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A 147 años de la caída en combate del Mayor General en la sabana de Jimaguayú

Estatua al Mayor Ignacio Agramonte. Foto: Ladyrene Pérez/Cubadebate.

A pesar del tiempo transcurrido, un pueblo entero, agradecido y retribuido, venera e idolatra a Ignacio Agramonte, el Mayor General.

El cubano lo admira haciendo caso omiso de algunos historiadores o investigadores que siguen insistiendo que tuvo una muerte innecesaria y no a su altura, como también pudieran atribuírsela a José Martí, que cayó de cara al sol, o Antonio Maceo, que lo hiciera con igual derroche de hidalguía en San Pedro.

Qué dirían esos, cuando Fidel Castro tuvo que imponerse a los que lo rodeaban en los combates de Bahía de Cochinos y espetarles un… “¡Coño! Yo soy el jefe de la Revolución y voy en el tanque”... Y se montó, no parando hasta mojar las esteras con el agua salada en Playa Girón a las 3 de la tarde del 19 de Abril de casi un siglo después.

Aquellos tres hombres, Agramonte, Martí y Maceo, sabían lo que representaba su valor y la trascendencia del ejemplo personal, y aunque en verdad eran escaramuzas de combates menguados, salieron a darlo todo con el arrojo emanado de sus convicciones, sin detenerse en que si se trataban o no de enfrentamientos digno de sus autorías.

Como otros precursores de la rebeldía mambí, Ignacio Agramonte y Loynaz, procedía de cuna adinerada y en ella se forjó, pero precisamente por la cultura que pudo ofrecérsele también conoció de las ideas más avanzadas de la época casi todas enmarcadas en la Europa del siglo XIX y más específicamente en Francia y sus predecesores utópicos como Juan Jacobo Rousseau.

Pudo más su visión patriótica que lo llevó a renunciar temprano a tales circundantes beneficios, incorporándose a la manigua redentora dejando atrás a su venerada esposa Amalia.

Amalia Simoni y Argilagos fue hija de renombrado médico que le proporcionó vasta cultura llena de viajes por toda Europa y el dominio de varios idiomas. Su padre, al inicio, estuvo renuente de comprometerla con un hombre decidido por sobre todo a enrolarse en la libertad de su Patria.

Solo 7 años duró el apasionamiento iniciado en 1866 cuando se comprometió con Agramonte quien había jurado llevar su amor “más allá de la muerte” y así cumplió. Por lo menos con el fruto de descendencia doble, al primogénito Ernesto siquiera pudo abrazarlo y acariciarlo el día de su primer aniversario, a la otra la niña Herminia, restrictivamente ni la conoció.

Con hidalguía plena, ella supo sobreponerse ante el ensañamiento de cobardes colonizadores como antes lo habían hecho sus precursores con la población india, aunque recibieran iguales gestos de sublime estirpe.

Aconteció el día 26 de mayo del año de 1870; irrumpieron en el remanso donde vivía la familia Agramonte tropas españolas al mando inmediato del capitán Arenas, y mediato del general Fajardo, llevadas allí por un isleño traidor. Ubicada en la región de Cubitas, con capacidad para tres matrimonios; el del Doctor Simoni y los de sus dos hijas, Agramonte bautizó aquel lugar, en el que solo disfrutara de algunos meses de felicidad, con el nombre de "El Idilio"

Impuesto El Mayor de la atrocidad, parte en solitario a intentar sin éxito, reparar la afrenta. Así describe Martí, esta heroica hazaña: Aquel que, cuando le profana el español su casa nupcial, se va sólo, sin más ejército que Elpidio Mola, a rondar mano al cinto el campamento en que le tienen cautivo sus amores.

Presentada la prisionera familia al general Fajardo, y después de hablarle de la muerte segura de Agramonte, la invitó a que escribiera a su marido para hacerle abandonar sus temerarios propósitos de libertad e independencia. Y aquella heroína se puso rápidamente en pié y contestó: General, primero me cortará usted la mano que yo escriba a mi marido que sea traidor. ¿Traidor? Preguntó Fajardo. “Sí, traidor a su Patria, contestó Amalia”.

Cuando las autoridades del Gobierno de la República en Armas designan a Agramonte, el 10 de mayo de 1872, Jefe del Distrito de las Villas extiende, además de las de Camagüey, su jurisdicción a las dos provincias, manifestando su capacidad de aglutinamiento y de dirección muy a pesar de los ancestrales regionalismos de la época ya reflejados en la manigua redentora.

Así, aquellos miles de soldados de las Villas, los judíos errantes de nuestra Guerra Grande, que peregrinaron, desde las llanuras de Santa Clara hasta las montañas de Oriente, en busca de jefes y de armas, perseguidos por el enemigo, como alimañas miserables, de bosque a bosque y de llano en llano, fueron transformados por Ignacio Agramonte en ejército respetable, borrando el territorialismo, militarizando en un haz a camagüeyanos y villareños, quienes se confundían fraternalmente para quererle y admirarle.

De ahí aquella magnífica frase, cuando un grupo de sus oficiales se expresaron, en su presencia, en términos severos del Presidente Carlos Manuel de Céspedes, cuéntase que Agramonte a pesar de sus desacuerdos con el Padre de la Patria, los reprendió con energía y elevándose a la majestad del auténtico caudillo, exclamó: Nunca permitiré que se murmure en mi presencia del Presidente de la República.

Eran precisamente negros recién liberados quienes sin prejuicios para la mayoría de sus anteriores amos, seguían intuitivamente aquella gallarda figura bien blanca, de porte distinguido, a pesar de las riesgosas operaciones a las cuales lo acompañaban.

La mayor astucia y arrojo lo simbolizó el histórico rescate al Brigadier Manuel Sanguily el 8 de Octubre de 1871 de las manos de las sanguinarias tropas españolas que lo habían echo prisionero e indudablemente lo conducían al cadalso. Conocer el Mayor el desgraciado suceso y disponerse a rescatar a Sanguily, todo fue uno; él nunca preguntaba de los enemigos cuántos eran sino en qué lugar se encontraban.

En el acto, escoge a 35 centauros, y parte al galope, a encontrar el adversario, disponiendo que el comandante Henry Reeve “El inglesito” marchara sobre el rastro y allí, a la vista del enemigo, Agramonte desenvaina su tajante acero y dice con voz potente: Comandante Agüero, diga usted a sus soldados que su jefe, el brigadier Sanguily, está en poder de esos españoles, que es preciso rescatarlo vivo o muerto o perecer todos en la demanda. Y volviéndose a la izquierda, adonde tenía el corneta, grita a éste: Corneta, toque usted a degüello.

El brigadier Manuel Sanguily con el valor que le distinguía, recibió a los cubanos con vítores a Cuba y el sargento español, que le llevaba atado al caballo, de inmediato quedó muerto en el campo. Allí resultaron once cadáveres enemigos. Los cubanos tuvieron dos muertos y cinco heridos.

Ejemplo este desgraciadamente no correspondido para con él, cuando nadie 23 meses más tarde se atreviera a rescatar su cadáver, como ocurriera también 22 años después con el Delegado Martí y pasados los 25 con el Titán de Bronce Antonio Maceo. Tal era el mito que los encubría ante las valerosas fuerzas mambises que quedarían paralizadas, estupefactas ante tan irreparables pérdidas.

Jimaguayú, 9 de Mayo 1873, se dirige el Mayor General Agramonte al campo de donde se había dispuesto una concentración de tropas de las Villas y el Oeste, llegando allí al mediodía entre las delirantes aclamaciones del ejército acampado. Su entrada en aquel escenario revistió caracteres de apoteosis, pues frescos todavía los laureles alcanzados en brillantes combates contra el enemigo de la Patria, prorrumpieron en entusiastas y atronadores vivas al general y a su ejército.

El 10 fue de jácara y de júbilo en aquel lugar; la oficialidad de Caunao daba un banquete a la de las Villas, al que asistieron el general Agramonte, con todo su Estado Mayor, y el valiente coronel Reeve, con su oficialidad de caballería. A las ocho y media de la noche había terminado la fiesta y entonces, supo Agramonte que a Cachaza lugar cercano, había llegado y acababa de acampar una fuerte columna española, de las tres armas. Ya a las dos de la mañana estaba en pie y preparaba la patrulla exploradora que salía, momentos después, a buscar al enemigo.

A las cinco del día 11 resuenan en los ámbitos del campamento cubano las notas alegres de la Diana y momentos después el gallardo general adopta las disposiciones procedentes para el combate. A las seis está dando órdenes a los jefes de infantería, mientras ya la caballería de Reeve, en el otro extremo del campamento, y que mira desde su posición Serafín Sánchez, realiza movimientos tácticos. El enemigo, estaba sobre las armas, porque ya a las siete de la mañana se escuchaba en el campamento cubano el tiroteo, entre nuestras patrullas y la tropa española, que avanzaba, en pos de aquéllas, razón por la cual se va sintiendo más cerca el fuego, hasta que irrumpe, con grandes precauciones, en el campo de Jimaguayú.

Agramonte, desde el principio del combate, decidió sostenerlo hasta la destrucción del enemigo, lo que le parecía posible, por su poderosa infantería y la situación en que la colocó. De seguro que si el Mayor no cae en la emboscada artera, que le costó la vida, Jimaguayú hubiera contemplado para los peninsulares un macheteo o una carga demoledora, de proporciones superiores.

Su muerte gloriosa, pero sombría, llega en el momento en que el general abandona su puesto para ocupar el de soldado; ocurrió yendo en compañía de cuatro hombres, cuando se dirigía imprudentemente hacia su caballería, situada en el lado opuesto del potrero. En el recorrido, recibe el disparo que le priva de la vida, procedente del flanco derecho, lanzado por la columna española.

El más insigne de los generales libertadores Máximo Gómez Baez es designado para sustituirle y expresa en distintos momentos sobre él… “vengo lleno de confianza en mis aptitudes a cumplir este mandato y con más razón cuando es muy difícil sustituir bien al Mayor General Ignacio Agramonte”… “Bolívar, hubiera podido ver en él a un futuro Sucre cubano”… “se había colocado en primera línea de todos los generales que combatimos, pues los conozco a todos. Estaba llamado, en lo porvenir, a ejercer grandes y altos destinos en su Patria”.

Efectivamente, solo trece días después, el 24 de ese mismo mes de mayo en 1873, había sido convocada una junta de jefes militares en las Tunas, en la cual se iba a proponer su nombramiento para el cargo de General en Jefe del Ejército Libertador, que hacía tiempo se encontraba vacante.

El Mayor no concurrió a la cita, había entregado ya su sangre generosa por la Patria sin aspirar a cargo ni encumbramiento alguno.

(Publicado originalmente en Prensa Latina, el 22 de mayo de 2011)