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Abdiel Bermúdez: “Defraudar no está en mis genes”

Sus comentarios críticos sobre temas variopintos lo han situado en la mira de quienes siguen la información televisiva. Foto: TVC

La carrera de Abdiel Bermúdez comenzó en Telecristal, en Holguín. Desde allí no en pocas oportunidades estremeció a la teleaudiencia con crónicas que apelan a los sentimientos humanos.

Sus comentarios críticos sobre temas variopintos lo han situado en la mira de quienes siguen la información televisiva. Culto, con buena dicción, exacto movimiento de las manos y ese don de comunicar que no todo el mundo tiene, provoca la aceptación del mensaje o la polémica, pero nunca deja indiferente a quien lo ve y escucha.

Es uno de los periodistas que ha cubierto la pandemia del bicharraco (no acepto decirle un nombre tan lindo como coronavirus)  y se ha arriesgado  a estar cerca de los infestados, incluso cuando Cuba sirvió de puente para que viajeros británicos del crucero MS Braemar abordaran aviones desde La Habana hacia su país. Claro, se adoptaron todas las precauciones, pero entonces se sabía menos del bichito que ha revuelto al planeta.

Le hice muchas preguntas a mi coterráneo, un tipo jovial, chévere y un padrazo de marca mayor, pero me faltó preguntarle por qué no siguió una carrera de cantante, que según algunos testigos lo hace muy bien. Esa respuesta me la dará en otra oportunidad:

- ¿Era un buen alumno Abdiel Bermudez que pudo ingresar en la vocación al José Martí de Holguín?

- Que yo recuerde, mis maestros no se quejaron nunca. Era buen alumno, disciplinado, responsable, y estudiaba bastante, porque me gustaba. No estoy dándome brillo, Paquita: es la verdad. Hacía las tareas en el aula, casi siempre antes de irme a casa, para tener más tiempo libre, y lo invertía devorando libros. A los 9 años leí la Ilíada, mi primer libro de peso, sostén de una ventana de mi cuarto. De ahí nació mi pasión por los mitos griegos y por ganar batallas.

En sexto grado gané los concursos nacionales de Español, Matemática e Historia, y de La Habana me enviaron una bicicleta que nunca llegó. Los diplomas tampoco. Mi maestra decía que era culpa del fatalismo geográfico: yo vivía en Levisa, un pueblo que no era ni cabecera municipal, de donde salí solo cuando me fui al IPVCE de Holguín por vía directa, luego de ganar el concurso provincial de Biología. Todos auguraban que iba a ser científico, pero te juro que en aquel momento yo no tenía idea de cuál sería mi destino.

- ¿Fue entonces que dejaste Mayarí? ¿Qué recuerdas de ese trozo de tierra natal?

- Yo nací en Mayarí, pero mis padres se separaron y me fui a vivir a Levisa, muy cerca de Nicaro, donde estaba la primera fábrica de níquel de Cuba, que pitó por última vez el 31 de diciembre de 2012. Todo a mi alrededor tenía que ver con eso: tierra roja, cascos de colores, historias del orgullo minero… Yo crecí en ese mundo.

En la escuela aprendí de maestros imborrables, y jugaba y corría como todos. No era un “niño polilla”, o al menos no era solo eso. A cada rato me pedían que cantara en los matutinos pues había estado en el coro municipal y me sabía un par de canciones desconocidas, que enseguida se popularizaron. En cuarto grado me quisieron llevar para la EIDE, en voleibol, pero mi amor por el deporte no daba para tanto. Eso sí, tenía muy buenos amigos, que aún me duran, y una familia especial. No me puedo quejar. Eres lo que el mundo que te rodea hace de ti, y yo he contado siempre con la confianza, el apoyo y los abrazos de toda mi familia.

- ¿Cómo fue que no estudiaste biología o medicina si todos tus conocidos apostaron porque tu futuro sería una rama científica?

- Mi papá, anestesiólogo de los buenos, quería que fuera médico, como él. Todavía hoy me dice que hubiese sido tremendo clínico. Para inocularme el amor por la medicina, me llevó una y otra vez a un salón de operaciones, y a los 10 años mi currículum de intervenciones era bastante amplio, entre cesáreas, hernias, apendicitis, varicoceles… Ese era el sueño de mis abuelos también, pero a mí me faltaba ese «extra» que siempre he creído que define a un médico verdadero, por debajo de la bata: yo no tenía la vocación.

Mi mamá, por el contrario, quería que fuera bioquímico. Se empeñó todo lo que pudo para que me enamorara de esa carrera, que me gustaba, no lo niego; pero al final pudieron más las ganas de decir, de compartir, de servir, a través de la palabra, que no se me daba mal, y  terminé siendo un hombre de letras al que le iba bien en un mundo de ciencias.

- Tengo imborrables recuerdos de la Universidad de Oriente donde estudié periodismo. Te puedo nombrar unos cuantos profesores que no olvido ¿y tú?

- Yo tampoco. Hay muchos nombres de la Universidad de Oriente que permanecen vivos en las historias que contamos los muchachos de mi grupo, cuando nos vemos o hablamos: Víctor Hugo, Aymé, Isel, Cardoso, Osmar, Karina, Luis Enrique, Guash, Eva… y algunos que no eran de la carrera, pero que brillaron en mi aula: Catalán, Ana María, Irina, Dieva, el “Tavo” López, Josefina, Harold, Ángel, Lorna y la sempiterna Caridad Fruto, puro rigor y excelencia.

Hubo otros que no me perdonarán el fallo de memoria. Pero el primer nombre de mi lista es Rafael Fonseca, uno de los gurús de la Comunicación en Cuba. Fue quien me entrevistó durante la prueba de aptitud, y luego tutoró mis trabajos de Diploma y de Maestría. En ambas terminó aguantándose las lágrimas. Fue y sigue siendo mi maestro y mi amigo. A él le debo saberes que nada tienen que ver con el periodismo.

  - Sé que te gusta escribir (¿incuso poemas y cuentos?) entonces ¿Por qué Telecristal?

- Escribir siempre fue mi pasión primera. Para mí, enamorar por cartas era más fácil que dar la cara. Y era más de escribir cuentos que poesías, aunque de vez en vez me anoto un punto y me río del resultado. Siempre quise trabajar en la prensa escrita. La gramática y la sintaxis eran mis aliadas, y tenía cerca a un amigo-periodista-escritor como Rubén Rodríguez, que me ayudó a pulir el estilo y a disfrutar cada historia en el semanario ¡Ahora! Pero hice prácticas pre-profesionales en Telecristal y conocí de planos y montaje.

Se me metió entre ceja y ceja aprender a editar, y como trabajo de graduación, quise contar, en un documental, la historia de esos deambulantes que tanto nos duelen. Ahí se definió todo. Me fui a trabajar al telecentro holguinero, que, además, pagaba mejor que el resto de los medios locales, y terminó convirtiéndose en ese espacio para crecer con el que todo recién graduado sueña. Allí hice cuanto quise, con la ayuda de profesionales enormes que jamás le pusieron freno a una idea o a una osadía. Eso lo agradeceré siempre.

La carrera de Abdiel Bermúdez comenzó en Telecristal, en Holguín. Foto: TVC

- Eras la “cabeza de ratón” más visible del “universo holguinero” ¿Por qué te arriesgaste a ser “cola de león” en La Habana?

- Un buen amigo tenía la misma preocupación que tú, Paquita. Me decía que yo era profeta en mi tierra; pero no soy de temerles a los leones de rugido intimidatorio, que terminan mordiéndose su propia cola. Te lo digo en serio: La Habana nunca fue mi sueño. No me enamoraba. Siempre que venía, quería regresar a casa de inmediato. Cosas de muchacho de pueblo, a lo mejor. Pero un día, luego de 5 meses de infausto alquiler holguinero, apareció una posibilidad a la que no podía renunciar, sin pretenderla, sin buscarla.

De esas cosas que uno llama “regalo de Dios”. Y me decidí. Contrario a lo que algunos piensan, nadie me trajo con la promesa de una casa o un puesto laboral. Fue una decisión que tomamos mi damita y yo, solos los dos, en la intimidad del hogar. Lo pensé bastante, es cierto. Me iba bien en Holguín, con varios programas en la televisión y la radio, daba clases en dos universidades y mucha gente me quería. Tenía cierto reconocimiento a nivel nacional siendo, como dices, cabeza de ratón. Pero la vida es superarse, y es pensar en tu hijo, en tu familia, en las posibilidades de crecimiento personal que, innegablemente, solo la capital prodiga.

No vine buscado un ascenso profesional. De  hecho, La Habana carga con la mala fama de menospreciar a los recién llegados, y he tenido algunas muestras de eso, las cuales, por suerte, no han sido mayoría. Además, si dejo que prevalezcan las bajas pasiones y los malos sentimientos, no avanzo. En cuestiones de trabajo, nadie me ha regalado nada nunca. La gente ha confiado en mí y lo he dado todo, porque defraudar no está en mis genes. Yo soy periodista y punto, esté donde esté.

Ahora solo me estoy probando en un escenario diferente, donde lo que digas, bien o mal, se escuchará más alto y más lejos. Y eso tiene su premio o su precio. Pero sigo siendo el mismo. Ni mejor ni peor que cuando trabajaba en un canal territorial, donde se publican materiales que merecen saltar esa frontera para hacer más crítica, llevadera y representativa la pantalla nacional. Lo digo por experiencia propia.

- ¿Cómo te cae que la gente “del otro lado” te llame “periodista oficialista?

- Yo no soy más que una voz en un medio de prensa reconocido de manera oficial por el Estado cubano. No voy a defenderme ahora diciéndote que el oficialismo es la vertiente contraria al mercenarismo, aunque puede serlo y hay ejemplos para demostrarlo. Los que hacemos periodismo en los llamados medios oficialistas cubanos, corremos ese riesgo, nos estigmatizan. Las etiquetas son algo común en estos tiempos. Para evadirlas, algunos se amparan en un extraño y dudoso centrismo que dispara opiniones a diestra y siniestra.

Pero cuantos se empeñan en apostar por el enfrentamiento, critican el ejercicio periodístico y la relación de la prensa cubana con el Estado y el Partido desde posiciones absolutistas. Para ellos, todo anda mal en el periodismo “oficialista”; sin embargo, guardo no pocos ejemplos de periodismo sin concesiones, apegado a la verdad, de colegas que laboran en medios estatales de toda Cuba. Ellos cargan con la mayor credibilidad de la prensa cubana actual; y claro está, porque soy miope pero no ciego: abundan los malos ejemplos que nunca debieran salir a la luz pública, algo que sucede en todo el mundo.

Te diré algo que pocas veces se enuncia, Paquita: a veces, del “lado de acá” se estigmatiza a los llamados independientes –que no lo son tanto– en lugar de aprender de sus fortalezas: trabajo sistémico, seguimiento informativo, contrastación de fuentes, criticidad como eje del discurso… por solo citar algunas de ellas.

Eso sí, me agradaría que con la misma vehemencia con que los “independientes” critican lo que no funciona cabalmente en nuestra sociedad, denunciaran aquello que entorpece, desde afuera, el despegue socioeconómico que todos queremos para Cuba, y reconocieran lo que vale la pena reconocer, que no es poco… Si esos temas no son de su interés “editorial”, si su agenda no es así de democrática e inclusiva, entonces decirme oficialista –me han dicho mucho más que eso– es apenas tirar piedras al techo del vecino. Nada más.

- Has logrado un buen lugar en el sistema informativo que te permite adentrarte en temas peliagudos y polémicos ¿Qué sientes cuando parte del público está en tu contra?

- Lo primero es aceptar que puedo haberme equivocado en el planteamiento de alguna idea que he defendido, porque no soy infalible. Y lo segundo es aclarar que, cuanto digo, es mi responsabilidad: nunca me han impuesto decir algo. Nunca. Uno asume una responsabilidad muy grande cuando se está delante de una cámara en un noticiero de televisión. La gente tiende a legitimar lo que dices, de ahí que todo lo expresado merezca más de un análisis, no poca documentación, cierto nivel de contrastación y, si es posible, hasta la ayuda de algún “abogado el diablo”, a manera de duda razonable.

Solo entonces debes ir al set, a sabiendas de que puedes ser presa de los cuestionamientos de una parte del público en desacuerdo con tus ideas. Pero hasta cierto punto es normal que así suceda. Si en casa, entre la gente que más amamos, hay diferencias, cómo no va a haberlas entre un periodista y más de 11 millones de personas. Yo no creo en la unanimidad, y tampoco pretendo quedar bien con nadie más allá de mí mismo; y quedar bien significa ser consecuente con las ideas que defiendo, ser congruente entre lo que digo y lo que hago, y respetar las posibles posiciones contrarias.

Las cosas han cambiado. Antes, aunque se opinaba menos, no había muchas maneras de que la gente expresara su desacuerdo u oposición. Ahora las redes sociales han democratizado esa posibilidad, y hay que aprender a lidiar con eso. Y te decía “hasta cierto punto” porque detrás de una opinión contraria, he podido encontrar lo mismo un criterio respetuoso que uno mezquino, que no va solo contra mí, sino contra cualquiera que esté en mis zapatos.

Hay campañas antimediáticas, contra el periodismo cubano, que nacen de una voluntad manipuladora consciente. Se está haciendo bastante habitual la práctica de emprenderla contra determinadas voces de la televisión y de los medios en general. Tengo varios colegas que incluso han sido humillados en las redes sociales. Hay cierto anhelo desacreditador en muchas opiniones que leo, y respondo solo cuando hay respeto de por medio: a la mala fe no se le da tráfico.

Junto a su esposa, la periodista de Juventud Rebelde, Liudmila Peña, y su hijo. Foto: Abdiel Bermúdez / Facebook

- ¿Discutes de tu trabajo con Liudmila Peña, tu esposa y colega, cuando la ayudas a cocinar o limpiar?

- Es difícil que en casa de periodistas no se hable de lo que hacemos. Y sí, creo en el juicio de Liudmila, que es periodista de Juventud Rebelde, al afrontar un trabajo, sobre todo si es polémico. Ella hace lo mismo conmigo. Compartimos ideas, argumentos, decantamos modos de presentación; hablamos de los gráficos, de las fotos y hasta de los gestos, tan importantes en cámara. No siempre estamos de acuerdo, pero tener a alguien en quien confías, para evaluar una idea profesional, es una suerte, sin duda. Ahora te digo algo: eso de “ayudar”, que me preguntas, no es bien visto hoy. Te confieso que cocinar no me hace gracia. Lo mío es fregar; si hay agua y detergente, no me incomoda en lo absoluto.

- ¿Sentiste miedo cuando te atacó la faringitis?

- Como reportero, estuve en muchos lugares donde pude haberme contagiado con el coronavirus, así que la sospecha estaba latente. Pero, por los síntomas, no parecía ser COVID-19. La doctora del consultorio me diagnosticó la faringitis, un amigo microbiólogo me dijo que tenía un 98% de seguridad en que se trataba de una influenza, y hubo quien me habló de dengue.

Disciplinadamente cumplí mi aislamiento domiciliario, bajo vigilancia, sin dejar de reportar para el NTV desde la casa; pero el miedo a contagiar a los tuyos no te deja vivir en paz, así que  me hice de inmediato el test de PCR-RT para salir de dudas, y solo cuando supe el resultado me volvió el alma al cuerpo.

Abdiel junto a su hijo. Foto: Abdiel Bermúdez / Facebook

- ¿Cuánto te has tenido que alejar de tu chama por estar cerca de infestados por la Covid? ¿Duele?

- Duele porque te privas de lo que más quieres. Pero no tienes opción. Estos meses han sido como asumir una misión especial. No puedes huir de contar las historias de la gente que está en la primera línea de enfrentamiento a la pandemia; gente que no duerme para que otros puedan dormir tranquilos o completamente preocupados, si están enfermos. Tu tarea es narrar sus miedos, sus luchas, sus añoranzas.

Y no será el temor al contagio lo que te haga retroceder, no si vives el periodismo. Así que cuando llegas a casa, cumples el protocolo “estilo IPK” que tu esposa prepara para ti, besas a tu hijo solo con el pensamiento y duermes lejos de ellos, en el otro cuarto, para cuidarlos. Al otro día te levantas y te vas a ser periodista otra vez. Es una rutina que te duele, pero debe ser así, para protegernos todos.

- ¿Extrañas la Loma de la cruz y el Parque Calixto García?

- Extraño a mi familia, tan lejos de mí, y a los buenos amigos que se mantienen cerca mediante el teléfono, Facebook o WhatsApp. Esa gente que no deja morir el cariño ni los buenos momentos juntos. Se extraña Holguín, pero la vida debe seguir su curso, y espero volver siempre que pueda.

- Y la pregunta que no puede faltar ¿Por qué algunos amigos comunes te dicen “osito cariñoso”?

- Esa es una provocación tuya, Paquita, porque sabes que soy un tipo dado a los abrazos. Estos meses de Covid-19 me han moldeado un poco. Pero hay cosas que no cambian nunca, y yo sigo siendo el mismo tipo cariñoso y bromista que conociste un día.

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(Tomado del sitio web de la Televisión Cubana)