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Grau y los ministros

 

Ramón Grau San Martín.

El doctor Ramón Grau San Martín, presidente de la República entre 1944 y 1948 –lo fue antes entre 1933 y 1934– tenía una forma peculiar de remover a sus ministros y colaboradores principales. Jamás les hacía un conteo de protección ni una advertencia, pero tampoco les anunciaba de sopetón que cesaban en el cargo, sino que se los insinuaba como quien no quiere las cosas. A algunos el cambio los cogía de sorpresa. No habían sabido leerlo en la chispa maliciosa de los ojos del Viejo ni supieron derivarlo de su lenguaje epigramático.

A Alejo Cossío del Pino lo designó ministro de Gobernación (Interior) pero el titular, que lo fue por menos de seis meses, no tuvo nunca el favor presidencial. Una mañana en la que examinaban cuestiones de rutina de la cartera de Cossío, el mandatario cambió el curso de la charla.

–¿Qué le parece a usted, Cossío, la entrada de Núñez Carballo al gabinete?

El aludido dio una opinión positiva. Precisó que le parecía un acierto la entrada al Consejo de Ministro de un hombre proveniente de las filas del movimiento obrero (gubernamental). Ingenuo que era Cossío del Pino. No le cabía un alpiste porque pensaba que el Presidente tomaba en cuenta su opinión y Grau lo que hacía era anunciarle su desgracia.

–¿Y conoce personalmente a Núñez Carballo?

–No, doctor, no lo conozco, pero me gustaría.

–Claro que le gustará conocerlo y apresúrese en hacerlo porque es él quien lo va a sustituir.

También seis meses como ministro de Educación estuvo Diego Vicente Tejera, quien ocupó esa secretaría cuando Grau obligó a renunciar al pedagogo Luis Pérez Espinós; despido injusto después de una labor ingente al frente del departamento en una época en que la educación no era prioridad de los gobernantes. Un lunes de mañana, Tejera entró al despacho presidencial luego de dos horas de espera.

–Dieguito, la oposición nos ataca. Dice que te tenemos a ti en Educación solo para repartir puestos. Hay que rectificar –afirmó Grau e hizo una pauta. Retomó el hilo de sus palabras y se refirió al Inciso K de la ley de presupuesto, por donde salían no pocos pagos indebidos. Sentenció Grau: Hay un sobregiro en este acápite.

–Lo hay –respondió Dieguito. Pero con las cesantías que dicté nivelé el presupuesto. En cuanto a los ataques oposicionistas, puedo mostrar la vasta relación de medidas que tomé en el orden docente. No todo ha sido política.

–Sí, Diego, está bien… pero qué te parece un cambio para dentro de unos meses.

Diego Vicente se iluminó en ese justo momento. Se le encendió la chispa. Un cambio. Precisamente de eso se trataba. Respondió, rápido:

–Perdón, doctor, yo estaba confundido. Creo interpretar sus intenciones. No puedo permanecer en el ministerio por más tiempo luego de saber que usted está intranquilo. Creo que lo mejor es renunciar ahora.

A Diego Vicente Tejera lo sustituyó José Manuel Alemán. No todos los cambios en el gabinete grausista sin embargo eran para empeorar. Un acierto, sin duda, fue la sustitución del ingeniero Gustavo Moreno Lastres por el también ingeniero José San Martín Odría en la cartera de Obras Públicas, que se reveló como un funcionario eficiente y cuyas realizaciones fueron reconocidas por simpatizantes y opositores.

Grau quiso acometer un vasto plan de obras públicas, que ejecutó en buena medida antes de su salida del poder. Gustavo Moreno no era el hombre adecuado para llevarlo a cabo. Llovían las quejas contra Moreno. La prensa lo acusaba de dirigir la política del ministerio con el fin de conseguir un acta de Representante a la Cámara para su hijo Néstor, alto empleado, por otra parte, de esa dependencia. Grau actuó y lo hizo en pleno Consejo de Ministros.

–Moreno, parece que muchos de sus colaboradores no tienen deseos de trabajar. Si esto se lo manifiesto como Presidente, como médico le digo que lo no lo veo a usted nada bien… Luce agotado. ¿Por qué no se toma un descanso? No se sienta atado por los compromisos… Descanse, la salud es lo primero.

Moreno, sintiéndose blanco de todas las miradas, enrojeció de vergüenza y atinó a musitar que lo pensaría. Renunció poco después.

El doctor Ramón Grau San Martín en 1945, el cinismo más completo está sentado en la silla presidencial. Foto: Ecured.