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La fosforera de Sergio “El Curita”

Sergio González, “El Curita”. Foto: Archivo.

Este 19 de marzo se cumplirán 62 años del asesinato de uno de los más audaces y prestigiosos dirigentes de la lucha clandestina en la capital, Sergio González.

Cuando se hablaba de él, quizá para no decir su nombre, quizá por alguna precaución del clandestinaje, le decíamos El Curita.

Imagino que eso surgió porque se había iniciado como monaguillo. Siempre cuando hablaba con él le decía Sergio y no conocía entonces que tenía cuatro hijos y había sido dirigente obrero.

Apenas coincidí con él seis meses de mi vida sin que eso implicara que nos viéramos todos los días, pero fueron suficientes para que me dejara marcado por la huella de su autoridad fraterna, camaraderil y a la vez exigente.

He escrito en estas décadas muchos artículos en nuestra prensa de su trayectoria y varias veces he hablado en su tumba resaltando para nuestros jóvenes hitos de sus acciones más relevantes.

La impresión en su imprenta de la primera versión clandestina de La Historia me Absolverá, la captura de armas abandonadas después del heroico y fallido asalto a Palacio, la original organización del repudio al homenaje al dictador que le hacían las “llamadas clases vivas” por haber sobrevivido a esa acción mediante la explosión simultánea de balas en hoteles colindantes al Palacio Presidencial por parejas de supuestos amantes que todos se apellidaban Castro, su participación y organización de la huelga de hambre en el Vivac, su fuga del castillo de El Príncipe, la voladura de un tanque de combustible en la refinería de la Esso Estándar Oil, el sabotaje a la conductora del acueducto, la destrucción de documentos financieros en la Cámara de Compensaciones, el boicot a unidades de la empresa eléctrica, la organización de la famosa noche de las cien bombas, y algo sumamente importante: haber logrado en pocos meses la más eficiente organización de los grupos de combatientes clandestinos capitalinos que lo respetaban y seguían sin vacilación.

También por algo que supe después de la victoria. Fidel desde la Sierra se percató que la tiranía haría todo lo posible por eliminarlo y envió al después general Sio Wong a La Habana con la orden de que se incorporara de inmediato al núcleo guerrillero.

Fidel sabía que sería sin dudas un sólido pilar para las tareas mucho más complejas que enfrentaríamos después de derrotar a la tiranía. No contó nada a sus compañeros y respondió con todo respeto al Comandante que estaba consciente de los riesgos permanentes que se cernían sobre él pero que consideraba que su deber estaba en la capital y no quería abandonar a sus hombres.

Hay algo de lo que no he escrito. Cuando se fugó de El Príncipe para cambiarle un poco su conocida figura aceptó teñirse el pelo. Al cabo de un par de meses era evidente que se debía volver a teñirse.

Le insistí sobre ello y aceptó mi propuesta de ir a la casa de Brito, que había sido mi barbero, en cuya casa me había guardado bombas y armas.

Vivía Brito en Lawton cerca de la 13 estación de policía y me autorizó a organizarlo. Lo acompañamos Jesús Casais (traidor) y yo. Precisamente por ser cerca de ese antro el lugar tenía relativa seguridad.

Brito desde luego sospechaba que era otro compañero que hacía vida clandestina pero no tenía una idea de quién era.

Todo salió bien y Sergio dejó olvidada allí una fosforera y una caja de cigarros. Pocos días después fuimos a una colina en Lawton desde donde podíamos ver la explosión que se iba a producir en la refinería, pero que ese día Gelacio Hernández, conocido como el Guajiro de Minas o el gallego, no pudo accionarla y allí me dijo que le recuperara la fosforera que era un recuerdo familiar. Iba a separarme para hacerlo cuando decidió ir al pueblo de Minas a ver con el Guajiro que era lo que había ocurrido.

Gelacio, que trabajaba temporalmente en una construcción o ampliación de áreas de la refinería nos explicó que no pudo acercarse al tanque seleccionado con la termo-cantina que Sergio había preparado por un inusual reforzamiento de la seguridad, asegurando que lo haría al día siguiente como en efecto hizo. Al otro día volvimos a la colina y vimos la explosión que sacudió a la ciudad y cuya columna de humo durante varios días hizo que la población lo atribuyera a una acción del MR-26 aunque los voceros oficiales lo describían como una falla técnica. Aunque cuando subíamos me volvió a recordar que le recuperara la puñetera fosforera, con la euforia de lo sucedido a ambos se nos olvidó.

A mí me detienen y salgo el 10 de marzo. Veo a Sergio otra vez y a él lo asesinan el 19 y a mí me vuelven a detener el 3 de abril y por suerte me remiten al Vivac el 7 pues varios detenidos al iniciarse la huelga el 9 de abril fueron asesinados, entre ellos mi primer jefe Pepe Prieto.

A fines de abril detienen a Brito y aparece en el Vivac muy torturado. No conocían de sus nexos conmigo y supimos que un policía de la 13 estación puso una barbería cerca de la de él y quiso quitarse la competencia a sabiendas que no era un simpatizante del gobierno.

Convencimos a Brito que trajera sus herramientas y nos pelara allí. No quería cobrarle a sus compañeros y al fin aceptó y cada cual le pagaba lo que podía para ayudar a su esposa.

Allí me dijo que logró guardar la fosforera de mi amigo y allí supo quien era la persona que tiñó. Le dije, no sé porque se me ocurrió pues nadie había hablado de eso antes, que la guardara porque haríamos un museo cuando ganáramos y la pondríamos allí.

Brito pelaba porque no había encontrado trabajo como maestro agrícola que era lo que había estudiado. En 1959 o 1960 se abrió un politécnico en Matanzas y se mudo para allá como profesor.

Nos vimos muy pocas veces en varios años.

Cuando a mediados de la década del 80 era viceministro de Relaciones Exteriores, conoció de mi ubicación y llamó a mi oficina solicitando verme.

Lo cité enseguida y vino con la fosforera y la caja de cigarros rubios Super Royal en un sobre. Le habían dado dos infartos y me recordó lo que le dije en el Vivac y temía que se volviera a agravar sin darme esos objetos de un héroe de la patria.

Los examiné y no recordaba haber visto fumando a Sergio y aunque ya existía el museo de la Revolución en el antiguo Palacio Presidencial, dudaba si mis recuerdos eran ciertos.

Llamé a Rogelio Montenegro, también compañero de Sergio, que entonces era viceministro del Comité Estatal de Colaboración Económica, CECE, le conté todo y me aseguró que efectivamente esos eran los cigarros que Sergio fumaba de cuando en vez.

Saludó a Brito y al otro día Rogelio y yo llevamos esos objetos al museo dando fe con toda solemnidad de que pertenecían a Sergio.

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A 60 años del asesinato de Sergio El Curita