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El diario de René: Los fiscales tienen que probar lo que ya admitimos

Capítulo III: Donde los fiscales tienen que probar lo que ya admitimos: que actuamos como agentes de un gobierno extranjero sin registrarnos ante el procurador general, y que algunos de los defendidos hicieron uso de identidades falsas

Todo está listo para que la acusación comience a presentar su caso, a través de sus primeros testigos.

Con el propósito de establecer las identidades falsas de tres de los acusados, ocupan el estrado los señores Luis Medina, Ismael Campa y Juan Viramontes, quienes se presentan como padre, hermano y tío de las personas cuyas identidades han asumido nuestros compañeros Ramón, Fernando y Gerardo, respectivamente. Tras una objeción semiexitosa de Joaquín, que limpia los testimonios de algunos efectos emocionales superfluos buscados por la Fiscalía, los testigos se toman cuarenta y cinco minutos para establecer el punto, haciéndolo con corrección y sin histrionismos.

Identificados Gerardo Hernández, Ramón Labañino y Fernando González por sus abogados, creo oportuno que no sigan siendo en este diario Manuel Viramontes, Luis Medina y Rubén Campa, respectivamente. Solo en caso de que esté citando un documento o intervención usaré los nombres por los que antes les conocimos.

A las 10:25 a. m. le toca el turno a un agente del FBI llamado Vicente Rosado, convocado por la fiscal Heck Miller, quien pone a dormir a la concurrencia durante las próximas tres horas y veinte minutos.

Mr. Rosado lleva veinte años en el FBI y pertenece a un grupo llamado Computer Analysis Response Team (CART) que, como su nombre indica, se dedica a analizar evidencia computarizada.

Muestra un disco de computadoras y explica cómo la casa de Gerardo había estado bajo vigilancia desde el edificio de enfrente.

Identifica a Gerardo como el morador del apartamento y reconoce su licencia de conducción y la planilla que este había llenado para obtenerla, además del registro de su vehículo. También se refiere a las entradas subrepticias hechas por el FBI en la casa.

Estoy demostrando un poder de síntesis encomiable –modestia aparte–, porque para llegar hasta aquí han transcurrido treinta minutos de preguntas monótonas y respuestas monosilábicas; y en este instante los jurados Gil Page y David Bucker parecen estar cayendo en brazos de Morfeo.

Pero la fiscal Heck Miller y Mr. Rosado siguen despiertos; este habla de otros registros en casa de Ramón, mientras la jurado Omaira García bosteza y la jueza despierta mecánicamente de sus letargos para admitir como evidencia una lista interminable de gráficos, fotografías, listas, discos de computadoras y otros adminículos que la fiscal, como un disco rayado, solicita introducir. Con el último gráfico añadido, es Deborah Vernon la que cae en un dulce sopor.

El agente toma su computadora y explica cómo los discos requisados en los registros enmascaran los documentos a los ojos del observador común, pareciendo discos vírgenes. Yo observo a Margarita y a Mirta, pero me es imposible descifrar lo que estarán soñando, a pesar de las explicaciones de Mr. Rosado.

Mr. Rosado enseña el resultado final de su trabajo y la fiscal recita los nombres de documentos que quiere poner en evidencia, una lista interminable que la jueza digiere con trabajo, mientras veo a Gil Page dormido.

Ahora se comienza a admitir como evidencia una serie de equipos, como computadoras, radios de onda corta, etcétera.

Joaquín no sabe si cortarse las venas y la señora Vernon no sabe si reír o llorar. ¡Y yo que pensaba que el cuestionario al señor Cuevas había sido aburrido!

Luego el testimonio se refiere a los registros del día del arresto, en los que, por razones obvias, no hubo que copiar nada, ya que se pudo requisar toda la evidencia.

Al final se muestran y admiten como evidencia varios módems de computadoras. Se lee otra lista de documentos para ser admitidos, y he aquí que nos alcanza la 1:45 de la tarde y la jueza da por terminada la sesión.

Así concluye el primer día de presentación del caso por la Fiscalía, el cual supongo que ningún jurado recordará cuando haya terminado el juicio. Esta jornada fue una muestra de lo acertado de nuestra estrategia de defensa, pues lo que antes pudo haber sido novedoso y sorpresivo, ahora no es más que redundante, y los jurados no están descubriendo nada que nosotros no hayamos admitido. Es probable que a la acusación le haya faltado flexibilidad para adaptarse al giro que tomó la defensa.

Pero no es tan simple. La Fiscalía está cumpliendo con la tarea de conducir al jurado, poco a poco, a través del proceso que los llevó al resultado final; es decir, a nuestros reportes en blanco y negro, que son la médula del caso. Si las reglas de procedimiento no les permiten una manera más amena de hacerlo, o si les falta preparación pedagógica, es algo que no me siento capaz de juzgar.

Veamos qué nos depara el día de mañana.