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“El diario de René”: La jornada más brillante del juicio

Acabo de regresar de la Corte, este miércoles 10, y, tras comer, me siento raudo y veloz a escribir. No me atrevo a prometerte demasiados avances, pues ya ves que ayer me propuse contarte dos días y me quedé a mitad de camino. Definitivamente esto toma algo más del esfuerzo que uno cree cada vez que se sienta, y no se pueden establecer metas. Lo único que te puedo decir es que trataré de avanzar lo más posible.

Así que regresamos al día de ayer, martes 9, cuando vuelve a tomar la palabra Paul versus Joseph Santos.

McKenna lo lleva a hablar de las supuestas presiones de Cuba, inquiere acerca de sus dos trabajos y de cómo Gerardo había reconocido su carga laboral en algunos documentos. Tras otro esfuerzo sobrehumano para que reconozca que tenía dos trabajos, al fin se logró establecer que, efectivamente, había dejado poco espacio para la actividad operativa, contando con la comprensión de sus superiores.

Lo que sigue es una de las batallas más enconadas que he visto hasta ahora durante este caso. Se emprende para lograr que un hostil Santos reconozca que conocía de la sanción a que se enfrentaba bajo el cargo de espionaje, es decir, cadena perpetua; primer paso para demostrar al jurado que, con su colaboración había logrado una inusitada reducción de su condena, al serle retirado ese cargo. Aquí McKenna tiene que luchar no solo contra el testigo, sino contra una Fiscalía empeñada a toda costa en que el jurado no se entere del conocimiento que Santos tiene de la inicial acusación de espionaje, eliminada luego de su acuerdo, así como de la prisión de por vida que podía significar.

McKenna enarbola la querella criminal, primer documento acusatorio del caso, en el que Santos y su esposa son acusados de espionaje, y la Fiscalía de inmediato objeta su uso, lo que afortunadamente es denegado por la jueza, que admite el documento.

Su siguiente paso es lograr que el testigo reconozca algo de lo que sabe del documento, en cuanto a sus cargos; pero es evidente que el gobierno lo ha preparado para que, a toda costa, niegue conocer la pena a que se exponía. El testigo demuestra estar dispuesto a seguir las instrucciones, pues de ahora para luego resulta que no entiende de qué se le había acusado tras su arresto, ni sabe lo que es espionaje.

Al no lograr que admitiera el más mínimo conocimiento de su propio caso, Paul le pregunta si al menos no había oído o leído algo de espionaje y de la pena que conlleva; ante repetidas objeciones de la Fiscalía, se logra vislumbrar que, el ahora experito en espionaje, podría tener una idea de la sentencia de cadena perpetua. Pero cuando McKenna trata de indagar acerca de algunos casos de espionaje que Santos pudiera haber leído, la Fiscalía sigue saboteándolo y pide que se discuta el tema sin la presencia del jurado. Aduce que antes de exponer esto al jurado, se debe tener la seguridad de que Santos sabe de qué está hablando.

McKenna lo interroga después sobre los casos que ha conocido de espionaje y él se refiere al de Aldrich Ames, quien fue sentenciado a cadena perpetua algunos años atrás. Esto es suficiente para que ahora la Fiscalía pida que se saque al propio Santos de la sala, pues, según dicen, quieren saber si en su mente el testigo pudo haber vinculado su propio caso con el de Aldrich Ames. De manera que la discusión continúa ahora en ausencia del jurado y el testigo.

Lo que sigue rompe todos los moldes de la desvergüenza. Estos hipócritas, que durante dos años han estado aleccionándolo sobre cada punto y cada coma de lo que puede o no puede decir en su testimonio, que lo han forzado a mentir con el único propósito de echar sobre sus excompañeros una sanción desproporcionada a cambio de indulgencia, y a quienes hemos visto incluso hacerle señas al testigo durante su presentación, ahora se rasgan las vestiduras y acusan a McKenna de estar educando al testigo acerca de las sanciones que encara el delito de espionaje. ¡Y todo esto lo dicen como si verdaderamente se hubiera garantizado la candidez y la espontaneidad del testimonio!

Ahora la jueza parece inclinarse por la Fiscalía y acepta el argumento de que, aunque Santos admitió conocer sobre el caso Ames, eso no significa que haya establecido la similitud con el suyo; de manera que exige a McKenna demostrar que el converso podía esperar cadena perpetua por los méritos de su caso. Paul sube la parada y sacude a la sala poniendo una moción para declarar el juicio nulo por violación de derechos, moción que es rechazada inmediatamente por la jueza, quien llama de nuevo al testigo y a los jurados para que continúe la escaramuza.

Paul prosigue en su lucha cuesta arriba. Le pregunta al testigo si no había seguido las noticias sobre su propio caso y si no sabía sobre las sentencias que encaraban los demás acusados de espionaje. Paul vuelve a la carga y logra, ¡al fin!, que el testigo acepte el hecho de que, efectivamente, sabía que le esperaba cadena perpetua si no le retiraban la acusación de espionaje. Son las 10:40 y a Paul le ha tomado desde las 9:30 hasta ahora, ¡una hora y diez minutos!, hacerle admitir que sabía la sentencia que le esperaba el día del arresto.

De este modo McKenna logra su punto: este señor ha cambiado una posible condena de cadena perpetua por cuatro años que están a punto de reducirse. Un ya balbuceante Santos termina diciendo que él, de todos modos, pensaba declararse culpable aún sin haber sabido la sentencia que le esperaba. Pero creo que ya ni él mismo se escucha.

Ahora le toca a los demás abogados disponer de un cansado testigo que ha sido descaracterizado, que le reconoce a Joaquín su deseo de salir del hueco, que había discutido la querella criminal junto a nosotros el primer día que bajamos a la Corte, el 14 de septiembre, que nunca reclutó a nadie y que las promesas del gobierno incluían el arreglo de la situación migratoria de su esposa. Con un pitillo en la voz, admite haberse sentido honrado cuando lo reclutaron para servir a Cuba, que se había sentido un patriota y que deseó, desde el principio, que su esposa se uniera a la actividad.

Joaquín también establece que Santos había hecho abundantes declaraciones al FBI en los días posteriores al arresto, las cuales le han sido escamoteadas a la defensa, a pesar de repetidas apelaciones a la jueza. Este tema parece querer dejarlo claro porque pudiera ser objeto de apelación, en caso necesario.

A la 1:15 toca el turno a Jack, que luego de recorrer brevemente los primeros pasos del testigo en Miami, le hizo repetir las asignaciones que había recibido, recalcando que ninguna tenía carácter secreto.

Creo que después del día de los argumentos iniciales, o quizá antes, esta ha sido la jornada más brillante del juicio, pues a fuerza de ingenio y vergüenza se pudo desplomar el castillo de naipes que con tanto esfuerzo se había construido para sustentar uno de los cargos más arbitrariamente levantados en este caso, ahora seriamente dañado.

Interrumpo este relato, a las 9:18 p.m. de este miércoles 10 de enero, para darme un buen baño y acostarme temprano, como cada noche, y esperar ansiosamente el arribo de una nueva mañana en esta pelea cuesta arriba contra la vileza.