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Convivencia y crianza en tiempos de pandemia: Ejercicio de la autoridad

     “Mi niña no quiere dormir sola”.

      “Este tiempo de cuarentena ha superado mi capacidad de madre”.

      “Tiendo a perder la paciencia, me altero y alzo la voz”.

“Me gustaría tener un ratito para mí”.

Estas frases expresan preocupaciones y malestares cotidianos que, en parte, tienen mucho que ver con los límites y el ejercicio de la autoridad.

Ya se ha enfatizado que es fundamental que cada persona tenga su espacio; los límites son imprescindibles para ello. Al inicio, las necesidades de una o un recién nacido requieren de una disposición muy grande e intensa por parte de adultos primordiales. Luego las necesidades van cambiando conforme al desarrollo alcanzado en cada etapa, y esto implica una constante acomodación de lugares. No es igual atender los requerimientos de un bebé que los de un o una adolescente.

Saber por dónde pasa el límite, cuándo es una demanda adecuada, implica el conocimiento de cada etapa por parte de las personas adultas, ya que son ellas las que deben ir guiando el crecimiento desde unos criterios. No se puede dejar el crecer liberado a “algo que llega solo” o que “será cuando el niño quiera”. Es necesario reflexionar sobre esos criterios, ya que hay muchas pautas de crianza normalizadas aprendidas y que no son saludables.

Para establecer bien los límites es necesario el ejercicio saludable de la AUTORIDAD. Se trata de la función que delimita cada lugar desde la comprensión de las necesidades de ambas partes de la relación. Es clave no caer en el “darlo todo y amar sin medida”, ya que esto conlleva: el dar de más y no lo que se necesita, la sobreprotección, las actitudes arbitrarias de “esto ahora sí y después no” que implican justamente ejercer autoritarismo; y todo esto dificulta el desarrollo saludable de la crianza. Muchas veces la culpa, la pena, el qué dirán, hacen que las personas adultas no estén convencidas y se desdigan en su autoridad, dándose, por ejemplo, estos mecanismos:

Los dobles mensajes. Se está diciendo una cosa y al mismo tiempo se está diciendo o haciendo lo contrario. Se pretende que la niña duerma en su cama, pero da pena, y ella percibe la inseguridad de que en verdad los adultos quisieran que duerma con ellos. Esto no permite ser firmes en la decisión de dejarla en su cama. La persona adulta puede verbalizar las contradicciones y el propio sentimiento de que le cuesta, pero sin deslegitimar la necesidad de lo que se está planteando.

Explicación – justificación. Se empieza a explicar algo y no se habla directamente del criterio que sostiene ese límite; se acaba dando múltiples explicaciones y justificaciones. Esto hace perder la autoridad. Por ejemplo, una madre quiere estar sola y leer un libro, la hija la interrumpe constantemente y ella se justifica con culpa, en lugar de ser firme en mantener su espacio.

Paridad. Las personas adultas se ponen de igual a igual: “Qué te parece si…”; “Déjame hablar por teléfono, cuando tú juegas con tu amiguita no te molesto”. Eso confunde el lugar de hijos e hijas. Justamente la asimetría con el adulto es lo que permite asumir la frustración saludable que todo límite conlleva, siempre que no haya arbitrariedad.

Los chantajes. Para lograr algo se le dice: “Te permito esto si haces esto otro”; en ocasiones los y las adultas pueden hacer una especie de chantaje emocional, victimizándose. Se puede conseguir lo que se quiere, pero eso no es educar e impide que el niño o niña comprendan la razón de lo que deben hacer.

La reiteración. Se repite lo mismo reiteradamente, incluso hasta llegar a la desesperación y, a veces, se apela a los gritos: “Te lo he dicho mil veces”. Se genera un círculo vicioso en el que mientras más se repite, menos valor tiene lo que se dice, y la relación se hace desgastante. Repetir provoca enojo y se pierde firmeza.

Cuando se consideran las necesidades de ambas partes se hace legítimo un límite, se evita la arbitrariedad, y padres y madres pueden sostener la autoridad, estar firmes, así como ser coherentes. Esto da seguridad a los hijos e hijas y les ayuda a crecer.

Lo dicho no son recetas. Cada familia sabe cómo tratar estos asuntos en su entorno y es bueno desarrollar capacidad de autoobservación de todas estas cuestiones que dificultan la autoridad para poder modificarlas, ya que son situaciones “muy aprendidas” desde herencias culturales naturalizadas no saludables.

Por ahora, se abre nuevamente el diálogo…