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Sitiado por la COVID-19, un hospital

El evento de transmisión del Luaces Iraola continúa sumando contagios a la cadena que involucra a personal de la salud, pacientes y acompañantes. Foto: Sayli Sosa Barceló.

Lo normal es que un miércoles a media mañana, el Hospital General Doctor Antonio Luaces Iraola, de Ciego de Ávila, sea un hormiguero más o menos controlado, con pasillos y áreas de espera más o menos congestionadas. No es lo deseado, pero así funciona la mayor parte del tiempo, en buena medida porque hace mucho quedó pequeño para una provincia que no ha parado de crecer. En consecuencia, pocos eventos logran despejar sus espacios y menos si no son trágicos.

El rebrote de la COVID-19 aquí lo tenía todo desde el inicio para ser ese punto de inflexión en la rutina de un hospital. El 20 de agosto un mensajero del servicio de Terapia de Adultos, residente en el Macizo Cañero, refirió síntomas febriles y fue aislado. Cinco días más tarde resultó positivo. El 25 de agosto un intensivista de ese mismo servicio comenzó a sentirse acatarrado, se aisló como indica el protocolo y después el PCR-RT confirmaría las sospechas.

Los reportes de positivos al cierre del primero de septiembre revelarían que un paciente hospitalizado en Terapia por Infección Respiratoria Aguda grave también era portador del SARS-CoV-2. Esos tres hitos marcarían el destino del Luaces Iraola, que el pasado martes confirmó un evento de transmisión intrahospitalaria con casi 40 personas contagiadas, acaso la peor pesadilla para un sistema de Salud.

Lo ha vivido en carne propia el Doctor Julio César Nájara Pérez, director del Hospital Antonio Luaces Iraola, quien lleva una semana sin poder conciliar el sueño. Si se va a la cama a la 1:20 de la madrugada el celular puede sonar a la 1:25, a la 1:29, a las 3:10 y a las 5:20, justo cinco minutos antes de la alarma que lo devolvería al mundo real si no se quedara en pie a seguidas. El nasobuco no deja ver si lleva barba de trasnochado, pero en los ojos se ve el agotamiento. “Y estamos apenas empezando”, le digo y sé que es el peor consuelo del mundo.

Julio César Nájera reconoce la positiva respuesta de los trabajadores del hospital ante la contingencia. Foto: Sayli Sosa Barceló.

Hospital enfermo

¿Qué pasó con los protocolos de bioseguridad?, ¿cómo controlaremos el contagio?, ¿aprenderemos la lección? Eran las tres preguntas que llevaba en mi agenda, pero hasta el director supo enseguida que no serían las únicas.

Detrás de cualquier falta de recursos y medios de protección entregados oportunamente y en cantidades suficientes siempre estará la percepción de riesgo como antídoto, al menos, para no pecar por exceso de confianza. A este reportaje le faltó indagar con los profesionales expuestos, lo reconocemos.

Sus opiniones habrían redondeado o refutado la idea compartida por varios directivos de la institución de que el incumplimiento de los protocolos indicados nos puso en esta situación en extremo compleja. Lo más lógico es que estemos en presencia de una mezcla con un poco de todo, sabidas las carencias diarias enfrentadas por el país o los fallos organizativos puntuales, pero reconociendo también que, luego de casi 100 días sin positivos, las tensiones bajaron y con ellas la alerta.

La magnitud del problema se entiende no solo por la cantidad de personas que ya han sido confirmadas con la COVID-19 dentro del hospital, sino por los servicios comprometidos (Terapia, Parto y Cesárea, Cuidados Perinatales, Puerperio, Urología, Salas de Medicina y Anestesiología) y la mayúscula tarea de pesquisar al 100 por ciento de quienes trabajan o están allí como pacientes o acompañantes.

Sin detener la atención, trabajadores administrativos y de la salud asumen la limpieza del Cuerpo de Guardia. Foto: Sayli Sosa Barceló.

Con el muestreo con PCR-RT a esa población (que el miércoles estaba al 50 por ciento); el reforzamiento de la vigilancia epidemiológica; la disminución de las consultas externas llevándolas hacia las Áreas de Salud; la prohibición de visitas y el análisis de quién necesita acompañante o no; el estricto control de las entradas a la institución con termometría; y la desinfección total (zonas comprometidas o no), el Doctor Nájara Pérez y el equipo ministerial que supervisa las acciones creen que se puede detener y controlar la transmisión intrahospitalaria.

Y como el control no puede ser una entelequia, se ha instalado un puesto de mando las 24 horas del día en función de la COVID-19 y dos reuniones diarias con los jefes de servicios, “cumpliendo las medidas higiénicas y de distanciamiento”, aclara el director.

La salud empieza por la higiene

La limpieza profunda de toda la Terapia Intensiva se rige por lo indicado por la Política Hospitalaria. Foto: Sayli Sosa Barceló.

Yoandri Ramírez Cedeño va camino a su décimo año de trabajo dentro del Luaces Iraola. Comenzó como mensajero, siendo un muchachito, allí estudió una Tecnología de la Salud y, con esos conocimientos de epidemiología, formó luego parte de la Brigada de Autofocal. Me cuenta todo eso mientras fumiga una solución clorada en todas las paredes, ventanas, pisos, cualquier resquicio exterior del área de Terapia. “El hipoclorito es al 0.5 por ciento”, dice Elián Santos Santos, su compañero de fumigación, como si fuera necesario aclarar que están haciendo las cosas bien. Entre los dos probablemente no suman 50 años, pero se nota que le ponen seriedad al trabajo, desinfectando, de paso, cualquier estereotipo o suspicacia motivados por su juventud.

Adentro de la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) ―ahora que los pacientes fueron trasladados hacia los salones de cirugías electivas―, Nelson Felipe Companioni García y Maikel García García estaban envueltos en una nube de vapores, pero la epidemióloga Sayli Rebolta Reyes, especialista del departamento de Inspección Sanitaria Estatal del centro asistencial, se apresuró a comentar que estaban trabajando con biodetergentes, que no había peligro. De todas maneras ellos llevaban nasobuco y tenían a mano unas máscaras que no habrían dejado llegar a sus narices ningún coronavirus.

“Hay que tirar pa´lante y resolver este problema”, dijo Nelson y Maikel lo secundó, añadiendo que la Empresa ALCONA S.A, a la que pertenecen, no es nueva en esos trajines de desinfectar y devolver utilidad lo mismo a una sala especializada como esa que a una cisterna. “Lo que sea” parecieran decir ellos y sus escobas, mientras barren con ellas sospechas y miedos.

“Aquí en Terapia Intermedia ya se hizo la desinfección como está establecido por la Política Hospitalaria, que precisa, además, de lo que se está haciendo en la UCI, una última limpieza con cloro”, explica Arianna Osuna Peña, epidemióloga del Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología, otro de los entes controladores de la calidad. Para que esos cubículos retomen sus servicios todo debe funcionar como maquinaria suiza y no puede existir la menor duda.

Otras dudas empezaron a despejarse cuando Carlos Méndez y Lázaro Rivero echaron a andar los elevadores del bloque de Medicina en la mañana del miércoles y ponían a punto el elevador camillero del bloque de Cirugía en la tarde. El primero es Jefe de Elevadores en la Empresa COMETAL y el segundo mecánico. Entre los dos lograron bajar el miedo por estar dentro del hospital y subir la disponibilidad técnica de equipos que también garantizan la vitalidad de la asistencia médica. Viéndolos sudorosos y concentrados, cambiando componentes eléctricos y mecánicos, pude comprobar que, a veces, todo lo que se necesita es un sacudión de este calibre para que se destraben los elevadores… y las trabas.

Depende del trabajo duro

“No me retrates, que me da pena”, dijo esta joven laboratorista, pero no le hicimos caso. Foto: Sayli Sosa Barceló.

Para una situación de cuarentena modificada como vive hoy el Luaces Iraola lo óptimo, desde el punto de vista epidemiológico, es funcionar con el mínimo de trabajadores. “Pero a la vez plantea desafíos por la rotación del personal”, explica Ricardo Molina Verona, epidemiólogo de la Dirección Provincial de Salud. En el hospital avileño apenas está laborando el 50 por ciento de la plantilla, personas que han entendido la gravedad del momento y han dado su disposición a estar allí el tiempo que haga falta.

Una de esas todoterreno e incondicionales es Vivian Hernández Torres, jefa de Medicamentos y Tecnologías Médicas de la institución. “Aunque nosotros no atendemos a pacientes con la COVID-19, sí disponemos de los medicamentos protocolizados para el tratamiento de esta enfermedad y se garantiza el funcionamiento del resto de los servicios.” Todo ello en medio de una circunstancia particularmente compleja que, al cierre de junio pasado, se expresaba en un déficit del 20 por ciento en el cuadro básico de medicamentos del país.

Los recursos materiales para la limpieza y desinfección también se han garantizado en la medida de la disponibilidad y, contrario a lo que podría parecer, lo que está en falta (117 para ser exacta) es el personal de limpieza. Por eso en el Cuerpo de Guardia, junto a Alexander Bárzaga Chacón, jefe de Turno, también las enfermeras estaban fregando paredes y baldeando el piso, sin que esa área clave dejara de prestar servicios.

El Hospital General Doctor Antonio Luaces Iraola vive hoy, quizás, el momento más tenso de su historia. Al brote intrahospitalario le restan días para empezar a considerarse controlado, pero no es el factor tiempo el que decidirá. En todo caso, se tratará de haber aprendido de una vez y para siempre la lección: los protocolos (sanitarios, logísticos) existen para ser cumplidos. Entendamos que esta no es una segunda oportunidad para demostrar que podemos vencer la pandemia, sino el resultado de no haberlo hecho a la primera.

Epidemiólogos acompañan el proceso de desinfección controlando la calidad. Foto: Sayli Sosa Barceló.

Se fumigan paredes, ventanas y pisos de todo el bloque quirúrgico. Foto: Sayli Sosa Barceló.

Así de limpios quedaron los cubículos de la Terapia Intermedia. Foto: Foto: Sayli Sosa Barceló.

(Tomado del Invasor)