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Por amar a una ciudad

Llegó a La Habana por primera vez en febrero de 1994, aquel año ríspido e inolvidable en que el país se abría al turismo internacional para sobrevivir. Se enamoró de la ciudad y cayó crónicamente enfermo de la única patología que padece, la "habanitis", como él la llama.

Desde ese momento la cifra anual de visitas de turistas a Cuba escondió, año tras año dentro de su numérica impersonalidad, su dígito, su historia, su invariable amor hacia la Isla.

A José Manuel del Río, que vive en un pequeño municipio de la provincia de Madrid, le gusta escribir, una afición que ha desarrollado en sus casi 64 años. Quizá por eso fue tan fácil hacerle esta entrevista, que es más bien el relato de su última estancia en La Habana. Afirma que del agradecimiento "le pudiera escribir un libro".

El preludio de todo fue en España: "En el aeropuerto de Madrid el día de mi salida -el miércoles 11- ningún personal llevaba las mascarillas, sorprendentemente. Pero al llegar al aeropuerto “José Martí” todo el personal cubano usaba los nasobucos, eso me tranquilizó".

Su primera semana en la capital transcurrió con habitual felicidad: frecuentó los lugares de siempre, visitó a las amistades que le han nacido en más de 20 años de periplos a Cuba, entre ellas, Ciro Bianchi "al cual admiro y colecciono todos sus artículos". Luego todo cambió, vinieron las primeras medidas: "me quedé con las ganas de visitar El Capitolio. Y luego los centros nocturnos empezaron a cerrarse". Entre todo esto, "el viernes 20 me levanté resfriado y se lo achaqué al aire acondicionado del hotel. Fui al Cira García para pedir un paracetamol y los médicos al percatarse de que venía de España me pasaron a otra habitación y me empezaron a hacer preguntas, luego me trasladaron en una ambulancia al Instituto de Medicina Tropical “Pedro Kouri”.

"Allí me ingresaron. La habitación tenía unos 30 metros cuadrados, bastante amplia, y por la ventana veía la entrada al IPK. Por supuesto que no quiero compararla con las de los hospitales españoles, porque conozco la realidad cubana y me parecía lo mejor".

"La mañana siguiente el doctor me informó que estaba en la planta de sospechosos de la COVID-19 y que, por protocolo, pasadas 72 horas me harían la prueba. No tenía síntomas".

Esos días fueron los peores para él. El aburrimiento, la ansiedad y la incredulidad ante su situación lo acompañaban continuamente. "La atención del personal fue exquisita" me dice, e imagino el tono de cariño que le imprime a esas palabras, como si lo tuviera delante. Consiguió que le trajeran su cargador del hotel para mantenerse comunicado y para compensar lo poco que podía hablar con quienes le atendían: "mis amistades cubanas me llamaban y me animaban todo el tiempo".

"El lunes 23 me hacen la prueba con unos bastoncillos para la nariz y la boca. Y el martes 24 viene el doctor y me dice que ni él se lo cree porque mi estado físico era óptimo, pero que he dado positivo". Se derrumbó, lloró, no se lo esperaba, nadie nunca se lo espera. "El trató de calmarme y me dijo que era lo mejor, que saldría de allí totalmente curado, me pondrían unos medicamentos, entre ellos, el famoso Interferón Alfa 2B".

"Enseguida se lo comuniqué a mi familia en España y a mi empresa. También alerté a mis amigos cubanos para que acudieran a hacerse las pruebas y se aislaran".

Al día siguiente lo trasladaron a una habitación destinada a infectados, un cambio que lo sacó por un momento de su rutina, para volver a caer luego, con más fuerza, en ella. "Solo caminaba por la habitación, de noche no conciliaba el sueño, y me negaba a mirar el reloj".

"Cada uno de los días anteriores veía las noticias y la comparecencia del Presidente, del Primer Ministro y del Ministro de Salud. La Televisión Cubana en cada momento iba comunicando los casos, pero sorpresivamente el mío no lo mencionaban, eso me mosqueó".

Le avisaron que lo cambiarían de habitación nuevamente, había un paciente que estaba peor que él y la necesitaba. "Me viene a ver Pablo mi doctor con el que había hecho buenas migas y me dice que tiene una noticia mala y una buena. La mala es que la nueva habitación no tiene la misma calidad de esta, me dijo, y la buena es que puede ser que hayas dado un falso positivo, es casi imposible pero algunas veces sucede. Al otro día analizarían de nuevo las muestras".

"Imposible describir la emoción. Al otro día, el doctor Pablo me entregó el papel donde me daba el alta por COVID-19, incluso me dio la mano en prueba de que estaba sano. En ese momento pensé en el sufrimiento de mi familia a 7400 km de distancia, pero estaba feliz a pesar de todo. Lloré de la alegría".

Regresó al hotel en una guagua cubana, en un P4 específicamente. Tardó dos horas en llegar. Allí lo esperaba el director del Hotel Cohíba y la médico del lugar. Por ellos se enteró que habían clausurado su habitación y enviado para su hogar a los empleados que habían tenido contacto con él.

"A los pocos días regresé a casa, pero teniendo presente que “mi Habana”, a pesar de todo, siempre va a estar en mí. Ya lo sabía de viajes anteriores, pero lo confirmé, la gente de Cuba está hecha de otra materia y su grado de solidaridad no existe hoy en día en ningún otro lugar"

"Por eso mi colección de recuerdos de Cuba es inmensa. Mi cuarto es todo un museo. Tengo casi todas las películas cubanas, multitud de artículos, 1.100 libros sobre la mayor de las Antillas, de poesía, novela, arquitectura, fotografía, pensamiento, etc. Colecciones completas de la revista Bohemia, series televisivas como Vivir del CuentoTras la huella, y, aunque no lo creáis, la de Elpidio Valdés (mi homenaje a Juan Padrón que falleció mientras yo estaba en el hospital), aunque los españoles siempre salimos perdiendo en las batallas (se ríe)".

"A veces en España me preguntan el porqué de esa pasión y es difícil contestar. Solo mi corazón y yo lo sabemos. Otras veces me dicen que si estoy loco. Allá ellos, no me van a entender, pero qué lindo es ser loco por amar a un pueblo y a una ciudad".

(Tomado de Alma Mater)