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Fidel: “Si no hubiese sido posible venir en el Granma, hubiésemos venido de cualquier forma”

El yate Granma. Foto: Archivo.

Con una exactitud de relojero o de afinador de pianos, escribió Katiuska Blanco, Fidel había preparado la expedición a Cuba, una minuciosidad solo comparable con la otra de Fernando Magallanes al pensar en el avituallamiento de sus barcos para la búsqueda de un paso del Atlántico al Pacífico. El navegante portugués no olvidó ni las lámparas de aceite, ni la sal, ni los libros de navegación, ni las brújulas, ni los tratados sobre las estrellas y los vientos, ni las reses, ni los mapas, ni las sogas, ni las mantas, ni los anzuelos, ni los arcabuces, ni las dagas, ni los desvelos.

El jefe de la expedición a Cuba, posiblemente conoció los ímpetus del portugués por las lecturas del austríaco Stefan Zweig. No olvidó embarcar lo imprescindible en el yate Granma: las geografías del Caribe y de las corrientes del Golfo de México, las armas, las galletas y el agua, las historias de gaviotas, delfines y huracanes, las mochilas y las cantimploras, las cajas de balas, las linternas, los libros, la radio, el ansia revolucionaria de cada uno de los ochenta y dos hombres y aquella definitiva resolución de desembarcar con un fusil al hombro, en una costa cualquiera de Cuba.

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Faustino Pérez (expedicionario): “A esta región mexicana venían muchas personas a cazar y pescar y oían la balacera que teniamos practicando. Una vez me preguntaron quiénes eran. Les dije que estaban practicando para cazar. Y me dijeron: ‘Hombre, pero con ese ruido que arman nunca van a poder cazar’. Había un plan de entrenamiento complejo para hacer prácticas de tiros, cruce de ríos, ascenso de las montañas y caminatas. Hacíamos también fogatas para hacer guardias nocturnas y huir de las serpientes cascabel y del frío. Llegamos a ser 42 compañeros. Pero 35 fueron los que se trasladaron de aquí al yate Granma”.

En Ciudad de México muchos recuerdan aquella etapa de la historia de Cuba. “Yo a Fidel lo conocí desde que llegó. Aquí estaban todos los días. Unos días llorando, otros clamando, otros hablando de Cuba. Y María Antonia fue la madre de los cubanos”.

Arsacio Vanegas, María Antonia González Rodríguez y Fidel Castro Ruz. Foto: Granma

María Antonia: “Fidel y el Che se conocieron en mi casa. Le dijeron: ´Este es Guevara, médico y argentino´. Yo lo conocía de antes.

Raúl: “Fidel donde primero se quedó fue en un cuartico que yo tenía muy pequeño y yo me fui a casa de María Antonia. Cerca del apartamento, en un restaurante, ahí fue donde Fidel y el Che tienen la entrevista, y donde este último decide unirse al Granma. Por eso Fidel dice que el Che y yo fuimos los primeros en formar parte de la lista de los futuros expedicionarios.”

María Antonia: “El Che trabaja en el Hospital General de alergista. Se dedicaba a buscar gatas para estudiar y operarlas”.

Raúl: “Y yo era el ayudante del Che para eso”.

María Antonia: “Y los dejaba caminando, que era lo mejor. Yo salía a buscarle gatos al Che”.

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A los apartamentos de Altamira en Ciudad de México, Graciela Jiménez siempre venía a cantar y a tocar la guitarra y Fidel venía a comer. Una empleada contó una vez que: “Una vez estaban comiendo que él estaba nervioso y le dio un golpe a un cristal y lo rompió”. Ese día Fidel había recibido un mensaje de Cuba. Entre líneas venía un mensaje escrito con limón para que no se viera. Había que planchar el papel. Pero la plancha estaba demasiado caliente y partió el cristal.

Otro de los mensajes que recibiría Fidel estando en México fue una de las noticias más tristes que un ser humano puede esperar en su vida: la muerte de su padre. “Su hermano Ramón no sabía cómo avisar a Fidel, así que llamó a la CMQ y la emisora radial transmitió la noticia. A Fidel le dieron la noticia sus hermanas, que presenciaron su conmoción callada”.

Fidel, su hijo Fidelito y Temita Tasende en la Ciudad de México, 1956. Foto: Archivo

“Fidel recordaba lo que su padre, anciano y enfermo, decía con frecuencia: que iba a morir sin ver de nuevo a sus hijos. Podía comprenderlo bien porque ahora, antes de marchar a Cuba, él vivía una situación muy similar, tras encuentros y desencuentros obligados, se despedía otra vez de su hijo Fidel Ángel, sin saber si algún día volvería a verlo. Había recibido de él una pequeña nota, escrita en 1955. Con la caligrafía de sus seis años y un ´Querido papá´, encabezaba las palabras en las que le confesaba cuánto lo extrañaba, le deseaba que estuviera bien, le decía que al terminar esa carta iba a jugar pelota y le pedía que se cuidara. ´Juego a los soldaditos todos los días´ y finalmente se despedía con ´un millón de besos de tu hijo que te adora. F. Ángel´”.

“Meditaba cuánto había quedado por preguntar al viejo, por saber de su vida. Habría sido maravilloso conversar con él sobre esas mínimas cosas que, solo cuando alguien no está, se definen como una nebulosa densa e impenetrable. Fidel debía crecerse ante la amargura de la pérdida, razonaba y soportaba, pero ninguna de esas actitudes mitigaba su pena. Para él la fortaleza no consistía en la insensibilidad. Necesitaba ser fuerte y lo sería. Solo quien es capaz de ser sensible, debe sobreponerse, aunque nunca consiga olvidar. Permanecía en silencio y abstraído, perdido en los recuerdos. Colocó los tabacos al lado del agua. Tenía quince años cuando el viejo le brindó por primera vez habanos y vino como una forma de distinguirlo sin palabras ni elogios, porque respetaba su presencia y autoridad con una discreta admiración inconfesada”.

“Con el clima seco de México la capa suave de los tabacos se debilitaba y se partía. Tomó uno de los que se conservaban intactos y comenzó a absorber el humo con la misma fruición con que su padre lo hacía el día que ellos asaltaron el Cuartel Moncada. Años después, en los días difíciles de la Sierra, se acostumbraría a reservar uno en la mochila para los momentos más reconfortantes y para los más difíciles. Así conseguía soportar la escasez, hasta que llegaban buenas o malas noticias. Si se trataba de un acontecimiento feliz, lo disfrutaba sentado en un horcón caído. Si llegaba una noticia dolorosa, sobre un compañero muerto o un problema grave, entonces se apartaba y fumaba pensativo su tabaco”.

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 “Vinimos para organizar a los cubanos. Vinimos para realizar la obra que ya nos enseñó el Apóstol en el ‘95. Venimos para hacer entre muchos la obra aquella que solo pudo hacer un gigante”.

Fidel (Nueva York, 30 de octubre de 1955)

Raúl: “Sobre la austeridad, o mejor dicho, sobre la disciplina, no importa en las condiciones en que nos encontremos, ya sea en un presidio con una disciplina rigurosa impuesta por el enemigo, ya sea en el exilio o en una prisión, sin la disciplina no puede haber nada. Una gran unidad, una gran hermandad entre todos nosotros. La guerra es el otro factor. El presidio, el exilio y la guerra son de las cosas que más unen a los hombres. Y la mayoría de nosotros, el grupo fundador del Ejército Rebelde, pasamos por las tres. Es difícil encontrarse en la historia del movimiento revolucionario una revolución triunfante con tantas adversidades gigantescas en sus mismos comienzos, que es la etapa más difícil de cualquier proceso”.

Ramiro Valdés: “Lo que podemos llamar nuestra Fernandina se dividió en varias etapas. En varias ocasiones nos fueron incautadas armas y equipos. Un golpe muy serio fue la ocupación del Rancho Santa Rosa que nos servía como campamento y lugar de entrenamiento, así como la casa de María Antonia. Fidel y una veintena de compañeros fueron detenidos y recluidos en prisión durante un mes. Al final, cuando en medio de contratiempos nos avecinábamos a la partida, se produjo el último y uno de los más duros reveses de aquella etapa. Tres de las casas que nos servían como campamento fueron descubiertas. Solo sirvió para hacer que Fidel se creciera aún más y decidiera salir a todo trance y sin más demora para Cuba”.

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- ¿Qué sensación tuvo usted cuando le dijeron que usted no podía ir en la expedición el Granma a Cuba?

El Cuate: “Fidel me podía haber dicho ese día: ‘Tírese de un edificio’, que yo me hubiera tirado. No a ese grado, porque uno sabe a quién se entrega. Si me hubiera dicho: ‘Váyase nadando a Cuba’ lo hubiera hecho, porque él sabía que yo lo podía hacer. Cuando él me dijo: ‘Me es usted más útil acá’. Yo sabía que en lo que él decía no había equivocación. Yo tenía ilusión de ir con él por estar con él. El tiempo lo demostró. La gente se formó con él. La gente de la Sierra se formó al lado de él. Lo que vale es haber conocido a Fidel. Haber creído y haber luchado a su lado”.

Antes de partir, Fidel y los expedicionarios se despidieron de una serie de compañeros, de Melba y del Cuate. Ella insistió mucho en ir, pero Fidel no la dejó.

Acompañado por las combatientes Melba Hernández y Haydeé Santamaría. Foto: Libro: "Fidel Castro Guerrillero del Tiempo”/ Archivo Fidel Soldado de las Ideas, 15 de mayo de 1955

Melba Hernández: “Yo me había preparado y me había entrenado. Tenía todo mi equipo para la expedición. Se me había convencido de que el barco no tenía condiciones para traer a una mujer. Cuando lo vi, me fue muy fácil entender que era imposible que viniera. Además, no entendía que pudieran venir tantos muchachos en el Granma. Aceptamos que venían cerca de 90 jóvenes en el barco porque Fidel nos habló con mucho optimismo: ‘No importa que seamos 90. No importa las dificultades que tiene el yate. Tú sabes que tenemos problemas con los motores. Tú sabes que tenemos grandes problemas. Pero el yate llega. El Granma llega a las costas de Cuba´”.

Fidel: “En condiciones muy difíciles tuvimos que organizar a los hombres, entrenarlos, buscar los medios para venir a Cuba y preparar la expedición. Cuando salimos nos estaba buscando la policía de México. Incluso perdimos una parte de las armas que traíamos. Solo trajimos para los 82 hombres y algunas que después fueron imposible de trasladar. Nosotros habíamos hecho una discutible promesa, de que en 1956 seríamos libres o mártires.

“Se puede discutir la procedencia de aquella dramática promesa, pero estuvimos siempre decididos a cumplirla. Si a última hora, no hubiese sido posible venir en el Granma, nosotros hubiésemos venido de cualquier forma. Esa idea estaba absolutamente presente con el propósito de cumplir la promesa que había hecho, pero históricamente, porque uno cuando analiza los hechos históricos, piensa que no era necesario esa promesa. Pero una vez que se hizo, fue necesario cumplirla”.

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Expedicionarios del yate Granma desembarcan por Los Cayuelos, a dos kilómetros de la playa Las Coloradas, en la zona oriental de Cuba, el 2 de diceimbre de 1956. Foto: Granma.

Raúl: “El alzamiento de Santiago de Cuba que era para atraer las fuerzas principales de Batista en Oriente y permitirnos a nosotros desembarcar, por el retraso del Granma se convierte en un boomerang, ya que cuando desembarcamos días después, lo mejor de las tropas de Batista estaban en Santiago de Cuba y les fue relativamente fácil y en poco tiempo trasladarse a la zona de operaciones. En vez del lugar previsto, además, desembarcamos desgraciadamente a poco de una decena de metros de una pequeña playa llamada Las Coloradas, desembarcamos en los pantanos”.

“Mi pelotón fue el último en descender. El primer expedicionario en tirarse al agua fue René Rodríguez, que como era muy delgado, el agua le llegaba al pecho y le decía a Fidel: ‘Ya di pie. Se puede caminar bien’. Cuando se tiró Fidel que era mucho más corpulento que él, se hundió en el lodo. El único bote que teníamos se bajó para ayudar a llegar a los pocos metros que nos separaban de la costa. Pero se hundió”.

“De todos los expedicionarios el Che y yo fuimos los últimos en abandonar al Granma que por cierto cuando nos bajamos por la proa, el Che me pregunta: ‘¿Cómo se llamará este bote?’. Y yo voy hasta la popa a ver y le digo que se llama Granma. No se nos había ocurrido nunca preguntarnos cómo se llamaba. Empezando porque algunos creían que era un barquito chiquito que nos iba a llevar al barco grande en el cual vendríamos a Cuba. Y otros pensamos que seguro sería un barco de gran velocidad. Pero por la gran carga que tenía, navegó a seis u ocho nudos, por lo que hizo que el viaje se prolongara. Hubo un solo día de mar sereno. El resto fue bajo influencia del norte y grandes marejadas. A tal extremo que llegando a Cuba a Roque una ola se lo llevó de la cubierta y perdimos un gran tiempo”.

“Pero el grupo mantuvo una moral muy grande, sino no hubiéramos ido a la Sierra. Creíamos incluso que Fidel estaba muerto. Íbamos a continuar la lucha, pero de esa intención a que nos encontramos con Fidel, y a que yo me fuera a creer que íbamos a ganar la guerra, hay una distancia muy grande. Prácticamente íbamos a la Sierra a continuar la lucha por un deber con los compañeros que cayeron, pero no me pasaba por la mente la posibilidad de que podíamos ganar. Sentí una alegría inmensa cuando me enteré de que Fidel estaba vivo. Cuando hacemos contacto esa noche, viene el abrazo y su famosa aclamación: ‘Son siete fusiles. Ahora sí que ganamos la guerra’, por eso yo llegue a la conclusión de que Fidel se había vuelto loco, pero eso se lo vine a decir después que triunfamos. Esa es la fe en la victoria que siempre tuvo él y que en los meses posteriores supo inculcarnos a todos nosotros”.

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Fidel el 11 de abril de 1995 en Playita de Cajobabo, lugar por donde desembarcaron José Martí y Máximo Gómez. Fuente: Periódico Trabajadores/ Sitio Fidel Soldado de las Ideas.

Fidel: “Cuando uno piensa lo que significó el desembarco por aquí por Playitas, eran seis hombres solamente. El 11 de abril de 1985. El Moncada ocurre aproximarte 58 años después. Y el Granma 61 años después de Playitas. Me imagino lo que significó aquel hecho. Desembarcar de noche, por estas costas. En el diario de Martí dice que a las 7:30 se prepararon para desembarcar. La noche era tormentosa. Llegaron aquí a las 10. Me preguntó cómo pudieron encontrar esta playa porque en estas zonas de piedra y roca hubiera sido muy difícil desembarcar. De puro milagro encontraron un rinconcito como este que apenas tiene 80 metros para desembarcar. Por estos lugares no hay muchas playas. Son montañas ásperas, bastantes secas y una vegetación muy difícil de atravesar”.

“Me imagino lo que tiene que haber sido para Gómez, Martí y los demás expedicionarios, pero especialmente para Martí, porque no tenía experiencia para la guerra y no era un hombre físicamente fuerte, que Martí había decidido su vida a un trabajo de organización, a la creación literaria y política, era un intelectual. ¿De dónde encontró fuerzas para realizar una proeza semejante? Remar, desembarcar, cargar con su mochila, su fusil, sus 100 balas. Caminar de noche por esos lugares donde nosotros con mucho trabajo hemos llegado de día. Avanzar por todas esas montañas fue algo realmente increíble”.

“Pero él decía precisamente que de esas circunstancias, de esa felicidad que el hombre encuentra cuando está realizando una tarea de esa naturaleza es que saca fuerzas y él sacó fuerzas. Nunca se vio en todo el diario de Martí una queja. Todo era optimismo, entusiasmo y orgullo. Él decía que había dejado todas las cadenas que lo habían acompañado durante toda su vida, en la lucha por la independencia de Cuba. Yo creo que fue una proeza extraordinaria y este es un lugar sagrado”.

En video, La guerra necesaria

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