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“El diario de René”: El caso que fabricaron no tenía que ver con la evidencia

Ya estamos en la tarde del miércoles 17, y me parece haber desconectado la máquina de escribir solo hace un rato cuando en realidad ha transcurrido casi un día.

Hoy la sesión se inaugura a las nueve de la mañana con el interrogatorio de Jack Blumenfeld al señor Winne.

Este tampoco se distingue del resto. Jack indaga sobre si el Departamento de Defensa tendría algún programa para evitar filtraciones de información, lo que es aceptado por el testigo. El abogado vuelve a precisar que el oficial no conoce los criterios empleados para otorgar habilitaciones de acceso y acepta que, aunque un empleado civil con dicha habilitación podría entrar a ciertas áreas secretas y echar un vistazo a ciertos documentos, legalmente su habilitación no le da autorización para acceder a la información. También dice que algunas informaciones secretas podían ser dejadas sobre escritorios y ser observadas por personal civil de mantenimiento, pero señala que las computadoras tienen códigos de entrada y su información no es accesible tan fácilmente. Por último admite que los materiales secretos desechados es casi imposible recuperarlos, por el proceso de destrucción a que se someten. Y termina aceptando que no tiene autoridad para hablar de la base de Boca Chica.

A las 9:25 Jack termina su interrogatorio y se produce un side bar.

A las 9:40 el fiscal David Buckner reexamina al testigo, pero no logra ningún elemento nuevo. El militar especifica que ocho técnicos de la compañía de mantenimiento de las computadoras MANTEC –cuya relación con el Comando Sur había salido a relucir durante el primer interrogatorio–, tenían la habilitación de seguridad para trabajar en los equipos del lugar, bajo contrato. Dice también que los cuarenta y cuatro cubanos que trabajan en el Comando nacieron en la Isla; y nuevamente repite que el haber vivido en un país comunista no era de por sí motivo para negar la habilitación, que cada caso es examinado individualmente. A las 10:00 a.m. el fiscal termina y toma de nuevo la palabra Paul McKenna.

La intervención inusual de McKenna se debe al side bar anterior, debido a una también inusual circunstancia. Resulta que el testigo, al regresar ayer a su puesto de trabajo tras el interrogatorio, se tomó la molestia de confirmar si había contestado bien la pregunta respecto a la presencia de letreros en el perímetro de la instalación, los cuales prohíben la toma de fotografías (al parecer se había apresurado a responder y lo hizo más según su conveniencia que su conocimiento). Se da cuenta así de que su respuesta no había sido correcta e inmediatamente llama a la Fiscalía, que decide decirlo a la jueza. Esto origina un debate sobre si eliminar o salvar el testimonio, y la jueza decide salvarlo, pero dando a McKenna la posibilidad de indagar al testigo acerca de ello.

Paul se limita a establecer el hecho de que el testigo, efectivamente, se había molestado en comprobar la veracidad de su respuesta de la víspera. Supongo que con esto el abogado se anotó un pequeño punto, frente a un testigo cuyo mayor perjuicio ha sido el de apuntar algunas generalizaciones con cierto grado de peligrosidad, pero sin devastadores efectos para nosotros.

Cuando Mckenna termina a las 11:05, Joaquín quiere hacer uso de la palabra, lo que provoca un side bar tras el cual la jueza le niega la oportunidad y el testigo puede retirarse.

A las 11:10 la Fiscalía llama al próximo testigo, el agente especial Richard Gianotti, quien se presenta como oficial del FBI, durante veintinueve años, ocho de los cuales ha estado asignado como supervisor a la escuadra de Contrainteligencia a cargo de Cuba. Tras esta introducción, la fiscal Heck Miller le pregunta si había estudiado y analizado los tres volúmenes presentados por la acusación, a lo que el agente contesta obviamente que sí. Aquí los abogados pidieron que se excusara al jurado, así como al agente Gianotti, para entablar una discusión que tomaría veinte minutos entre las 11:15 y las 11:35.

El planteamiento de los abogados es que, básicamente, lo que el agente hará es leer de nuevo lo que ya la Fiscalía ha repetido, mientras que los fiscales alegan que se trata de un testigo de sumario, figura que al parecer establecen los procedimientos, a fin de aclarar gráficas u otra evidencia compleja que sea difícil de entender para los jurados.

Entre los argumentos de los primeros está el que no se les avisó con tiempo acerca del carácter de este testigo que, al parecer, será utilizado como un lector de tabaquería para repetir e interpretar, a conveniencia del gobierno, lo que los jurados pueden leer por sí mismos; y lo que hará será una editorialización de la evidencia. Norris abunda en este concepto, diciendo que después de haber saturado al jurado de la misma evidencia reciclada una y otra vez, ahora la Fiscalía quiere decirle las partes específicas que tiene que leer para juntar múltiples piezas disímiles.

La señora Heck Miller, por su parte, argumenta que hace falta el uso del testigo sumario para organizar todas las piezas sueltas de la evidencia.

“Los que han saturado el caso son los propios acusados escribiendo 20 000 páginas de documentos que no tienen que ver con el mismo”, dice genial la inquisidora. A confesión de parte relevo de pruebas. Nosotros –y también ellos– sabemos de sobra que el caso que fabricaron no tenía que ver con la evidencia.

Esto me recuerda otro argumento esgrimido tiempo antes del juicio, a propósito de las deposiciones en Cuba, cuando el fiscal David Buckner le dio la patada a la lata en una discusión, en esta querían evitar que el tema del terrorismo contra la Isla se ventilara en el proceso. En un arranque que reveló los motivos del gobierno para manipular tanto la evidencia, el señor dijo que “poner toda la evidencia ante el jurado solo serviría para... ¡confundirlo!”.

La jueza llegó a un compromiso tras la discusión. Se permitirá el testimonio del señor Gianotti con la condición de que se instruya al jurado de que este es subjetivo y no constituye una sustitución de la evidencia.

Así toma el estrado el agente, para convertirse en lector de tabaquería. Como nunca he torcido tabaco no puedo evaluar la calidad del señor Gianotti en esta profesión. Pero a juzgar por su capacidad de provocar sueño en la audiencia, no creo que una tabaquería pudiera producir muchos puros bajo sus lecturas.

Auspiciado por Heck Miller, el agente explica que ha revisado los tres volúmenes de la evidencia, comparándola con el resto de las pruebas así como con otros hechos demostrados, que le permitieron llegar a conclusiones sobre la validez de los documentos. A continuación expresa que lo que presentará en su sumario será lo más importante de la evidencia, según su evaluación.

El resto de la audiencia se dedica a los documentos relacionados con Guerrero, sobre todo sus reportes y algunas comunicaciones relacionadas con su trabajo, tanto de algunos de sus supervisores como de correspondientes en Cuba. El agente parece haberlos organizado cronológicamente, para ir dibujando un esquema del avance de la actividad operativa de Lorient, esta vez recreando más los detalles. Sin pretender repetir el nivel engorroso de pormenores que mostró el testimonio, se pudiera decir que comenzó con su viaje a Cuba en el verano del 96, donde al parecer se le dieron algunas orientaciones sobre su trabajo de observación en la base de Boca Chica. A pesar de lo selectivo de su lectura, el agente no puede evadir algunos ángulos positivos, siendo el más reiterado el carácter defensivo de su actividad y su principal misión, a saber, el conocer indicios de que se pueda llevar a cabo una agresión a Cuba, sin que ello implique la búsqueda de información protegida por el gobierno norteamericano.

En dos horas, el señor Gianotti y la señora Heck Miller repasan los párrafos cuidadosamente escogidos para impresionar de modo negativo al jurado. Cuando llega el momento de cancelar la audiencia no creo que hayan ventilado siquiera la mitad de los datos que tienen relación con Guerrero, de manera que si este testigo se encargara de realizar un sumario de cada uno de nosotros, tal como esperamos, su tiempo en el estrado tomará algunos días.

Independientemente de lo legítimo o no que pueda resultar este tipo de testimonio respecto a las reglas de procedimiento, es natural que la Fiscalía acuda a esta variante, pues tras tantos días de juicio era de esperar que su caso tuviera una forma más definida y no se me ocurre otra manera de que lo pudieran lograr. Pienso que durante el tiempo que tome a este agente leer todo su libreto, la Fiscalía al fin podrá ir creando el impacto que ya deberían haber dejado en el jurado, pues tienen la ventaja del volumen de datos a su disposición para abrumar al panel, leyendo una y otra vez fragmentos de informes donde se cuenta armamento, se describen unidades, se nombra parte de la oficialidad militar de la base y se reportan datos sobre edificaciones e instalaciones; todo lo cual tiene que tener cierto impacto psicológico en el jurado y apoyará su falso cargo de espionaje.

Pero creo también que este testigo será muy vulnerable en el reexamen por una razón muy sencilla: para leer lo que más le conviene, este testigo ha tenido que pasar por alto demasiados pasajes que son exculpatorios, fragmentando los párrafos, interrumpiendo la lectura en un punto o una comilla inconveniente, y mutilando el texto sin misericordia. Esta ceguera voluntaria puede ser fácilmente demostrada por los abogados, y no es nada nuevo en el caso del gobierno. Demos tiempo al tiempo y veremos qué depara el destino a este testimonio.