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Premoniciones de una noche en Tokio

El moreno, de casi dos metros de estatura y aproximadamente 130 kilogramos de peso, tomará el asta de la bandera con la mano derecha y la paseará al compás de un viento complaciente. Ilustración: Carralero.

El guion será repetido como ese déjà vu que cada cierto tiempo hace acto de presencia. Las circunstancias, tan cambiantes como la vida, serán diferentes, aunque el modus operandi, casi en forma de decreto de ley, mostrará los mismos ademanes que en el pasado sugirieron posibilidades de éxitos.

Existirá una propuesta dramática: el moreno, de casi dos metros de estatura y aproximadamente 130 kilogramos de peso, tomará el asta de la bandera con la mano derecha y la paseará al compás de un viento complaciente, acaso una leve brisa sin libertad, apresada por las columnas de un espacio monumental en la contemporánea ciudad de Tokio.

Acontecerá el 24 de julio de 2020, una fecha circulada en un calendario de bolsillo; un día que pondrá fin a una sequía de tres años y 337 días sin los cinco aros olímpicos, y que en su noche japonesa hará esperar la letra C para que Cuba desfile en orden alfabético antes de encenderse un nuevo pebetero estival.

Los pronósticos advertirán altas temperaturas para esa noche. Los termómetros rondarán los 40 grados Celsius, y el abanderado, Mijaín López, tal vez se verá obligado a utilizar sus largos dedos para limpiar su rostro ya arrugado, mientras detrás suyo no más de 150 cubanos saludarán a unas tribunas que aclamarán a los presentados, por ser la tierra de la voleibolista Mireya Luis y las morenas del Caribe.

Desde ese día, que llegará como cualquier otro, la delegación cubana intentará romper esquemas y alcanzar muchas medallas, algo que, en el plano de lo objetivo, no debería ser posible con una estructura deportiva en la Isla fuera de forma, algo pálida, frágil, y una fuga de talentos que ninguna potencia en el mundo sería capaz de soportar sin bajar libras de nivel.

Pero ahí estarán los nuestros, vestidos de frac, al ritmo de López, un luchador grecorromano que buscará su cuarta corona olímpica, una proeza que ningún otro gladiador en la historia ha logrado.

Y también listos para soñar en grande desfilarán boxeadores, judocas, saltadores, canoístas, tiradores, quienes con pensamientos optimistas, se esforzarán en busca de un objetivo tan conocido que casi es visto como lema.

Una meta rígidamente estructurada a base de fórmulas tradicionalistas, sin demasiadas fundamentaciones, que inducirá a los cubanos a obtener los premios necesarios para culminar la edición 32 de los Juegos Olímpicos entre los 20 primeros países de la tabla de posiciones.

En ese segundo, no existirán más opciones luego de las «derrotas» en los Centroamericanos de Barranquilla, Colombia, y en los Panamericanos de Lima, Perú.

Un designio que tendrá a varios de sus creadores intelectuales en un espacio bombardeado por toneladas de juegos pirotécnicos y asaltado por figuras milenarias, justo cuando sonríen los «poderosos» de la comitiva: Ismael Borrero (lucha), Yaimé Pérez (atletismo), Julio César la Cruz (boxeo), Andy Cruz (boxeo), Denia Caballero (atletismo), Juan Miguel Echevarría (atletismo), Manrique Larduet (gimnasia), Leuris Pupo (tiro deportivo), entre no muchos más.

Y durante esos minutos, antes de los combates, de las carreras, de los disparos, incluso, del encendido oficial del pebetero olímpico, algunos tendrán decenas de hojas en sus carpetas y sacarán conclusiones de posibles resultados, en un acto tan prematuro y apresurado que apenas dejará claro que en la justa precedente, Río de Janeiro 2016, Cuba concluyó en el lugar 18, con cinco preseas doradas, dos de plata y cuatro de bronce, y que esos mismos números definen la altura del listón en el territorio asiático.

Porque en esa noche de Tokio, a pesar del calor, de la variada propuesta cultural de los organizadores, de las sonrisas, nadie cuerdo podrá pensar en algo superior en materia de preseas, aunque algunos sí recordarán que hubo tiempos mejores, como aquellos días de Barcelona en 1992, cuando la isla caribeña ocupó el quinto escaño (14–6–11) en el ranking general y era un peligro básico para sus antagonistas.

Pero lustros después, el poderío de antaño es apenas un lujo histórico y solo unos pocos entre los exponentes antillanos que pasearán el estadio Olímpico serán capaces de emular viejas hazañas, a pesar de la fortaleza de López y del profundo convencimiento de sus connacionales de que no existe victoria vestida de utopía.

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