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“El diario de René”: Conciliábulo entre las partes y la jueza

Hoy es miércoles 29 de noviembre y me acabo de bañar después de haber llegado de la Corte. Son las 7:30 p.m. y quiero contarte los acontecimientos de ayer y hoy.

Ya no me siento tan cansado como el primer día en que subimos de la Corte. Al parecer uno se va acostumbrando al régimen de trabajo y las jornadas se hacen menos difíciles. No obstante, el proceso sigue tan agotador como al comienzo.

El martes 28 de noviembre la jornada comienza con un conciliábulo en el que las partes y la jueza discuten sobre la cobertura de prensa; la jueza reitera la prohibición de hablar con los medios, que se había establecido el día anterior. Insinúa que no estábamos usando los audífonos de la traducción, al parecer le cuestan a la Corte, y los abogados le explican que como en general todos entendemos algo de inglés, nos podemos arreglar sin la traducción en algunos segmentos. De todos modos Joaquín nos sugiere que los usemos un poco más, lo cual origina uno de esos debates con que los cinco matamos el tiempo cuando el traslado hacia y desde la Corte nos somete a las obligadas estancias en celdas de tránsito.

Luego de ese aparte, se llama a los jurados para concluir el cuestionario al segundo grupo, los mismos que habían entrado ayer en la tarde. Al terminar, se hace otro conciliábulo para extraer a los que se consideran con causa.

Este conciliábulo es entre la jueza y las partes. Cada parte expone los nombres de quienes cree que deben ser excluidos con causa del jurado, y la jueza determina si hacerlo o no, después de oír lo que ambas partes tienen que decir al respecto. En ocasiones, antes de decidir, se suma a la reunión la persona que se analiza para preguntarle o precisar sobre alguno de los puntos en discusión.

En este conciliábulo, que en términos legales aquí recibe el nombre de side bar[1], se eliminan diez personas de las treinta y cuatro, entre ellas una muchacha de nombre Arlene Vargas, que tiene la desgracia de trabajar para una compañía propiedad de Jorge Mas, y explica con honestidad que, por el ambiente en que se desenvuelve, no cree posible hacer un papel de jurado imparcial; y un señor norteamericano de nombre Kenneth Halperin, que no trabaja para Mas, pero tiene una esposa cubana que es “combatiente vertical”. El señor también es honesto y declara que comparte las posiciones de su esposa, y que incluso había participado en manifestaciones a favor de que Elián González se quedara bajo el “cuidado” de sus “amorosos” tíos de la pequeña Habana[2].

A las 12:45 tomamos otro descanso para almorzar, y a las 2:00 p.m. estamos listos para recibir con la misma ceremonia a otro grupo de treinta y cuatro potenciales jurados.

Una vez cumplidas las formalidades de rigor, la jueza comienza el ritual de las preguntas generales, y al referirse al calendario del juicio, trece personas expresan dificultades, entre ellos alguien que haría la tarde entretenida, llamado René Silva. Estas dificultades, como con los jurados anteriores, tienen que ver con asuntos personales y de trabajo. En este grupo en particular hay más personas que han tenido encuentros desagradables con las autoridades, suman cinco, que coinciden en que a partir de dichos episodios, su confianza en la honestidad de los oficiales de la ley se resquebrajó.

Para entonces ignorábamos que siete meses después nosotros compartiríamos con ellos tal experiencia.

Al leerse la lista de posibles testigos para que los miembros del panel identificaran a algún conocido, el señor René Silva, que ya se estaba revolviendo en su asiento desde antes, salta ante el nombre de José Basulto y dice conocerlo. Una muchacha joven, bastante emocionada, reconoce que tiene relación de amistad con la hija de Armando Alejandre, uno de los tripulantes de los aviones de Hermanos al Rescate derribados. Un joven que trabaja en el Departamento de Aviación del condado Dade, dice tener relaciones con Basulto pues, como funcionario de protocolo, se le orientó darle el trato de persona muy importante cuando visitara el lugar. Una señora conoce a Jack Blumenfeld, el abogado de Guerrero, y a Maggie Khouly, la hermana de Armando Alejandre. De nuevo el señor Silva se para y plantea que conocía a Arnaldo Iglesias, quien, según Silva, “escapó de ser derribado” por la aviación cubana. A estas alturas está mirándonos con rabia y resoplando. La lista sigue y el señor Silva vuelve a levantar la mano, por lo que McKenna pide permiso a la jueza para otro side bar.

McKenna le explica a la jueza que Silva puede explotar de un momento a otro, y la fiscal, detrás de la cual justamente este se encuentra sentado, dice ladinamente y con mohín bobalicón que ella no ha notado nada. Joaquín Méndez pide que lo saquen del panel desde ahora, lo que objeta la fiscal, y la jueza hace llamar a Silva al side bar.

El hombre se acerca al conciliábulo con carácter agresivo y dice: “Mr. McKenna, sé que usted se está muriendo por que yo esté en el panel. Lo siento. Estoy por eso muy emocionado desde ya. Estaré feliz de contestar cualquier pregunta”. Ya a esa altura un alguacil se había puesto entre el asiento de Silva y nosotros.

La jueza le explica que fue llamado al side bar porque levantó la mano y él le explica, sin que se le pregunte, que fue director regional de la Fundación Nacional Cubano-Americana y que, aunque él no es oficial de inteligencia del gobierno norteamericano, ha hecho investigaciones acerca de nuestro caso. Plantea que tiene opiniones muy fuertes y admite que no puede ser imparcial, aunque le encantaría estar en el jurado.

Se envía al “espía de la Fundación” de vuelta a su silla y los abogados piden que se le excuse del jurado ipso facto, a lo cual la Fiscalía se opone. Después de una discusión, la jueza toma una medida sabia y decide dar un receso para luego sacar al señor por una puerta lateral antes de que el jurado regrese. Así se hace.

En este grupo también hay un oficial del Centro de Detención donde estamos nosotros, de nombre Frank Sabater. Este asume una actitud muy profesional y pide un side bar para explicarlo, sin que el resto de los jurados sepa que estamos detenidos. El señor Sabater es excusado del jurado como parte de los dieciséis excluidos de este grupo. Yo creo haberlo visto pocas veces aquí, pero si lo veo le expresaré mi respeto por su gesto.

Una vez diezmado este grupo, se acaba el día de hoy cerca de las seis de la tarde. Llegamos exhaustos al piso, pero nos han guardado el pollo de la comida, lo cual agradecemos de corazón. Se impone una ducha y acostarse temprano.

La siguiente caricatura se le ocurrió durante las sesiones a Many. Valga aclarar que no representa nada de lo que ha pasado hasta el momento en la sala, sino que se trata de una ocurrencia que hasta ahora es ficción. (Si es ciencia se sabrá más adelante)[3].

Caricatura: Gerardo Hernández Nordelo.

Notas:
[1] Reunión en que participan las partes –juez, abogados defensores y fiscales– para discutir asuntos que no son de la incumbencia del jurado o de otra parte.
[2] La Pequeña Habana. Área del centro de Miami en que se estableció originalmente el grueso de la emigración cubana posterior a la Revolución, especialmente la clase media baja y la baja. Muchos establecimientos comerciales recibieron sus nombres de los originales en la capital cubana.
[3] El sujeto de la caricatura se refiere a personajes típicos de la extrema derecha anticubana en Miami. De algunos de ellos el lector encontrará sus datos en la relación de nombres y organizaciones al final del tercer tomo de Escrito desde el banquillo. El diario de René.