacio que le redime por los hallazgos. No se podría pretender que un niño que aprende las primeras letras leyera obras de volumen y magnitud considerable o que un adulto mayor buscara entretenerse con un abecedario. Pero el afán de distribuir los libros en zonas etarias puede perjudicar sobremanera su acceso a grandes volúmenes de lectores y restar ese sorprendente proceso que representa un hallazgo casual.

Una de las frecuentes estrategias que existen cuando se promueve lectura es tratar de dirigir al máximo la atención sobre determinados libros hacia lo que se considera un tipo específico del lector. Los lectores nunca deben verse como una masa homogénea, sino justamente lo contrario, más bien representan un enorme abanico de posibilidades y modos de interpretación de contenidos.

Hay personas de una misma edad que necesariamente no tienen las mismas preferencias, conocimientos, formación o aptitudes para leer. Cada humano viene al mundo en un hogar diferente, enfrenta disímiles factores que de cualquier modo influyen en su vida y cruza, durante la enseñanza, por diversidad de centros educacionales y profesores de la índole más variopinta.

Justo por eso, la preferencia lectora nace a partir de la propia experiencia vital de cada persona. Quién te recomendó tal o cual libro, qué obra encontraste al azar visitando una librería, a qué amigo o enamorada viste portando aquel volumen mientras conversaba contigo.

De hecho, un mismo libro que leas, siempre te va a producir una emoción diferente, renovada, incluso contradictoria, según el momento en que vuelvas a sus páginas. Cada vez que lo abras de nuevo será para ti el hallazgo más novedoso. ¡Un verdadero descubrimiento se produce cuando, tras años de haberlo dejado en el olvido, decides regresar a la historia que alguna vez te marcó!

Por eso mismo los libros tienen ese poder mágico de atrapar nuestra atención una y otra vez, en virtud de cuanto nos suele ocultar en una primera lectura y que luego se revela de golpe tras una  mirada más atenta, o cuando se lee con otra intención.

Las elipsis que nos deja una buena lectura, solo pueden ser despejadas con otra lectura a conciencia del mismo texto. La interpretación que le dimos cierta vez a determinada frase, no tendrá que ser la misma si una segunda vez nos detenemos a mirarla con atención.

¿Diversidad de libros para múltiples lectores?

Existen muchos tipos de libros para infinidad de lectores. El gusto se forma según práctica cotidiana. Si crecimos a la vera de una hermana que nos indujo a leer relatos policiales arropados bajo una noche misteriosa, en un patio lleno de sombras o un oscuro y angosto caserón de apariencia fantasmal, esa indeleble experiencia quedará grabada para siempre en nuestra memoria, no como un alto en el camino, sino como vivencia definitoria.

Si teníamos un padre marino que nos llevaba a pasear con él en su lancha por la costa del amanecer, será más que lógico que en nuestra edad heroica amenos con intensidad los relatos de aventuras, donde el mar siempre es un escenario avasallador.

Si crecimos en una familia donde el debate de ideas era una práctica cotidiana, es seguro que en nuestra adultez disfrutemos libros donde las ideas, el razonamiento lógico que se apoya en una teoría, juegan un papel primordial.

¿Y si nadie leía en casa?

Precisamente por esa razón, algunos, al iniciarse en la praxis lectora pueden sentirse perdidos, no hallar el rumbo y deambular con infortunio por cualquier clase de texto que no siempre llega para propiciar que lea mejor, sino justo lo contrario.

Quien no arriba a los libros desde una edad temprana, es obvio que luego lo hace con esfuerzo superior. Si en la escuela pasaba solo por los resúmenes, si nada más iba a la biblioteca en busca de  información precisa para responder tareas, si se conformaba con la primera respuesta hallada en cualquier página, es obvio que la lectura no le atrapará en sus redes desde la edad ideal, cuando se forman los conceptos, se desarrolla la mente lógica y nace una somera cosmovisión de la vida y del mundo.

En edades tempranas, pese a ir desarrollando suspicacias lectoras y vitales, el lector es más abierto –la tradición suele decir que como una esponja– a cualquier tipo de contenidos de la índole que fuesen. Las personas adultas lo tienen más difícil si desde pequeñas no fueron entrenadas en el proceso lector, mucho más complejo cuanto más desconocido, por lo que de toma y daca conlleva cada nuevo libro en cuyas páginas uno se atreva a explorar.

¿Editores vs. libros?

Es lamentable pero, algunas veces, ciertas editoriales especializadas, sobre todo en textos para la infancia, en su afán moralizante de preservar a la niñez de malas influencias, suelen olvidar que la buena literatura es adecuada para todos, que no es preciso crear un contenido específico para alguien.

La literatura no conoce edad. Mucho menos si se trata de esa que fluye desde el corazón de una magnífica historia que nos motiva a seguir leyendo de cabo a rabo, entre la emoción y el asombro. Una historia que estremece y ahuyenta el tedio. Una historia capaz de fijarnos por horas a un asiento mientras, inermes a ella, aferramos el volumen y volamos entre sus páginas.

Veo con pasmo como hay editores extraviados en un severo afán clasificador que omite la existencia de variedad, preferencias, formación y entrenamiento de sus posibles lectores. Con semejantes preceptos, es obvio que sus catálogos serán poco abiertos, homogéneos y nada atractivos o provocadores para el gran público.

No todos los adultos piensan y razonan o disfrutan igual de un libro. Como mismo, cada niño de nueve años, cada adolescente o adulto joven, no va a ser un prototipo semejante.

Por esa misma razón, los lectores irreverentes, aventureros, indisciplinados y rebeldes, son quienes a la postre hacen más felices hallazgos y ascienden altos peldaños en sus hábitos de leer. Nunca se dejaron domesticar por historias “para su edad”, exploraron –como dijera Paul Hazard– en los rincones ocultos del más alto librero en busca de lo prohibido, lo que en su concepto les resultara misterioso y extraordinario. Aquellos que, en cambio, pusilánimes, se conforman con los libros que les recomiendan como más “adecuados” avanzan poco en los intrincados predios de la lectura y el saber.

Por ese mal hábito editorial de ponerles apellidos y numerales a la literatura, hay creadores que nos negamos a ser clasificados como autores infantiles, juveniles o para adultos. Solo hacemos historias para aquel que quiera leerlas. Aunque signifique cierto desafío al editor convencional, nos devuelve a la vez el reconocimiento de la mayor diversidad de lectores.

Un lector inteligente puede disfrutar de un libro a cualquier edad y siempre conseguir una lectura diferente. Esa es la riqueza interactiva entre libro y lector, el modo creador que sustenta tan hermosa y compleja relación.

Ese es el magnífico tesoro que ofrece la gran LITERATURA, aquella que nunca fue pensada para nadie y cuya única misión es entregarnos una portentosa historia que nos haga viajar hacia esos mundos de lo insólito, ocultos tras la próxima página que, indómitos e irreverentes, nos atrevemos a hojear…