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Memorias del doctor Bestard en la Argelia de los ‘80

Con casi 94 años, a la memoria del doctor Armando Bestard González no escapan detalles de la cultura, las costumbres y las tradiciones del pueblo argelino, donde cumplió misión médica desde el 22 de diciembre de 1981 a igual fecha de 1983 en la ciudad Aïn Témouchent.

Esa provincia está situada a 72 kilómetros al suroeste de Orán y a unos 63 al oeste de Sidi Bel Abbes, urbe de esa nación africana y centro comercial de una zona de viñedos, huertos y campos de cereales.

La avanzada de la brigada médica viajó antes. Un cólico nefrítico le impidió llegar junto a sus compañeros a Argelia, país que marcó un hito en el inicio de la colaboración internacionalista de Cuba el 23 de mayo de 1963.

Como reseña la historia, unas horas antes de la visita a Cuba de Ben Bella, quien fuera el primer presidente de la República Argelina Democrática y Popular, surgida tras las conversaciones del Frente de Liberación Nacional y de las autoridades francesas, que se vieron obligadas a sentarse en la mesa de negociaciones, Fidel inauguró la Escuela de Medicina Playa Girón de La Habana.

En ese escenario planteó la idea de enviar una brigada médica para ayudar a esa nación. En su discurso Fidel, artífice de la solidaridad y el humanismo, dijo:

“La mayoría de los médicos de Argelia eran franceses y muchos han abandonado el país. Hay cuatro millones más de argelinos que de cubanos y el colonialismo les ha dejado muchas enfermedades, pero tienen solo un tercio —e incluso menos— de los médicos que nosotros tenemos. (…) Por eso les dije a los estudiantes que necesitábamos 50 médicos como voluntarios para ir a Argelia”.

La vida demostró, con los años, el valor de esa filosofía, concretada por Fidel en una de las ideas del concepto de Revolución, lanzado al mundo el primero de mayo del 2000:

“Revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”

En un pabellón precioso y grandísimo

Bestard llegó a Argel siendo un hombre maduro, tenía 54 años.

El hospital de esa ciudad —que fue de los franceses— estuvo a disposición del gobierno argelino y a él se incorporaron los catorce médicos cubanos de varias provincias y especialidades. Narra Bestard: “nos trababan muy bien; al principio las costumbres y modos de trabajar distinto a los nuestros, pero nos adaptamos.

“En un pabellón precioso, grandísimo, uno para hombres y otro para mujeres, trabajé asumiendo los casos de tuberculosis, con la diferencia de que a los del sexo masculino los atendía yo, y una doctora argelina a las femeninas. En general el trabajo fue exitoso, con una compenetración humana tremenda.

En Argelia el grupo tenía organizada la vida en colectivo. En la casa donde vivía eran dos, a él le tocaba cocinar y a su compañero fregar. La limpieza la realizaban juntos, una vez a la semana.

Refirió que los criterios epidemiológicos no eran los mismos para el diagnóstico de la dolencia: “en realidad las placas son para evaluar la evolución, sin embargo, tratamos de convencerlos de la necesidad de buscar las fuentes de contagio y realizar esputos, donde microscópicamente se aprecia la bacteria, conocida como bacilo de Koch.

“Esa enfermedad ataca principalmente a los pulmones, el derecho es más grande que el izquierdo, pero puede afectar otras partes del cuerpo si no se trata oportunamente y dejar secuela en esa estructura anatómica, perteneciente al aparato respiratorio, con ubicación en la caja torácica a ambos lados del mediastino. El riesgo es mayor para las personas con un sistema inmunológico afectado por infección del VIH, malnutrición, diabetes y por el tabaquismo”.

Se remite al presente: “Si nosotros hubiéramos tenido todo lo que poseen hoy nuestros profesionales podíamos haber hecho más. Te soy sincero, me siento muy bien como se está enfrentando la pandemia de la COVID-19 en Cuba. Es diferente a lo que está pasando en el reto del mundo. Las políticas epidemiológicas que se están llevando aquí son meritorias”.

Una insuficiencia renal, que padece desde hace tres años, y artrosis lo limitan a caminar, pero desde el cómodo asiento habilitado por las hijas, se mantiene actualizado: “Escucho radio, veo la televisión, leo el periódico, tengo la mente clara, todos los días cojo un libro para leer algo más”.

Más del doctor

Conversar con este hombre estimula. Habla de Santiago de Cuba, su ciudad natal, del traslado para Camagüey cuando solo tenía unos ocho años para la familia unirse a su padre, quien tenía aquí un trabajo estable. Vivió en el hogar paterno de la calle General Gómez número 16, a escasos metros de Avellaneda, una de las arterias principales de la urbe.

La enseñanza primaria hasta terminar el bachillerato la realizó durante once años en la antigua Escuela Pías, un plantel de formación religiosa y luego comienza la azarosa carrera de Medicina en la Universidad de La Habana, truncada por la decisión del Gobierno, que cerró la alta casa de estudios , a menos de doce meses de su graduación por la agitación política de los años 1957-58.

Bestard no renunció a lograr su objetivo, viajó a Madrid a proseguir los estudios, las notas se las convalidaron y allá la expidieron el título de médico, pero con el triunfo de la Revolución en 1959 decidió volver a Cuba acompañado con la esposa y una hija, Ana Margarita, nacida en España y actual trabajadora de la Biblioteca Nacional José Martí.

La travesía de vuelta la hizo durante veintiún días, con apenas dos meses de nacida la niña, en el barco portugués Santa María que atracó en La Habana en los primeros días de la Revolución en el poder que dio la oportunidad a todos los estudiantes que habían tronchado el calendario escolar a realizar la prueba y en diciembre de ese año 1959 y recibir el título cubano de médico.

Siempre Bestard gozó del respeto, primero en el hospital Amalia Simoni, inaugurado por Fidel el 27 de noviembre de 1959, como neumotisiólogo, especialidad de la medicina que estudia la tuberculosis en todos los aspectos. En Camagüey se recuerda que esa institución cuando se creó era un centro antituberculoso y con los años se transformó en un clínico quirúrgico para atender una parte de la población de la ciudad de Camagüey y de varios municipios del norte y el este de la provincia.

Las transformaciones que acontecieron en el territorio agramontino y la apertura de la Universidad de Ciencias Médicas Carlos J. Finlay obligaron a Bestard a trasladarse al Manuel Ascunce, donde fue dirigente sindical por más de 25 años, así como al también neumólogo José Pernas Alvariño, por la inminente creación del servicio de neumología y la contribución de ambos en la formación académica de los futuros galenos.

Por azar de la vida se vio obligado a jubilarse prematuramente en el 2005 con 78 años.

Lleva poco más de tres años con una rigurosa dieta de viandas hervida, pollo y pescado, con medicamentos como el Ácido Fólico y la EritoPoyetina humana recombinante, proteína obtenida por tecnología de ADN.

Hoy, a la luz de sus problemas de salud, agradece al Estado la garantía de este fármaco inyectable que le sube la hemoglobina y así alarga su vida, ahora cuidándose mucho más en su hogar de Julio Sanguily, en el reparto Beneficencia, ante el peligro de la pandemia, al abrigo y cuidado de la hija estomatóloga de profesión y acompañado también por su esposa nonagenaria.