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Diario desde La Covadonga: Gratitudes (VIII)

El teléfono del “Mella” tiene la capacidad impertinente de sonar a cualquier hora del día. Forma parte –junto al ruido del carrito de la comida, las bandejas metálicas, el agua de las duchas y el paso de las escobas– del retrato sonoro de esta sala. Podríamos añadir también un paciente que ronca parsimoniosamente, y a los médicos y estudiantes que dan los “buenos días” cuando pasan visita.

¡Ring, ring! Suena por enésima vez. Camila duda que la llamada sea para ella. “Yo no sé ni cuál es el número del teléfono de aquí”, se dice y pega el auricular al oído. “Era ‘Urgente’, una lectora de Cubadebate, para decirme que no tuviéramos miedo, que ella oraba por nosotros, por lo cual no estábamos solos”, cuenta. Pupo le da “chucho” porque ha sido la más popular y mediática del grupo. “La gratitud, como ciertas flores, no se da en la altura y mejor reverdece en la tierra buena de los humildes”, sentencia una frase martiana.

Camila González es una de las estudiantes voluntarias de la Universidad de La Habana, en la lucha contra la COVID-19. Foto: Antonio Pupo.

En la puerta de su cuarto, el paciente de la cama 10 comenta que está contento. La palabra “negativo”, cuando se anuncia el resultado de una prueba, es el momento más feliz del día para los ingresados y el personal médico y de apoyo.

Desde un extremo de la sala, Camila le advierte a Alejandro:

–No entres con las botas al cuarto.

–¡Nooooo! –le responde él como quien sabe qué puede hacer y qué no. Los zapatos de goma han ampollado uno de sus tobillos: “heridas de guerra”, dice.

La enfermera Zuneya “mamá gallina” toma fotos a los siete gatos adoptivos de la sala. Sus nietos –las gemelas y un varón– quieren ver a los felinos que merodean el portal con el olor a comida. Los médicos teorizan sobre el árbol genealógico de los inquilinos y alguien cuenta que anoche un policía se asustó con la estatua de Allende. Todos coincidimos en que debe ser primerizo en el hospital.

Por su parte, antes de irse a la cama, Jorgito se preocupa. Habla de sus tres meses de pesquisas, de los mandados, las colas: “Yo era el único que salía de mi casa para que nadie más estuviera expuesto”. Ahora la tarea le corresponde a mamá, papá o a su hermano de diecinueve años. Jorgito teme un rebrote. Dice que es de las cosas en las cuales piensa cuando intenta conseguir el sueño.

A punto de cerrar el libro Hojas de la historia, Alejandro me pregunta cómo se llamaba el periódico de la URSS que significaba “Chispa”.

–Iskra –le digo.

–De aquí salimos todos hablando ruso –agrega Camila.

Mamá me escribe:

–¿Cómo terminaste el día?

–Cansado.

–¿Quieres que vaya por ti? –responde. Mañana el “de pie” es a las 6:30 am.