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Los que no dicen no

Caricatura: Martirena.

Nadie sabe que, desde que todo esto comenzó, va caminando hasta el hospital para evitar el sofoco de los ómnibus repletos. Que para poder trabajar compró sus propios nasobucos en una fila humana que parecía azuzada por el Diablo; que ya no se queda el sábado con el nieto, por miedo a que esté incubando un mal invisible y lo pueda enfermar; que hace más de diez días no besa a su papá, porque a los 86 años no se aguanta algo así. Que la edad le pesa, pero el deber y el amor por la humanidad que eligió proteger, son el puntal de sus días y la razón de su incondicionalidad.

A nadie le contó que duerme mal, y poco. Ayer supo de la enfermera veneciana que se suicidó porque no resistió la presión de elegir quién vive y quién no y, en el silencio de la madrugada, le dedicó una plegaria a su memoria. Se han ido demasiados, y sabrá Dios con qué noticias despertará el día…

Muchos de los que ama andan lejos y por cada uno teme. No hay quién le quite la idea de que, bajo el ala de Cuba, —bajo la suya— todos estarían mejor. El desarrollo sin alma y la gente más temerosa por el pago de la renta que por la enfermedad, le resultan la expresión más dolorosa de esa promesa de triunfo que, irremediablemente, se tragó a tantos de los suyos.

Por eso, antes de acostarse y en los minutos de aparente calma, envía mensajes largos y dulces para que, del otro lado del mundo, la imaginen cuidándolos. “Es mejor que pierdas el trabajo y no que te enfermes”. “Recuerda tomarte la vitamina C, abrigarte bien y no salir de la casa”. “No te me vas de la cabeza”. “Tranquilo, yo me cuido”.

Lejos andan también varios de sus amigos. Allá, en Lombardía, donde el infierno de este mundo escupe muertos y exhala pánico, 52 hijos de esta islita pobre y guerrera como ninguna se la están jugando “al pega’o”, en nombre de un algo indefinible y hermoso que solo aquí tiene sentido y que casi parece el destino inevitable de la nación: “grazie, Cuba”. Pocos se imaginan bajo la piel del que dejó una madre rota de miedo o le mintió a su niño sobre lo rápido que pasa el tiempo.

¿Que por qué lo hacen? ¿Tienen ustedes una respuesta para los milagros? Ante la pregunta, muchas veces encubridora de intenciones tóxicas y bajezas de espíritu, uno de ellos escribió en su perfil de Facebook: “por amor a la vida, porque tenemos un deber con la humanidad, ¡y porque nos da la gana”. El cubano, que no “destiñe”.

Guerra allá y guerra aquí. Debajo de las batas blancas, detrás del microscopio, bajo la cofia, con los brazos adoloridos por cargar el cubo y el trapeador; desnudándose detrás de la puerta para que el maldito “bicho” no haga colonia en su familia, con el susto primitivo de quien no comprende la muerte, pero en pie, como mástiles de carne y alma.

En días duros, la prioridad somos nosotros y aquellos con los que compartimos techo. Sin embargo, el egoísmo no puede establecerse como instinto básico; en la misma medida en que prendemos nuestra fe como amuleto de protección, seamos consecuentes y comencemos por lo esencial: demostrar con hechos el amor por el prójimo.

Para algunos no hay alternativa posible, y de que puedan salir de sus casas depende el que tengamos quien nos proteja. Dejemos ya de suponer que somos su única razón de ser, pues por ellos también temen y aguardan.

(Tomando de Vanguardia)