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Alcaldes habaneros

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Alejandro Rodríguez Velazco, primer alcalde de La Habana.

En Cuba, antes de 1959, la segunda posición de la República no era la vicepresidencia, sino la alcaldía de La Habana. Mientras que el vice tenía sus oficinas en el Capitolio donde esperaba la ausencia, la enfermedad o la muerte del presidente para sentarse en Palacio y sustituirlo, el mayor capitalino, por la vía de los impuestos, contribuciones y tributos le entraba al jamón sin pedir permiso, gozaba de extraordinaria autonomía y ejercía una influencia enorme. La vida propia del municipio, como entidad local, perduraba a despecho de cuanto pudiera acontecer en el campo de la soberanía del Estado. Precepto este que si bien era válido para todos los municipios del país, no se respetó siempre.

El primer alcalde que se dio La Habana por sufragio universal (16 de junio de 1900) lo fue el espirituano Alejandro Rodríguez, mayor general del Ejército Libertador. Pero Rodríguez, a quien se erigió un monumento espléndido en Paseo y Línea, en el Vedado, no calentó la alcaldía. Volvió a las fuerzas armadas y fue el primer jefe de la Guardia Rural, cuerpo que antecedió al Ejército, creado en 1909.

Desde entonces, y hasta la Revolución, hubo de todo en la alcaldía habanera. Desde un hombre como don Carlos de la Torre, el sabio de los caracoles, hasta un ladrón notorio como Antonio Fernández Macho, que si bien no llegó a robarse los clavos del ayuntamiento, se apropió de todo lo que pudo, incluida la madera con la que se fabricaban las cajas de muerto de los pobres de solemnidad y que empleó en la confección de sus pasquines electorales.

Hubo, desde luego, hombres honestos, como el también espirituano Miguel Mariano Gómez, que construyó el Hospital Infantil de la calle G y la llamada Maternidad de Línea, institución que todavía lleva el nombre de su madre, América Arias, restauró la Plaza de Armas y el Palacio de los Capitanes Generales y que al cesar en el cargo dejó más de cuatro millones de pesos en las arcas municipales.

Manuel Fernández Supervielle merece igualmente ser recordado por su decencia. Hombre hecho por sí mismo —costeó sus estudios de Derecho con su trabajo como bodeguero—, se pegó un tiro cuando se convenció de que le sería imposible cumplir su promesa de construir el nuevo acueducto que debía solucionar el problema del agua en La Habana. Como dijo en su momento el líder ortodoxo Eduardo Chibás, Supervielle prefirió el honor sin vida a la vida sin honor. Nicolás Castellanos acometió el acueducto de La Güinera; fue destituido por Batista al negarse a jurar los Estatutos Constitucionales tras el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.

El pinareño Justo Luis del Pozo fue el último mayor capitalino. Militó en el partido Unión Nacionalista y fundó luego el Partido Social Demócrata, que pasó sin pena y sin gloria. En 1936, a la sombra del entonces coronel Batista, escaló a la presidencia del Senado, y desde ese momento se convirtió en su cúmbila incondicional. Batista lo llevó a la alcaldía en 1952 y en ella, aunque se empeñó en lucir de manera invariable una corbata azul, el color de la probidad, se reveló como una especie de Alí Babá con espejuelos. Presumía de ser el único funcionario que podía discutirle una decisión a Batista.

A Antonio Beruff Mendieta, que desempeñó la alcaldía entre 1936 y 1942, se asocia una de las anécdotas más recurridas de la Cuba republicana.

Se halla el parque de Trillo en Centro Habana, concretamente en el barrio de Cayo Hueso, y debe su nombre al del vecino que cedió a la comunidad el terreno para que se emplazara. Fue allí donde decidió Beruff Mendieta construir una biblioteca municipal para disfrute y superación de los habaneros.

Un acta del ayuntamiento da cuenta de la determinación del alcalde y del presupuesto que se destinaría para la obra. Pero -¡horror!- una vez construido el edificio, los vecinos no estuvieron de acuerdo con la biblioteca y reclamaron su parque. Se imponía demoler la edificación y construir el parque otra vez. Y el ayuntamiento votó sendos presupuestos para acometer esas acciones. Lo interesante del asunto es que la biblioteca no se edificó nunca y, por lo tanto, no hubo necesidad de demolerla. El parque, en todo ese tiempo, había sido el mismo de siempre. Un fraude colosal que el pueblo bautizó como el de la biblioteca fantasma del parque de Trillo.

Con todo, el alcalde más inefable fue un personaje que nunca llegó a serlo. Antonio Prío. Su hermano Carlos, entonces en la presidencia de la República, quiso imponerlo en las elecciones de 1950 y fue derrotado por Nicolás Castellanos. Pocas horas después de los comicios, alguien preguntó a Antonio cómo le había ido en la votación.

—Muy bien –respondió el aludido-. Quedé en segundo lugar.

Manuel Fernandez Supervielle, monumento en su honor ubicado en La Habana Vieja en Cuba. Foto: La Jirbilla.

Se han publicado 9 comentarios



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  • Josep dijo:

    Gracias Ciro por recordarnos estos tiempos, hay unos cuantos por ahi que les gusta comparar, ahi tienen

  • Gumersindo Acebo Nerey dijo:

    Interesante. Todo es parte de nuestra historia. El nombre de alcalde o gobernador no significa en ningún momento capitalismo. El capitalismo también tiene ministros, presidente, diputados, etc. Esos nombres corresponden a la Republica y Cuba es una Republica socialista, pero una Republica. Todo el mundo debe entender por que vamos a tener gobernador. Se debió haber nombrado alcalde al intendente municipal que ahora incorpora la nueva constitución pero lamentablemente no fue así. Eso para nada cambia la realidad objetiva. El intendente es el alcalde. Cuando hablemos con extranjeros tendremos que hacer la acotación de que el intendente es lo que ellos conocen en sus paises como alcalde. Los nombres al igual que los edificios no tienen la culpa del mal uso que se les de como dice Eusebio Leal.

  • MdF dijo:

    Muchos no conocen la historia de cómo llegó a ser Museo la casa de Martí, si fueras tan amable Ciro de contarnosla. Hay anécdotas pintorescas en esa historia. Gracias, que no nos falten tus crónicas siempre tan refrescantes.

  • senelio ceballos dijo:

    Gracias profe.Ciro..un saludo y feliciddaesdesde Rusia..Por mantenernos bebiendo de nuestra historia...LINDO , BRAVO!!..Recuerde que algunos de su lectires le hemos pedido escribir sobre los SISTEMAs BANCARIOs...Que teniamos? Que tenemos?....Como mejorarlo?

  • Sergio dijo:

    Gracias CIRO. Esto es historia de VERDAD. Así es como se deberían impartir las clases de historia en las escuelas.

    Saludos,

  • Roberto Rodriguez matos dijo:

    Me gustaría que publicaras algo de los gallos de pelea en Cuba. los mejores galleros de aquella época. Sus historias. Todo
    El grito de guerra de 1895 se dio en una balla de gallos
    Saludos

  • Lazaro Gutiérrez Lago dijo:

    Excelente crónica, como todas las que Ud escribe,esa es una manera de conocer la historia que no aparece en los textos oficiales y saber de donde venimos para no perdernos hacia donde vamos. Gracias profesor,siga así .

  • jglez dijo:

    Una curiosidad: Todavía en La Lisa existe lo que fue una casa de campo de Antonio Mendieta. Es hoy una gigantesca escuela primaria en el Reparto Versalles. En los restos de la cerca perimetral de la finca, en la verja de lo que fue la entrada y entre dos grandes columnas, se ven en lo alto dos letras forjadas en hierro: A y M, y si mal no recuerdo hasta tiene el año de construida.

  • Haymara dijo:

    Ciro las historias sobre la habana me emocionan y si son contadas por usted mejor, es como un viaje al pasado .sujerero que prepare a las nuevas generaciones para que sigan, con su lavor gracias por todo.

Se han publicado 9 comentarios



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Ciro Bianchi Ross

Ciro Bianchi Ross

Destacado intelectual cubano. Consagrado periodista, su ejecutoria profesional por más de cuarenta años le permite aparecer entre principales artífices del periodismo literario en el país. Cronista y sagaz entrevistador, ha investigado y escrito como pocos sobre la historia de Cuba republicana (1902-1958). Ha publicado, entre otros medios, en la revista Cuba Internacional y el diario Juventud Rebelde, de los cuales es columnista habitual.

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