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La boda del general José

José Maceo.

La anécdota la cuenta el general Enrique Loynaz del Castillo en sus Memorias de la guerra. Estaba a punto de comenzar en Cuba la Guerra de Independencia, y el general Antonio Maceo insistía para que, antes de que se iniciara la contienda, su hermano José contrajese matrimonio con Elena Núñez, la muchacha con la que llevaba relaciones.

Loynaz llegó a Costa Rica y se ganó enseguida el corazón de los Maceo, en especial, del general José. Fue por esa predilección que el general Antonio encomendó a Loynaz la misión de convencer a su hermano  de que se casara. Loynaz, que tenía entonces 23 años de edad, no perdió tiempo en acometer la delicada tarea.

-José, ¿por qué no te casas con esta muchacha de tantos merecimientos, y le das esa felicidad antes de ir a la guerra? preguntó Loynaz.

-¡Ah! A ti te ha mandado Antonio...

-Nada de eso. Es que me parece un deber que te será gratísimo cumplir, sin contar el tesoro que para un hombre de bien representa tener una buena esposa.

Ante la andanada de Loynaz el general José Maceo guardó silencio durante largos minutos. Parecían haberlo convencido las razones que enarbolaba su interlocutor, pero no tardó en manifestar su escasa simpatía por los sacerdotes españoles, como el que oficiaba en Nicoya, donde su hermano Antonio, al frente de un grupo de oficiales cubanos, se empeñaba en llevar adelante una colonia agrícola en tierras cedidas por el gobierno costarricense.

Tampoco le gustaban, añadió José, las complicaciones de confesión y comunión que el matrimonio traería consigo. Las consideraba, simplemente, como “guanajadas”. Cedió, sin embargo, ante los argumentos de Loynaz y este para no conceder a José la oportunidad de arrepentirse lo condujo de inmediato a presencia del cura a fin de que ultimara los preparativos de la boda.

Al fin y al cabo la cosa no sería tan complicada como José suponía, pero aún así el sacerdote quiso hacerle dos o tres preguntas como mera fórmula de compromiso. Inquirió primero sobre la fe cristiana del novio y ante la respuesta afirmativa de José el sacerdote deslizó su interrogatorio hacia el espinoso campo de los mandamientos. La conversación avanzó sin tropiezos hasta el quinto precepto. Preguntó el cura entonces:

-¿Por supuesto, hijo mío, que nunca habrás cometido el pecado de matar? Y ahí mismo José perdió la compostura.

-Mire, padre, se necesita ser un guanajo para preguntarle eso a un hombre que ha estado diez años en la guerra matando españoles, y hasta un cura me cayó una vez entre las manos.

-¡Matar al enviado de Dios! Eso es un pecado mortal que yo no puedo absolver. ¡Hay que ir por dispensa a Roma!

-¡A Roma se va usted ahora mismo por la ventana!” -dijo José Maceo, y  asegura Loynaz del Castillo  que solo por la ventana se libró el cura de la ira del general cubano.

Guanajo es, se dice, voz aborigen. En todo caso es un vocablo cubano que identificaba al pavo y, por extensión, se dice así al tonto o al simple, en tanto que guanajada, voz cubana, equivale a necedad o sandez. No resulta extraño entonces que el cura de Nicoya desconociera qué había querido decirle José Maceo cuando lo llamó guanajo, y por más que Loynaz se esforzaba no conseguía hacerle creer que la palabreja era en Cuba un elogio exquisito y delicado. Al sacerdote no le sintonizaba el audio con el video pues no comprendía que tal exquisitez se hubiera acompañado con gestos tan airados.

Con paciencia y mucho tacto Loynaz  logró limar las asperezas entre el enviado de Dios y el guerrero. El cura se tranzó con los 25 pesos que le prometieron y que le evitarían el penoso viaje a Roma en busca de dispensa para el pecado mortal del cubano.

Pudo así anunciarse la boda y la colonia, con el general Antonio a la cabeza, se dio cita en casa de la novia en la fecha convenida. Llegó el sacerdote y en un susurro preguntó a Loynaz quién era el padrino de “la fiera”. Como lo sería el propio Loynaz, le pidió que se colocara al lado del novio, lo mismo hizo la madrina con la novia y comenzó la ceremonia; una ceremonia que transcurrió de prisa y concluyó en un decir amén. A Loynaz  le pareció demasiado corta la boda y se lo hizo saber al cura.

¿Y qué más quiere por 25 pesos?  -preguntó el sacerdote que en ese momento recibió su dinero y se marchó por donde mismo había venido sin esperar la champaña que la familia de Elena ofrecía a los convidados.