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El Che, un amigo hasta las últimas consecuencias

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Che, José R. Machado Ventura, Emilio Aragonés y Fernández Mel en el campamento de Kiliwe, Congo, 4-6 de octubre de 1965. Foto: Cortesía del Centro de Estudios Che Guevara/Cubadebate.

Fragmento testimonial extraído del Fondo Documental de Entrevistas perteneciente al Archivo del Centro de Estudios Che Guevara, revisado y corregido por el autor. Publicado en el número 4 de la revista Paradigma anuario institucional de dicho Centro.

El proyecto internacionalista del Che de extender la revolución más allá de la experiencia cubana continuó con el apoyo al Movimiento de Liberación Nacional del Congo belga, materializándose con su incorporación a dicha gesta en abril de 1965. La organización y el reclutamiento de los combatientes cubanos que partieron con él se habían realizado con la mayor discreción posible.

Yo ya tenía conocimiento de que el Che estaba fuera de Cuba pero no sabía dónde. Entonces, en el mes de agosto recibí una llamada telefónica del comandante Piñeiro[1] informándome que el Che estaba en África y solicitaba mi incorporación a la guerrilla congolesa, así que allá me fui junto con Emilio Aragonés.[2]

Llegada y primeras experiencias

Hicimos un viaje rápido y, al llegar y ver las condiciones, me empecé a preguntar por qué el Che se había involucrado en eso. Lo que sucedía era que la información recibida hablaba de que todo estaba organizado y que estaban los dirigentes en el campo de batalla [Kabila, Soumailot, Mulele], por eso el Che había decidido intervenir. En mi modesta opinión, esa información era inexacta, pues en realidad sí había miles de gentes con fusiles pero nadie cuidaba el armamento y todo estaba muy desorganizado. La frontera —o como decían ellos, el borde—, era un camino que atravesaban con un cordel, dos piedras, una valla y de ahí para allá era de unos y de ahí para acá era de otros. Además de eso, nos habían hablado de combates exitosos librados por nuestras tropas como el de Front de Force que, efectivamente, se había llevado a cabo, pero el Che nunca estuvo de acuerdo; no tenían mucho conocimiento de la fortaleza —estaba bien fortificada y contaba con un número significativo de mercenarios— y, en realidad, el ataque fue un fracaso.

Resulta importante mencionar dos elementos que, desde el principio, conspiraron contra la participación del Che en muchas de las acciones, y el correcto desenvolvimiento de estas. En primer lugar, nosotros teníamos autorización de pasar por Tanzania para ir al Congo, pero el Che, con todo lo que su presencia representaba, no había pedido autorización a ese gobierno para entrar. Eso había que manejarlo y pesó mucho. En segundo lugar, tampoco se informó de su presencia a los dirigentes congoleses. Cuando «Tremendo Punto»[3] se enteró de que el Che ya estaba adentro se puso blanco como la pared —entonces dice la famosa expresión de «escándalo internacional» que se recoge en Pasajes de la Guerra revolucionaria. Congo— y cuando se lo comentó a Kabila este le dijo que se mantuviera ahí tranquilo, de manera tal que no se internacionalizara aquella acción.

Había otro problema que dificultaba el desarrollo de la lucha. Todos los jefes hacían unos planes gigantescos para atacar a las ciudades y, aunque el Che les planteaba que era mejor esperar para poder hacerse fuerte y después llevar a cabo esos planes, ellos lo que querían era hacer grandes acciones. En realidad no había preparación, por eso el Che quería que los cubanos actuaran de instructores y se crearan unidades, pero eso nunca se llevó a efecto. Por otra parte en aquel momento era difícil desarrollar grandes acciones, sobre todo por la existencia de los mercenarios, que llevaban considerable ventaja en número y armamento.

Fue en el Congo belga donde yo aprendí lo que eran los mercenarios. Eran como albañiles o carpinteros, eran obreros de la guerra. Vivían de eso, llegaban con su ametralladora de trípode, comenzaban a disparar y cuando se les acababan las balas, iban a la cajuela, cogían las nuevas y las ponían. Igual que un albañil al que se le acaba la mezcla y vuelve a buscar. Ese era su oficio, no sentían ningún entusiasmo. Eran gentes contratadas, sin ninguna ideología, ni razones para defender un país, salvo la de recibir un salario.

Al llegar a la Base Superior de Lulimba con el primero que me entrevisté fue con Harry Villegas, Pombo. El Che ya no estaba allí pues había logrado «zafarse»,[4] a los seis meses de estar prácticamente sin hacer nada, y se encontraba en el frente. Cuando digo que se había «zafado» me refiero a que allí sus acciones estaban muy limitadas por el hecho de que Kabila no quería que se conociera su presencia en territorio congolés.

Situación en el frente

En sus Pasajes… el Che escribe que me había pedido a Cuba con intención de reforzar el cuadro de mando. Sin embargo, más que jefe de estado mayor, yo sentía que estaba allí por la gran afinidad que nos teníamos. No obstante, cuando llegamos al frente, no nos recibió con el cariño y la euforia que pensábamos. Él creía que íbamos a tratar de que saliera y no se convenció de lo contrario hasta que le recalqué que mi función allí era la de acompañarlo. Tampoco fui para allá pensando que iba a ser jefe, el Che fue quien me mandó para la Base como jefe de estado mayor, con el objetivo de organizar las comunicaciones y sobre todo la logística; porque ahí el problema de la comida era muy serio. De Dar es-Salaam se recibían algunas cosas pero no con regularidad y, además, se perdían muchas por el camino. Ambas tareas traté de llevarlas a cabo lo mejor posible.

A los pocos días ya habíamos establecido las comunicaciones gracias, en gran medida, a que el equipo de comunicadores hizo un excelente trabajo, sobre todo Rumbaut,[5] el muchacho que iba al frente. A poco más de una semana de haber llegado, establecimos comunicación con Kigoma e inclusive con Dar es-Salaam. El próximo objetivo era tener comunicación con el Che que estaba en el frente. Recuerdo que le mandé un informe de lo más contento —lo manteníamos informado constantemente— pero él estaba en una situación muy ríspida y en vez de felicitaciones lo que me preguntó fue ¿que para qué gastábamos tanto combustible? Me pasó un poco como a Tamayito[6] con el radio en la Sierra Maestra, que se ponía a oír música mejicana y el Che le formaba tremenda bronca porque decía que la batería era para poder tener información.

En mis primeras reuniones con el Che le comenté que había conocido a Kabila en Dar es-Salaam y me parecía que no iba a entrar al campo de batalla. Como respuesta obtuve una reprimenda, porque el Che quería que aquello avanzara y que no le dieran tantas malas noticias. «¿Por qué tú dices eso?» me reprochó. Y le respondí que lo había visto dándose muchos lujos. Efectivamente, estando el Che ahí, Kabila entró unas dos veces pero nunca de manera definitiva. La última vez yo estaba con el Che. Se entrevistaron y, una vez más, el Che le propuso un plan para que él viniera al frente, se crearan las unidades, se nombraran los jefes de pelotón y empezara la instrucción en tiro.

Por la noche el Che regresó de lo más entusiasmado diciendo que había llegado a un acuerdo con Kabila, pero al otro día temprano, cuando volvió a hablar con el líder congolés, éste le dijo que tenía que llegarse hasta Kigoma [el puerto de Tanzania más cercano al Congo belga], porque allí lo esperaban para una reunión, y que de Kigoma tenía que ir a Dar es-Salaam. Ya el Che sabía que él no regresaría y, efectivamente, nunca lo hizo. Él entraba, estaba poco tiempo y se iba.

El Che recorrió todo el frente hasta Baraka —importante puerto del lago—, bien al norte. Allí se entrevistó con Moulana, general de los congoleses bautizado por Coello,[7] con esa gracia natural que tenía, como el «Cosmonauta» porque llevaba un casco de moto con unas plumas.

Yo lo conocí, porque una vez el Che me envió cerca de Baraka a ver cómo estaba la situación por allá, pues se esperaba un desembarco de los mercenarios, y nos entrevistamos con él. Le pregunté si por la mañana temprano podíamos salir a hacer una exploración y ver los lugares donde hubiera puentes o espacios similares en los que prepararnos para el desembarco de las tropas mercenarias. Me respondió que sí, que al día siguiente.

El problema es que todo esto nosotros lo hablábamos en español, del español se traducía al francés y del francés al swahili. Aquello era impresionante. Cuando eso pasaba por las distintas voces a imaginarse qué era lo que nos llegaba, y qué les llegaba a ellos. El asunto es que nos fuimos a descansar tarde en la noche y ya acostados en la casa, se me ocurre preguntarle a la gente dónde estaba el camino de Baraka e irnos a dormir de ese lado. Al otro día temprano, cuando nos levantamos, ya venían entrando los camiones con los mercenarios.

Como contábamos con muy poca información prácticamente no pudimos hacer nada. No sabíamos ni siquiera cuán rápido avanzaban los mercenarios pues, durante el camino de regreso, los teníamos detrás y la aviación nos pasaba por encima, incluso, salimos del último campamento en el que estuvimos por la madrugada y ellos llegaron a ese lugar por la mañana. Esto es un indicador de la escasa información con la que contábamos.

A pesar de que el Che se dio cuenta de que la situación no era favorable, seguía planteando que quizás, históricamente, luchando, se podían crear las condiciones, darle cultura a los soldados congoleses y organizar todo lo que, con el tiempo, se fuera haciendo, siempre y cuando se dieran las mejores condiciones y hubiera jefes capaces de obrar.

Ya hemos esbozado en parte cómo era Kabila, tenía facultades de líder, cuando llegaba y le hablaba a la gente; la gente le respondía y se excitaba con sus palabras, el problema es que nunca estaba allí.

Después estaba Soumailot. Este vino a Cuba y fue muy bien atendido por Fidel. Le dieron cierta cantidad de dinero, mientras, nosotros tratábamos de gastar lo menos posible. En definitiva Soumailot se demoró tanto en regresar al Congo que vinimos a verlo después que habíamos salido, y además, nunca entró. Una de las preguntas que me hizo fue si yo hubiera considerado importante que ellos entraran al lugar de los combates. ¡Preguntarme eso! Ya por ahí se puede sacar cuenta de cuál era su mentalidad.

También estaba Mulele que se encontraba en el noreste del Congo. Dicen que estuvo mucho tiempo alzado, incluso hubo un plan del Che de ir a hacer contacto con él, pero nosotros nunca lo conocimos. Lo cierto es que estuvo gran parte del tiempo y era una cosa a su favor. Tiempo después bajó invitado por el presidente Sese Seko con el supuesto de hacerlo Ministro de Educación y lo que hizo, cuando bajó, fue matarlo.

Del mismo modo el asesinato de Lumumba había generado un gran desprendimiento. Cuando tratamos de buscar su programa político, el de su partido, no apareció nada. Yo por lo menos, sentía y siento una gran admiración hacia Lumumba. Todo el mundo recuerda cuando lo mataron, cuando lo bajaron del camión amarrado con los brazos atrás, estando incluso las Naciones Unidas ahí para protegerlo.

Una vez hablando con el Che le dije «bueno, vamos a hacernos cargo nosotros, pero para eso lo que nos hace falta es más gente». Éramos muy pocos cubanos —unos 80 aproximadamente— para hacer una guerra de guerrillas. Además estábamos divididos y distribuidos a lo largo de más de mil kilómetros, porque se suponía que le íbamos a dar instrucción a los distintos frentes desde Albertville hasta el norte. Por eso yo le decía, «mira, vamos a mantener a los cubanos agrupados en un lado porque aquí se va a formar algo». El Che no quería porque entraba en contradicción con Kabila. A pesar de ser un hombre con una gran experiencia, un formidable guerrillero, el Che se subordinó a Kabila. Yo pienso que cuando él escribe en el «Epílogo» de sus Pasajes…, «he aprendido en el Congo; hay errores que no cometeré más […]»,[8] ese era uno de ellos.

Nosotros nos hicimos cargo de lo que pudimos, pero la gente no nos respondía. Entre otras cosas por el hecho de que éramos blancos y los congoleses siempre dudaban de la razón de nuestra presencia allí. A menudo nos preguntaban «¿Bueno y ustedes qué vienen a buscar, vienen a buscar oro?» o «¿Cuál es su función?».

Porque una realidad ineludible es que ellos veían en los blancos a los grandes colonialistas. Algunos dirigentes sí nos respondían, como Mitoudidi, jefe de estado mayor del Frente Oriental. El Che puso muchas esperanzas en él pero tuvo la desgracia de que se montó en un barco, un bote de esos que hacían los congoleses con tronco, se cayó y se ahogó. El lago Tanganyika, al estar sobre el nivel del mar, produce corrientes internas muy fuertes. Al que se cae, aun cuando sea buen nadador, le cuesta trabajo salir porque son corrientes muy encontradas y además el agua dulce es muy liviana para poder ganar grandes distancias.

Massengo, quien sustituyó en el cargo de jefe de estado mayor a Mitoudidi, parecía un buen hombre. Contábamos también con una tropa de ruandeses pero no se llevaban muy bien con los congoleses y nosotros teníamos que hacer muchas veces de mediadores.

Sin embargo, el Che pensaba que el tiempo y la lucha los obligaría a unirse, a hacer un ejército bueno, a aumentar el nivel cultural y el nivel ideológico. Esa era una cuestión que él se planteaba para poder explicar por qué se mantenía allí, después de ver la falta de condiciones. Los problemas de tipo objetivo, la explotación por ejemplo, existían como en todo el tercer mundo.

Era con respecto a los problemas de tipo subjetivo, en mi modesta opinión, donde yo creo que el Che no lograba un análisis adecuado. En primer lugar, estaban las características de los combatientes. Aquello no había quien lo organizara, hacían lo que les daba la gana y andaban regados sin un jefe al que seguir. Los combates que se hicieron fueron protagonizados, sobre todo, por los cubanos. Inclusive, en el de Front de Force, fueron los cubanos prácticamente los únicos que pelearon.

En las emboscadas era igual, no se podía, cuando se formaba el tiroteo nos quedábamos solos. Estas características de los congoleses provenían en muchos casos de creencias y prácticas culturales enraizadas en la población del Congo belga, como la creencia en la dawa[9] por ejemplo, que afectó no solo la participación efectiva de los congoleses en el combate sino también su preparación militar.

Un don especial para tratar con la gente El Che tenía una cosa a su favor, a donde quiera que llegaba, en cualquier tribu, se las arreglaba para establecer enseguida muchas relaciones y llevarse muy bien con todos, así es como él conseguía que nos hicieran comida. La comida de que estamos hablando era fundamentalmente yuca y quizás alguna fruta. Yo en la Sierra Maestra pasé hambre, y en la invasión más, pero no como aquella; aquella fue un hambre muy especial porque la yuca, por lo menos a mí y al Che también, nos daba mucha acidez y era lo que había para comer, sin sal, sin grasa y sin nada. Cuando se conseguía grasa, era aceite de palma, que es puro colesterol.

El Che siempre pagaba todo lo que se consumía, lo mismo hizo en la Sierra Maestra y por eso los campesinos en todo momento estaban a su favor y hablaban bien de él. Cuando en la invasión llegamos al Escambray era igual, se llevaba bien con los campesinos. Ese don especial para tratar con la gente nacía, sobre todo de su seriedad, la honestidad y la honradez con la que trataba a todos. Él establecía relaciones y algunas veces conseguíamos que nos hicieran comida.

Además de eso, tanto él como yo, pues muchas veces me mandaba a mí que se suponía era el jefe de estado mayor de nuestro pequeño contingente, íbamos a atender a los pobladores como médicos. Él me decía, «bueno, vamos a la tribu que está allá, llévate esto… y a tratar a la gente». Allí había mucha gonorrea, porque a pesar de que estábamos alzados, los soldados congoleses tenían sus días de asueto en los que se iban para los prostíbulos de Kigoma. Yo no había visto adenopatías como las que vi allí. Sin embargo, con un par de inyecciones de rapilenta de un millón, eso desaparecía al día siguiente, el problema es que en los congoleses la infección era muy abundante.

En el caso de los niños tenían muchos parásitos y era muy difícil tratarlos, porque uno llegaba, le daba una pastilla, cuando la había, y resolvían, pero después seguían tomando la misma agua. Aquello era prácticamente inútil pero el hecho de que hubiera un médico atendiendo a la gente jugó un papel importante desde el punto de vista político.

La cuestión de la atención médica, sin embargo, era otro de los problemas subjetivos con los que contábamos, porque los belgas sí llegaban a esos lugares y atendían a los nativos. Tenían una especie de policlínicos, enfermerías más bien, que eran casas bien hechas y todos los miembros de aquella comunidad estaban inscritos y tenían su historia clínica. Ellos se encargaban, los trataban y les creaban condiciones. El problema es que a cambio los explotaban al máximo, se llevaban sus riquezas, las materias primas, se llevaban todo, porque en definitiva no les creaban ningún tipo de trabajo ni ningún tipo de desarrollo.

La salida

A pesar de las dificultades el Che seguía pensando en lo que se podía hacer y luchando por echar aquello adelante. Hasta el último momento, continuó proponiéndole planes a Massengo y a Kabila con estrategias para frenar la situación, incluso cuando Terry,[10] que estaba en el Sur, había conseguido, en uno de los últimos combates grandes, los mapas y los planos de por dónde iban a ir avanzando los belgas en el frente.

Llegó un momento en que los únicos que estábamos alrededor de aquello éramos nosotros. Pero el Che no planteaba todavía nada de abandonar el Congo. Vino el acuerdo de la Unión Africana, que invitaba a todo el mundo a salir y que no hubiera guerra. En particular, Tanzania envió un mensaje notificando que debíamos abandonar la lucha, aunque el Che no lo hizo hasta que los congoleses nos lo pidieron; hasta que Kabila, a través de Massengo, dijo que había que dejar la zona.

Estábamos en una situación bastante compleja. Yo, como jefe de estado mayor, iba a una loma donde teníamos un radio, creo que un R-805, cuyo alcance era de 10 kilómetros, para comunicarnos con Kigoma que está como a 40. Eso, en ciertas y determinadas condiciones, se obtenía aprovechando la superficie del agua.

Entonces yo llegaba y le decía, «Che, no hay comunicación» y su reacción era fuerte, yo me iba, otra vez regresaba, y le decía, «Che, tenemos comunicación» y me respondía «¡Coño…!». Yo le dije «Ven acá, ¿tú me quieres decir qué te informo, que hay o que no hay?, porque si te digo que no tenemos, te pones bravo y si te digo que tenemos, peleas también», entonces me respondió de una manera socarrona: «Bueno, usted, informe lo que tiene que informar».

A todo eso él seguía haciendo planes de quiénes se iban a quedar y quiénes eran los que debían salir. El Che planteó que Aragonés, que le decían «el gordo» aunque ya para ese entonces estaba flaco, se fuera con la gente que iban a sacar y nosotros nos quedáramos allí. En aquel momento yo tenía un sombrero de esos que se usan en África y lo tiré contra el piso diciéndole «el gordo no te va a aceptar eso». En efecto, cuando se lo planteó al gordo se puso de lo más bravo y no aceptó.

Ese tipo de conversaciones, esa cosa tirante, era común allí en el momento de la salida. Así nos fuimos retirando, y todavía a última hora, cuando estábamos en el último lugar, el Che continuaba planteando tres posibilidades. La primera, sacar a los más enfermos, a los que estuvieran más débiles dentro del grupo y quedarnos dentro del Congo, buscar la manera de escondernos y esperar a que terminara aquella ofensiva, para cuando se enfriara la situación continuar con la gente más firme, más sana, y volver a empezar.

Inclusive creamos algunas condiciones por si teníamos que abandonar la base, pero no con vistas a salir del Congo belga. Hicimos unos huecos enormes, donde por cierto perdí mi maletín de médico con muchas cosas que hubiera querido conservar.

El otro plan era, con ese mismo grupo, en vez de quedarse y enfriar la situación, hacer contacto con Mulele. Esto implicaba atravesar todo el Congo, desde donde estábamos nosotros hasta el norte. Él se convenció de que eso era prácticamente imposible porque había que atravesar la selva de miles de kilómetros y además, sin guía, prácticamente sin nada. La tercera opción, era ver de qué manera podíamos salir y llevarnos la mayor cantidad de congoleses de los que estaban allí para Tanzania, con el objetivo de evaluar la posibilidad de hacer algo en el futuro.

Así fuimos recibiendo los distintos grupos, que como mencioné antes estaban muy divididos. Hay una conversación muy interesante cuando llega Terry entre los últimos grupos. Él era gago y tenía en su aval que la última emboscada que había hecho, había sido muy productiva, había tenido éxito y había recogido los mapas. Entonces gagueando Terry le dice «Che, no, esto aquí no, tenemos que… esto, esta gente, no-no-no pelean, esta gente no sirve, nos dejaron solos otra-otra vez a-a los cubanos». Che que veía que todo su esfuerzo había fracasado, le dijo «no, no, a ti lo que te voy a mandar para Cuba, junto con los demás que están rajaos para que te vayas para allá». Y Terry le respondió «y-y-y tú conmigo, ¿no?». Fue muy simpático.

En mi modesta opinión, ese fue un periodo de casi un año en que el Che no produjo mucho más desde el punto de vista intelectual. Hubiera sido muy importante, porque en esa época estaba en una etapa muy productiva de la cual podían haber quedado textos valiosos. A pesar de sus ocupaciones como ministro de Industria, siempre escribía. Desde el punto de vista militar tampoco pudo aportar mucho, no lo dejaban que fuera para el frente, prácticamente no lo dejaban moverse. Quizás si el Che hubiera podido ir al frente, se hubiera hecho algo más.

Creamos las condiciones y, poco a poco, nos fuimos retirando. El último día Lawton[11] demostró que era un compañero completo porque, cuando todavía teníamos todas las comunicaciones, le habíamos dicho dónde íbamos a estar por si llegaban las cosas o había algún problema, pero desde entonces habíamos tenido que cambiar tres veces de lugar. Cayó la noche y vigilábamos el ruido del motor de la lancha y yo no sé cómo, Lawton apareció con los botes sin saber el lugar específico donde nosotros estábamos. Allí éramos más gente de los que cabían en los dos barquitos aquellos. Hubo que llegar y poner gente para que evitaran el caos porque no se sabía quién se iba y quién se quedaba, sobre todo entre los congoleses, de los cuales se montaron bastantes. Eso fue una situación muy difícil, tensa y estresante.

Hasta que al fin salimos porque teníamos una hora límite. Si nos cogía el día, ellos contaban con aviación, lanchas rápidas, de todo, y nosotros con esos dos barcos que normalmente navegaban lento, cargados como iban, éramos un blanco seguro.

Con esa tensión estuvimos hasta ver las costas de Kigoma, donde se pararon los dos barcos y el Che le habló a la gente, porque de ahí pasó a otra lanchita más pequeña para no formar el famoso lío internacional.

Aún no se había informado al gobierno de Tanzania sobre su presencia en el Congo belga, y tampoco podíamos estar diciendo que él estaba ahí, porque lo más importante era mantenerlo a salvo.

En la lanchita planteó que esa era una etapa más en la lucha por la libertad de los pueblos, que tenía la misión de ir a luchar por otros pueblos y que no se considerara aquello como una derrota total. Ahí es cuando me dice «ahora tú te quedas aquí, al frente de esto», las órdenes del Che eran siempre muy parcas. El problema es que se habían quedado cuatro cubanos, más algunos congoleses, que no se pudieron montar en los barcos porque se habían perdido y nunca llegaron al punto de salida. Entonces yo le digo «bueno Che, yo creo que debe ser Dreke», pero me dijo «no, el que se queda eres tú». Yo pensé en Dreke como segundo Jefe, pero a la tropa la habían esperado camiones y al llegar se fueron inmediatamente para Dar es-Salaam.

Nos quedamos un grupo, del que los marineros eran los más importantes, además muy bien preparados. Cuando desembarcamos hablé con los marineros y les dije que lo primero era arreglar los barcos y darles mantenimiento a todos para, cuando tuviéramos la información de dónde estaba la gente, ir a sacarlos. Había dos barcos más grandes, una lancha rápida y otro más chiquito que los marineros pusieron de alta. Bastante navegamos en esos barcos buscando a la gente que se habían quedado, de día, de noche y por todos lados. Yo cada quince días iba a Dar es-Salaam y le informaba al Che. De los cuatro cubanos que quedaban tres se recuperaron. El otro sí se quedó, no sé si habrá regresado después, pero el tipo se había adaptado perfectamente a la situación allá y creo que inclusive tuvo familia. Yo estuve allí hasta diciembre y regresé para acá como en febrero, a través de Moscú.

Yo visité al Che cuando estaba en Dar es-Salaam, el diario del Congo yo lo leí allí con él. Una vez llegó y me dijo «¿Viste cómo te “echo”?»[12] A lo que respondí con unas palabras que, creo, le impactaron mucho: «No, un padre nunca le “echa” a un hijo». El cuarto donde estaba era un lugar normal, sin ningún tipo de lujo, solo lo necesario, una cama, una mesa para escribir, quizás una que otra silla, muy austero. Eso además a él no le importaba y ya se había adaptado a estar metido ahí y escribir. El Che tenía una virtud, que algunas veces se le transformaba en un defecto, todo lo resolvía leyendo, era un lector interminable. Llegaba, se ponía a leer o a escribir y ahí se le iba el tiempo, todo lo resolvía leyendo y escribiendo. Era un hombre extraordinariamente culto.

Su otra gran virtud es que le gustaba enseñar, no sé si fue la madre quien le transmitiera ese don cuando de niño le daba clases en la casa. Parece que eso se le quedó a él y en el Congo, donde quiera, nos daba clases de francés. Aquí en la Sierra Maestra también enseñó a leer a muchos como Joel Iglesias[13] y siempre estaba dándole clases a alguno.

Siempre he dicho que al Che había que quererlo de gratis, y una vez que lo querías no lo olvidabas nunca. No era fácil entrarle, pero una vez que tú llegabas y te hacías su amigo, siempre y cuando conservaras los principios, era tu amigo hasta las últimas consecuencias. Esa era otra de sus virtudes, sin dejar de mencionar la honestidad y la honradez.

Sin embargo, para mí la virtud más importante del Che era la consecuencia. Como pensaba y hablaba, actuaba, tanto en la vida privada como en la pública. No tenía dos vidas, o sea, no tenía dos morales, era muy estricto. Eso lo demostró cuando en la ONU dijo que estaba dispuesto a dar la vida por cualquier país de Latinoamérica sin pedirle nada a cambio y así lo hizo.

Che con Oscar Fernández Mel y Luis Gómez Wanguemert enero 1959. Foto: Cortesía del Centro de Estudios Che Guevara/Cubadebate.

Oscar Fernández Mel, Che Guevara, Aleida March y Eliseo de la Campa. Foto: Cortesía del Centro de Estudios Che Guevara/Cubadebate.

Notas:
[1] Comandante Manuel Piñeiro Losada.
[2] Capitán Emilio Aragonés Navarro, Tembo.
[3] Apodo de Dihur Godefroid Tchamlesso; miembro del Estado Mayor de Massengo.
[4] Coloquialismo usado en el español de Cuba para referir la acción de librarse de una circunstancia determinada.
[5] Teniente Justo Rumbaut Hidalgo, Tumba.
[6] Leonardo Tamayo, Tamayito, el Urbano de la guerrilla de Bolivia.
[7] Sargento Carlos Coello, Tumaini en la guerrilla congolesa.
[8] Ernesto Che Guevara: Pasajes de la Guerra Revolucionaria. Congo, editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2013, p. 248.
[9] En el acápite de Pasajes de la Guerra Revolucionaria. Congo titulado «Primeras impresiones», Che refiere: Esta dawa hizo bastante daño para la preparación militar. El principio es el siguiente: Un líquido donde están disueltos jugos de hierbas y otras materias mágicas se hecha sobre el combatiente al que se le hacen algunos signos cabalísticos y, casi siempre, una mancha con carbón en la frente; está ahora protegido contra toda clase de armas del enemigo, (aunque esto también depende del poder del brujo); pero no puede tocar ningún objeto que no le pertenezca, no puede tocar mujer, y tampoco sentir miedo so pena de perder la protección. La solución a cualquier falla es muy sencilla; hombre muerto, hombre con miedo, hombre que robó o se acostó con alguna mujer; hombre herido, hombre con miedo […]La creencia es tan fuerte que nadie va al combate sin hacerse la dawa.
[10] Capitán Santiago Terry Rodríguez, Aly.
[11] Lawton: combatiente congolés a quien los cubanos llamaban almirante del lago.
[12] Coloquialismo usado en el español de Cuba, equivalente a realizar una crítica negativa.
[13] A los trece años se incorpora, bajo el mando del Che, al Ejército Rebelde en el cual alcanzó el grado de Comandante.

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  • m&m dijo:

    casualmente hace unos dias leia el libro de Rogelio Acevedo, y lo mencionaba a el y el otro doctr durante la marcha hacia las villas, y otro momento que no recuerdo

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