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Diario desde La Covadonga: La arrancada (I)

Nuestro reportero Andy Jorge Blanco, ya a punto de graduarse, se ha ido con un grupo de estudiantes como voluntarios para el hospital Salvador Allende. Desde allí contará a los lectores de Cubadebate las experiencias de 14 días en pleno combate contra la COVID-19

Cuentan los voluntarios que hoy salen, que los atardeceres desde la terraza son de postal. Llevaban 14 días como personal de apoyo en el Salvador Allende y nosotros somos su relevo. Contentos lucen quienes se van, mientras que a los que entramos se nos nota, por sobre el disimulo, un tufo a duda. ¡Los ojos! En estos tiempos se han vuelto aún más expertos en transmitir emociones. Por encima del nasobuco, ellos nos delatan el sinsabor prematuro de este cuarteto de principiantes.

Tras tomarnos la temperatura y los datos, cruzamos la puerta perimetral de la Covadonga, como aún se conoce al hospital. “Ahora sí, Covadonga adentro”, pensé. Una guagua sale. La gente aplaude. El reloj marca las once de la mañana del primer lunes de julio. Par de horas más tarde, Rita y yo, de quinto año de Periodismo, comenzamos a sudar el calor del traje de protección, cuando nos disponemos a servir el almuerzo a los pacientes sospechosos.

"Parecemos cirujanos", dice, y a los dos se nos escapa la sonrisa tonta de quien descubre algo hermoso, aunque a mí el uniforme verde me quede como papalote.


En el otro extremo de la sala José Antonio Echeverría, Alejandro –preparatoria en Lengua Rusa– y Camila –segundo año de Derecho– se ayudan en el amarre de los atuendos. Nosotros seguimos en el ajetreo del pantry: almuerzo, merienda, comida, merienda, carrito para transportar los alimentos, cloro, agua, friega, cloro. Ahorita –cómo olvidarlo– uno de los pacientes me dijo, mientras me entregaba la bandeja a la entrada de su cuarto: “Gracias, doctor”.

A las 2:55 p.m. llegaron nuevos casos sospechosos. Son los que se atienden de este lado del hospital.

–¿Ustedes son contactos de positivos?– pregunta el doctor César.

–No, yo tengo catarro– le respondió una de las señoras.

Alejandro y Camila limpiaron hasta el cansancio los cuartos de los pacientes, aun los que permanecen vacíos. “Por si llegan más personas”, prevén. Los asistimos cuando dejamos el pantry libre de todo germen. De los cuatro, Rita está en cada momento, incisiva y precavida, con las palabras “cloro y jabón” al borde de los labios.

En la noche, antes del típico juego de las películas para espantar el aburrimiento, hablamos de las colas que persisten, de tatuajes… El doctor César recuerda a los médicos que han cumplido años dentro del hospital, cuidando a la gente. Menciona a quienes cumplirán en estos días. A las nueve, con el cañonazo, aplaudimos sentados en el portal de la sala.

–Autoaplauso– dice el médico, y todos ríen.

Alejandro, que ahora duerme a pierna suelta, había señalado su meta de esta primera noche: aprenderse diez nuevos verbos en ruso. Contó también la leyenda de las matrioskas y se quedó rendido hablando en cirílico con otra compañera de aula, vía WhatsApp.

A las dos de la madrugada, Rita me recuerda que debí bañarme en la mañana con “mi última agua caliente en 14 días”. ¡Bah, con lo bien que le viene al cuerpo una ducha fría cuando termina una jornada de trabajo!.