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Parásito: Una sátira de la desigualdad

A los tres minutos del inicio cualquier espectador avispado bien pudiera suponer de qué va Parásito, la primera película sudcoreana capaz de llevarse un Globo de Oro en la historia del cine. No obstante, tal sensación es apenas una de tantas ilusiones.

Dirigida por el prestigioso Bong Joon-ho, la cinta ganadora en 2019 de la Palma de Oro en el Festival de Cannes recorre zonas oscuras de los seres humanos y convierte un relato íntimo en un suceso universal.

Parásito coloca su atención en los cuatros miembros de la familia Kim, pobres, sin trabajo fijo y especializados en realizar cualquier truco para subsistir. Gracias a la ayuda de un amigo, a los personajes que se inventan y a sus propias bajezas, todos logran empleos en la residencia de los Park, adinerados miembros de la clase alta del país. Entonces comenzarán una serie de sucesos encargados de revelar cuántas similitudes y diferencias subsisten entre ambos grupos.

A pesar de pequeños vacíos argumentales que poco afectan, Bong Joon-ho construye una historia donde la realidad y la ficción por momentos se entrelazan con igual fuerza. Ambientada en el Seúl contemporáneo, asume la ética, la honestidad, el egoísmo y la estratificación social como tópicos de una trama simple en apariencia, pero compleja por sus diversas ramificaciones. En ese sentido, el guion y la puesta en escena se erigen como primeras y decisivas fortalezas.

Así, sin perder la perspectiva y sin anunciar demasiado, Parásito apela a una extraordinaria pluralidad de tonos y géneros para contar un relato que transita del humor al thriller y del suspenso a la acción apenas con un giro de cámara. Estructurada en dos grandes bloques —el de la comedia y el del terror—, cada segmento maneja códigos propios, pero encadenados con tal maestría que impiden cualquier desvío de atención.

La película también habla sobre la marginación y la lucha de clases. Foto: FilmAffinity.

Unas veces sostenida por extensos diálogos y otras por una banda sonora que recurre a la ironía y a un ambiente de travesura, tal parece que aquí nada queda abandonado al azar. La sobriedad de la fotografía y el empleo de vistas panorámicas para acentuar la superioridad económica de la familia adinerada se unen al manejo de la luz y los espacios como otros pilares de la obra.

Gracias a esa narración desde todos los ángulos, las más de dos horas de duración parecen poco tiempo en medio de artimañas, juegos de identidad, revelaciones y descubrimientos sobre cuánto puede hacer una persona por subsistir. En ese sentido este filme es, junto a sus valores técnicos, una extraordinaria sátira sobre el oportunismo, pero también sobre la desigualdad.    

Esta película apela también al suspenso y al terror. Foto: FilmAffinity.

Sin embargo, no hay aquí una segmentación total y mecanicista entre buenos y malos —cada uno tiene sus argumentos a favor y su dosis de maldad—; mucho menos un intento de imponer leyes sobre la solidaridad y los valores humanos. Tampoco aspira al sollozo fácil, a la risa sencilla o a la repulsión más cruel, aunque cada uno de ellos tenga espacio dentro del metraje.

En este caso, la crítica o el aplauso a un modelo excluyente por naturaleza es un ejercicio que en gran medida le corresponde al espectador y a su capacidad para entender las pistas dejadas en el camino. No obstante, el director apela al juego de las contraposiciones para fortalecer su discurso.

Si la familia Kim vive en un semisótano, los Park lo hacen en una colina. La ventana de los primeros es pequeña y apenas permite observar latones de basura; la de los segundos toma casi el tamaño de una pared y ofrece una vista de ensueño. El mismo aguacero que limpia la contaminación para los más ricos, se convierte en causa de desastre para los otros.

Parásito cuenta una hisotia sencilla y universal. Foto: FilmAffinity.

A fin de cuentas es, desde lo simbólico, la división de clases retratada en ángulos distintos: el de una familia incapaz de romper el estado de cosas y el de otra necesitada de reproducirlo como vía de subsistencia. Resulta que, de una forma u otra, ricos y pobres comparten su rol de parásitos capaces de desangrar a sus huéspedes sin la menor dosis de pudor.

En su intento por demostrar que los seres humanos contemplamos la realidad de acuerdo al lugar desde donde miramos, Bong Joon-ho entrega una obra técnicamente sólida y cargada de sensaciones. Sin discursos panfletarios o complacientes, Parásito mira sin pudor a un escenario marcado por el oportunismo y el amor por lo fácil, mientras lanza dardos encendidos tanto para quienes viven en el piso de arriba como en el semisótano.