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Josefina de Diego: “Que no se quede solo en un aniversario más”

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Foto: Revista Bohemia.

Estamos en el año del centenario de Eliseo Diego, ese poeta grande, cuya vida y obra se funden en poesía, ternura y nobleza de espíritu.

Su imagen trasmite bondad y fuerza, ese binomio que es tan importante para la vida propia y para el prójimo. Eliseo, al decir de muchos, fue un hombre bueno, en el sentido exacto de la palabra.

Su hija Josefina, o Fefé, como desde pequeña le dicen, lo sabe y vive con ese orgullo; a ella le pedí en el mes de marzo una entrevista para hablar de su padre, pero su estado anímico en ese momento —COVID-19 mediante— no estaba para esos menesteres y así se excusó y yo comprendí.

Hace pocos días me llegó un correo suyo, donde me preguntaba si no había visto el “mensaje” que me había mandado en el periódico digital Juventud Rebelde; es que José Luis Estrada le había hecho una interesante entrevista, que yo imperdonablemente no había leído, en la que ella le pidió permiso para decirme entre otras cosas “me daría muchísimo gusto contestar las preguntas que quería hacerme, a ella, que fue la primera en contactarme con motivo del centenario de mi padre”.

Y por fin hicimos la entrevista, con tiempo y cuando debía ser, porque gracias a esta fecunda demora podemos conocer un suceso fantástico y elocuente que ocurrió el 2 de julio, día del cumpleaños de Eliseo Diego.

He leído opiniones de muchas personalidades acerca de Eliseo Diego, pero sí hay una que no solo por la prosa hermosa sino, y sobre todo, por la profundidad, conmueve, es la de Cintio Vitier.

“Muchos son, ya se ve, los méritos de Eliseo. Su mérito mayor, sin embargo, es no haberse envanecido nunca de sus méritos, y haberse declarado siempre un simple artesano de la palabra, alguien que hace poemas como otros hacen muebles o zapatos, pero eso sí, con la infinita atención, delicadeza y esmero con que debieran trabajar todos los artesanos y todos los hombres. Su lección de humildad es al mismo tiempo una lección de responsabilidad. Su culto de la forma es su mayor culto a la patria y a los héroes. En ninguna página salida de sus manos hallaremos nunca una gota de chapucería”.

-¿Podría comentarla?

Comparto, por supuesto, la opinión de Cintio, he hablado de ese cuidado de él, no solo por el contenido sino también por la forma. Revisaba mucho todo lo que escribía, ya fuera poesía, prosa, sus traducciones. El orden de los versos en el poema no era arbitrario, ni mucho menos. Esas pausas, esos silencios, eran parte del poema. Para él era muy importante el ritmo, podría decirse la “musicalidad” del texto, ya fuera en verso o en prosa. Él mismo mecanografiaba todos sus trabajos, estudió mecanografía. Si había un error, quitaba la página y la rehacía. Conservo algunas de sus conferencias, manuscritas, muchas ni las pasaba a maquinita. Y medía el tiempo que se demoraría en una charla, por reloj, ahí están sus marcas, la lectura de cada poema, el tiempo que le llevaría, todo lo calculaba meticulosamente, por respeto a los que lo iban a escuchar, ya fuera en un municipio perdido de nuestro pequeño y bello país, o en una universidad en el extranjero, no hacía distinciones en eso. Por respeto a los demás y por respeto a sí mismo, a su trabajo.

-¿Qué heredó usted de él en cuanto a rasgos del carácter? ¿Cuáles le hubiera gustado heredar?

¡Imagínate!, es una pregunta que no sabría bien cómo responder. Él era muy ordenado con “las herramientas todas…”, por decirlo con un verso suyo, de su, digamos, oficio. Tenía un lugar para sus plumas, para su papel, presilladoras, gomas de borrar. Yo también tengo esa costumbre: una de las tiendas que más disfrutaba mi padre y que más disfruto yo son las papelerías. Aquí en Cuba todo eso se ha perdido, pero en otros países hay verdaderos almacenes.

Recuerdo, con un poco de tristeza pero siempre con una sonrisa, una ocasión en que se nos escapó solo a una tienda en México, en 1993, pocas semanas antes de morir. A nosotros no nos gustaba que saliera solo porque ya estaba mal, le faltaba el aire de forma alarmante. ¡Pues él se vistió, tomó un taxi y desapareció! Regresó cargado de papel, plumas y algo que me dijo “había deseado tener toda su vida”. Intrigada, esperé a que sacara aquel tesoro de la jabita, ¿qué podía haber deseado toda su vida mi padre y que ninguno de nosotros lo hubiera sabido? ¡Pues una ponchadora múltiple! En sus años de juventud vendían unas carpetas de tres argollas, pero también había de dos y otras que tenían más. Y a diferentes espacios. La tengo en casa, en su buró, que uso. Y cada vez que la veo recuerdo lo contento que llegó a nuestro apartamento con su nueva compra.

En cuanto a qué me hubiera gustado heredar, pues muchas cosas. Creo que los tres hermanos heredamos ese respeto y cuidado por nuestro trabajo. En el carácter, creo que soy una mezcla de los dos, de mi madre y de él. Trato de aprender del ejemplo de mi madre, una mujer que era muy luminosa, optimista, valiente ante la adversidad y las enfermedades. Papá tenía una tendencia a la depresión, a la melancolía, como dicen los siquiatras. Aunque también fue un hombre que disfrutó mucho la vida, el estar con sus amigos, con su familia.

Eliseo Diego, Bella e hijos.

-¿Cómo era su relación con su padre? Al ser la hija hembra, ¿fue la preferida? ¿Era físicamente afectuoso?

Nunca me sentí la preferida. En todo caso, si había un preferido, era mi hermano Rapi, que fue el primero, pero nos trataban a los tres por igual. Yo fui mucho más apegada a mi madre. Él era un padre perfectamente normal, como he dicho en otras ocasiones, nuestra relación con él era la común que existe entre hijos y padres. Jugaba con mis hermanos a los soldaditos, nos enseñó a montar bicicleta, a nadar, a flotar, a jugar ajedrez, nos recomendaba lecturas.

Una vez nos compró un tren eléctrico, grande, y mandó a hacer una mesa para colocarlo. Él mismo construyó una especie de montaña que era atravesada por un túnel, por ahí pasaba el tren; también construyó la estación de ferrocarril, unas casitas, aquello era una maravilla. ¡Pero a mis dos hermanos y a mí nunca nos quedó claro si el tren era de nosotros o de nuestro padre!

Siempre lo recuerdo en su estudio, escribiendo o leyendo. Mamá era quien llevaba la casa, digamos, aunque ella trabajaba, los dos eran maestros, de eso vivíamos. Y mi abuela, su madre, también era maestra, de inglés, fue fundadora e inspectora general de los Centros Especiales de Inglés de Cuba, unos colegios nocturnos para adultos en los que se enseñaba el idioma. Y se enseñaba muy bien.

Nunca fuimos de muchos besos y abrazos, tampoco por la parte de mamá. Pero fuimos una familia muy bien llevada, como se dice, nuestros padres nos proporcionaron una infancia muy feliz, tranquila. Y en nuestra juventud, nunca interfirieron en nuestras decisiones, nos aconsejaban, por supuesto, pero nos dieron absoluta libertad, basada en el respeto mutuo.

-Ustedes dos coincidieron en algunos viajes por otros países como Rusia, cuando era URSS, y España, no sé si por otros. Eran experiencias solo de ustedes. ¿Qué momentos especiales recuerda de estos viajes?

Mi madre era quien lo acompañaba pero, en ocasiones, prefería que fuera yo, y así me daba esa oportunidad, magnífica, de conocer otros países. En 1991viajamos a España, a un evento sobre literatura fantástica que se celebraba en San Lorenzo de El Escorial, en Madrid. Para nuestra sorpresa, uno de los escritores presentes era nada más y nada menos que Ray Bradbury, a quien mi padre y yo admirábamos. Y muchos jóvenes cubanos de aquellos años también, pues ya aquí se habían publicado sus fabulosas novelas. Cuando lo vimos, nos desconcertamos: ¡Bradbury estaba “disfrazado” de “turista extranjero en una playa del Caribe”! O de la caricatura, más bien, de la imagen que tenemos de algunos turistas que llegan al trópico procedentes de lugares muy fríos.

Era julio, si no recuerdo mal, y el calor era insoportable. Pues aquel señor, que mi padre y yo imaginábamos melancólico, más bien sombrío y algo lúgubre, estaba vestido con una bermuda blanca y una camisa del mismo color, corbata con óvalos azul claro y unas medias altas y tenis blancos. No era el Bradbury que, al menos mi padre y yo, teníamos en nuestras mentes. Al principio, después de presentados, la conversación no fluía. Bradbury, no sabía quién era mi padre, supe después que era republicano, nosotros vivíamos en Cuba, los prejuicios políticos eran como un muro invisible que los separaba. Pero poco a poco, con el perfecto inglés de mi padre, comenzaron a “entenderse”.

Bradbury era un hombre muy culto, y daba gusto escucharlos hablar de literatura. A veces, cuando tenía que ausentarme por alguna razón —mi deseo era estar con ellos, disfrutando aquel regalo que me había dado la vida— escuchaba, a lo lejos, las carcajadas de los dos. Pues resultó ser que el escritor de las Crónicas marcianas era un hombre muy simpático. Papá, una tarde en la que ya se habían roto todas las barreras y conversaban como viejos conocidos, le confesó: “Señor Bradbury, mi hija y yo pensábamos que usted era un hombre más bien taciturno, apagado…”. “¡Y se encontraron con Papá Noel!”, le respondió, divertido.

El día de nuestra despedida, le pedí un favor. “Señor Bradbury” —le dije, en mi inglés que, por aquellos años, no estaba tan oxidado como ahora—“me gustaría solicitarle algo que no acostumbro pedir: sacarme una foto con usted, porque cuando llegue a La Habana y le cuente a mis amistades que hablé con Ray Bradbury, ¡nadie me lo va a creer!”. Aquello le dio mucha risa, aparte de que, obviamente, se sintió halagado de que en una pequeña isla del Caribe se le admirara tanto, pues yo así se lo había contado.

Te copio la foto, que habla por sí misma. Año tras año, desde 1991 hasta 1994, en que murió mi padre, recibimos, por Navidad, unas cartas-postales suyas, muy cariñosas.

-¿En los momentos difíciles de su vida, la fe en Dios le ofreció asidero moral a Eliseo?

Sí, siempre. Fue un hombre de profundas convicciones religiosas, católico practicante, al igual que Fina y Cintio. Conocía muy bien la Biblia, había estudiado, leído y meditado mucho sobre religión.

Recuerdo una vez que un compañero de la carrera de Economía, de la cual me gradué en 1976, militante de la UJC, me comentó que no entendía cómo un hombre como papá, podía creer en esas cosas. Yo le respondí: “si tú quieres seguir creyendo en tus cosas, te recomiendo que no hables con mi padre porque, muy posiblemente, ¡terminarás bautizándote!”. Era la década de los setenta del siglo pasado y había mucha incomprensión sobre esos temas.

-¿Qué les contaba a ustedes, sus hijos, sobre la etapa en que conoció a Bella y se enamoró?

Prefiero responderte esta pregunta con un fragmento de una larga entrevista que le hice a mi padre en 1989, durante varias sesiones, y que permanece inédita:

(…) Debo confesarte que desde que conocí a tu mamá me convertí en un despiadado inquisidor de mí mismo. ¿Era yo, acaso, digno de ella? Escrutaba con inquina mis más insignificantes sentimientos y acciones. Siempre me hallaba en falta. Nunca le escribí un poema de amor, porque pensaba que cualquier cosa escrita por mí se iba a deshacer al contacto con la tremenda realidad de su persona, se iba a convertir en algo falso y artificial. Ahora pienso que me equivoqué como un idiota y estoy seguro que le hubiera agradado. ¿Le habrá extrañado a ella esta curiosísima circunstancia? No lo sé (si puedes, pregúntaselo). A lo más que me atreví fue a poner “A Bella” en el poema “Nostalgia de por la tarde”, que está en el libro En la Calzada de Jesús del Monte, porque ella está en el poema:

El texto se refiere al día en que visitó Arroyo por primera vez ―estaba desierto porque se habían mudado los inquilinos: tuvimos que arrendar la quinta cuando papá perdió su fortuna―, junto con Fina y conmigo. De ese día conservo la foto que está en mi mesa de trabajo. Ella está de pie, delante de un arbolito, como un arbolito más, verás la firme decisión que hay en su cara: acaba de decidir que si ella y yo llegáramos a casarnos, sus hijos iban a criarse en ese lugar. Y así fue.

Si te fijas bien, todo está dicho a ella: no sólo por el posesivo “tú” de la falda: en la tercera estrofa aparece el vocativo “mi amiga” ―en la poesía tradicional española, “amigo” o “amiga” son como sinónimos de “amado” o “amada”― que sugieren, sin lugar a dudas, que se trata de algo dicho a alguien. ¿A quién iba a ser, sino a ella? Y todo el poema, en cierto modo, se refiere a mi padre, ya muerto, de quien ella era compinche y confidente.

(Tomado de Cubarte)

Vea además:

Eliseo Diego: La poesía o el estado de perfecta felicidad (+ Video)

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  • manuel dijo:

    honor a quien merece honor, Eliseo fue y será una de mis voces preferidas de toda la literatura cubana de ayer, hoy mañana.

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