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Ramón Matamoros Columbié: Mi vecino mártir

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Al centro de la foto, Ramón Matamoros Columbié, mártir de la Seguridad del Estado, en Songo- La Maya, Santiago de Cuba. Foto: Cortesía de la familia.

El periodismo te hace regalos tan especiales que los atrapas con las manos y el corazón como para que nadie los toque. Esta profesión te permite conocer historias tan hermosas y sacrificadas como la de Ramón Matamoros Columbié, mi vecino mártir de los Órganos de la Seguridad del Estado.

La pregunta era cómo hacer un trabajo de interés sobre los 60 años de la creación de ese valioso grupo de hombres y mujeres que hacen Revolución desde el anonimato. Entonces apareció un amigo y me regaló esa historia desconocida para mí y muchos de los que hoy vivimos en el municipio Songo-La Maya, de la provincia Santiago de Cuba.

Mediante coordinaciones llegué a la casa de Magdalis Matamoros Montoya, la segunda hija de tres que nacieron del matrimonio de Ramón y Ana Cristina, a quien todos conocen como “Nena”, y quien me esperaba con una copia de un artículo donde narraba la muerte de su papá en octubre de 1962 en el cumplimiento del deber.

El autor era uno de sus compañeros de lucha, Haris E. Sánchez, y tiene por título “Patria o Muerte Matamoros”, pues así sus colegas le rindieron homenaje el día del sepelio.

Juntas llegamos hasta el tercer piso del edificio donde vive su mamá, para entre las tres, remover los recuerdos y enseñanzas del muchacho que cayó luchando con solo 28 años.

Su viuda es una señora con un carácter muy agradable y una mano especial para colar café. Así comenzó una conversación tan bella e interesante que yo no quería terminar, pues cada anécdota o remembranza me despertaba las ganas de conocer más a quien fuera mi vecino antes de yo nacer.

Ramón, o “Mongo”, como le decían en casa, nació en las cercanías del poblado de Yerba de Guinea, en este municipio songomayense. Desde pequeño ayudó en las labores campesinas en casa y luego trabajó en la minería para contribuir al sustento familiar.

Ana Cristina me contó que lo conoció un día que ella estaba vendiendo unos bonos para ganarse unas zapatillas “balerinas” y casualmente entraron al mismo portal a guarecerse de la lluvia. Cuando escampó y salieron juntos ella le enseñó donde quedaba su casa y él siguió visitándola, aunque a su madre no le agradaba mucho porque era blanco.

En ese minuto del diálogo Nena sonríe y confiesa que nunca le pesó irse con él, pues el poco tiempo que vivieron juntos fue el mejor de su existencia hasta hoy.

La historia...

Ramón Matamoros Columbié. Foto: Cortesía de la familia.

Ramón formó parte del Movimiento 26 de Julio en Songo-La Maya, y durante el tiempo que estuvo alzado por un sitio nombrado Casimba, su esposa le acompañó con un bebé de siete meses. Luego del triunfo de 1959 volvieron a su hogar y él fue enviado a Palma Soriano y a La Habana a cursar algunos estudios.

En ese mismo año se crean los Órganos de la Seguridad del Estado y al siguiente, Matamoros entró a las filas del Ministerio del Interior, en las que fue designado chofer del Segundo Jefe del Departamento de la entonces provincia de Oriente.

Su esposa sabía que él estaba trabajando en Bayamo pero no conocía exactamente lo que hacía. Entre risas cuenta que en más de una ocasión se puso celosa y le reclamó, pero él decía: “mujer yo no estoy en nada es solo cuestión de trabajo”.

Se imponía una pregunta ¿Sabía Nena que Ramón era de la Seguridad del Estado? La respuesta fue sencilla.

“Yo sí lo sabía, no exactamente qué era eso pero después de varias veces que me puse celosa y todo descubrí en su camisa un papel donde le indicaban entregar un encargo aquí mismo en La Maya. Nunca le pregunté porque él no podía enterarse que le revisé el bolsillo pero ahí supe de veras que él estaba en algo de la Revolución”.

En ese instante de la conversación la señora se paró a atender la puerta y se nos sumó su hija Marilín que hoy labora en la farmacia principal del poblado cabecera. Tenía apenas 34 días de nacida cuando asesinaron a su papá, por eso escuchar como hablan de él le ayuda a construir en su imaginación al padre que nunca vio.

Ya éramos cuatro haciendo historia y Nena siguió regalándome sus mejores recuerdos del amor de su vida. Lo describe como un hombre maravilloso y muy preocupado por sus familiares, tanto sus padres y hermanas que residían en Minas de Ponupo, como por ella y sus tres hijos.

Es una mujer tan noble que culpa a la vida y la suerte por no tenerlo al lado. No menciona siquiera el nombre del contrarrevolucionario que le quitó los sueños a Ramón, y el amor a ella y a sus pequeños.

En ese instante, como es inevitable, los ojos comenzaron a humedecerse y la voz a entrecortarse, pues me confiesa que de él le gustaba todo y lo mejor que le quedó de los pocos años compartidos fueron Ramón Ángel, Magdalis y Marilín, quienes solo tenían cuatro, tres años, y 34 días, respectivamente, cuando su papá dejó de respirar.

Nena hizo un breve silencio que me dijo mil palabras, en ese instante descubrí que era hora de dejarla quieta con sus recuerdos par de minutos y conversar con su hija Magdalis, de 59 años.

No conoció a su papá, pues tenía muy corta edad y no recuerda nada de él. Aun así sabe que siempre ha estado con ella ya que su madre se ha encargado de contarle todo cuanto ellos han querido saber, sobre todo los principios que lo caracterizaban.

Rememora momentos especiales de su vida, cuando en un aniversario de los Órganos de la Seguridad del Estado develaron una tarja donde Ramón vivió sus últimos años. Ella miraba a los lados como queriendo que él se parara en la puerta y poder correr a abrazarlo para tener más que recuerdos.

Sentimental como soy llegó el momento de tragar para bajar el nudo que se me hizo en la garganta cuando ella dijo que si a su papá no lo hubiesen matado su vida hubiese sido maravillosa, maravillosa, maravillosa. Está segura que él hubiese sido su apoyo incondicional para criar mejor a sus dos hijos cuando ella se divorció.

Marilín escucha y recuerda el día que los llevaron al sitio exacto donde cayó mortalmente herido y a su mente vuelven aquellos relatos narrados por los habitantes de esa zona de La Herradura, en Veguita, provincia Granma.

No pregunto mucho sobre su muerte, no quiero entristecer a Nena ni a sus hijas y ya tengo en la mano un artículo que cuenta los detalles del fatídico día. Indago por último cómo recibieron la noticia, y su viuda me cuenta que estaba con los niños en casa de la suegra cuando llegaron unos militares a la una de la madrugada.

El padre de Ramón abrió la puerta y cuando los vio dijo: “está muerto, ustedes no vienen aquí a esta hora por heridas”. El oficial de mayor rango asintió y en ese instante toda la familia se estremeció.

De ahí en lo adelante su esposa tuvo que seguir sola con 27 años y tres niños pequeños. Los padres y hermanas de él la ayudaron pero sin su Ramón nunca fue lo mismo. Años después se matrimonió nuevamente y tuvo otros dos hijos, pero siempre “Mongo” será el amor de su vida, como ella misma confiesa.

Para relajar tensiones, aunque con algunas preguntas guardadas, dije “con este audio soy feliz”. Nena me brindó café y cuando miró el reloj que marcaban las 12 y 15 del mediodía me invitó a almorzar. Fueron insuficientes mis excusas para evadir sentarme a la mesa y acabé compartiendo unos frijoles colorados deliciosos con ella y sus hijas.

Cuando terminamos me dijo con ese buen humor que le caracteriza “ahora te puedes ir porque yo no doy merienda”. Solo atiné a reírme y bajar las escaleras agradeciendo por la colaboración y la historia compartida. Les prometí volver otro día para seguir conociendo a Ramón y hacer un trabajo más profundo que le muestre a las nuevas generaciones quién era ese hombre que desde el anonimato hizo Revolución.

El desafortunado día

La muerte de Ramón se produjo el 21 de octubre de 1962, en Granma, cuando operaban en la zona de Veguita para atrapar al contrarrevolucionario José Antonio Reyes Toñé, apodado El Águila. Este bandido había perdido su camarilla y estaba solo y desesperado.

Ramón formaba parte de uno de los dos grupos creados para tan riesgosa misión y en el encuentro con el enemigo recibió un fatal disparo en la cabeza. Aunque sus compañeros intentaron socorrerlo no pudieron hacer nada por su vida.

Luego de que le rindieran honores en el Círculo Social Obrero, donde hoy radica la Galería de Arte, sus colegas volvieron a Granma, pues Cuba atravesaba por la conocida como Crisis de Octubre y había que estar listos para lo que fuera.

Cuenta su amigo Haris E. Sánchez que ante el dolor por la pérdida y el peligro que asechaba la isla, la mejor manera de homenajearlo fue gritando ¡Patria o Muerte, Matamoros, Patria o Muerte!

Ramón Matamoros Columbié (primero izq. agachado) junto a compañeros. Foto: Cortesía de la familia.

Se han publicado 2 comentarios



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  • Almeida dijo:

    Una triste historia y poco conocida, gracias Adriana por revelarla, en estos tiempos es necesario dar a conocer la entrega de tantos cubanos por su Revolucion, como los jovenes se integraron a la Seguridad del Estado renunciando a lo que todo joven necesita a esa edad, el deporte, la recreacion el estudio, la familia en fin tantas cosas por defender su patria.
    Soy de ese municipio y a penas habia oido hablar de este heroe convertido en martir; gracias una vez mas a la periodista por su trabajo, asi tambien se hace Revolucion.

  • Aleph dijo:

    Triste histora ,pero que sirva de ejemplo de sacrificio para las generaciones actuales y de reto hacia los periodistas ,historiadores para que historias como estas no queden solo en la familia y todo el pueblo de Cuba reconozca los verdaderos heroes y a los valientes de verdad

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Adriana Cisneros Fernández

Periodista de la emisora Sonido SM. Songo-La Maya, Santiago de Cuba.

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