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El riesgo tras desmontar los mitos sobre Venezuela

Tirado ha mostrado con la cámara de su teléfono lo que ve en la cotidianidad caraqueña. Foto tomada de carasycaretas.

El principal y más natural temor sobre una inminente guerra en Latinoamérica se materializa en la posibilidad de una invasión armada que cambie el orden institucional en Venezuela, instaurando un modelo gubernamental que, además de ser abiertamente proclive a satisfacer cualquier demanda de Estados Unidos (EE.UU.) como su principal artífice, se deba mantener por la fuerza y mediante el ejercicio de la violencia a diferentes niveles, pues hoy es más claro que la cantidad de personas que apoyan ese cambio en Venezuela no son tantas como desde afuera quieren mostrar.

Sin embargo, la confrontación armada sería el punto culmen en que se reúnen toda una serie de escenarios previamente ambientados y dirigidos hacia generar una atmósfera propicia para ello. Durante décadas, los periódicos o la televisión fueron el escenario natural para esa ambientación; las noticias cargadas y los reportajes mostrando la maldad del enemigo hacían que los habitantes de los países involucrados clamaran “justicia” y pidieran casi como una obligación vital entrar en la guerra.

Hoy los medios de comunicación han variado la unidireccionalidad y las siempre presentes redes sociales permiten al ciudadano acostumbrado solamente a escuchar y ver, la posibilidad de sentirse escuchado, de manifestar su sentir, e incluso hacérselo llegar de manera directa a lo que considera su contraparte.

Sin embargo, la virtualidad tiene sus propias trampas y pensar que el juego es entre individuos haciendo sus planteos a lado y lado de la red es ingenuo; estos espacios también han sido permeados por los ingenieros del poder creando falsos perfiles que, por miles o millones, pueden generar una tendencia de opinión que termine convalidando intenciones que incluso van contra la natural lógica de preservar la vida.

Es este el contexto en que una sociedad que tiene más formas de hacerse oír tiene cada vez menos para decir. Los análisis multifactoriales son los grandes ausentes y los discursos giran alrededor de sólo tres o cuatro premisas que se repiten como una letanía, y más cuando se trata de posverdades construidas con tanto esfuerzo y cuidado como en el caso de la realidad hoy en Venezuela.

Existen ya unas líneas de opinión de las que no es posible salirse y que involucran palabras como “dictadura”, “crisis”, “represión”, “desabastecimiento” o “tiranía”. En una sociedad con una creciente simplificación visual, estas expresiones vienen asociadas a las imágenes que se han emitido por los medios hasta la saciedad, imágenes de supermercados con las góndolas vacías, gente buscando comida en la basura, fuertes disturbios y grandes marchas opositoras donde los entrevistadas piden con desgarradora voz el fin de la tiranía.

Estos son los nuevos dogmas, las tablas de la ley que vienen en código binario y no son susceptibles de ser cuestionadas, so pena de la lapidación y el escarnio público.

Puede ser verdad que unos cuantos insultos por redes sociales no le hacen daño a nadie; sin embargo, lo que se ve es la manifestación de un anónimo y visceral odio a cualquier cosa que ponga en duda ese dogma ya establecido y que hace temer sobre la posibilidad de que, seguramente no todos, ni siquiera algunos, pero solo uno lo pueda sacar de la virtualidad a la realidad y el resultado sería muy delicado.

Una muestra de lo anterior ha sido a partir de una serie de vídeos publicados por varias personas directamente desde las calles de Caracas o de algún otro punto de Venezuela.

Dentro de los que se destacan están los realizados por Marco Teruggi, sociólogo y periodista argentino residente en Venezuela, o principalmente los realizados por Arantxa Tirado, una politóloga española que, en algunos casos acompañada por la comunicadora venezolana Orlenys Ortiz y en otros sola, ha mostrado con la cámara de su teléfono lo que ve en la cotidianidad caraqueña.

Las filmaciones de Arantxa Tirado son realizadas desde su experiencia como politóloga a partir de ser una persona que conoce la realidad venezolana desde adentro, pues residió algunos años en ese país, y como alguien que recibe diariamente la matriz mediática que fuera de Venezuela se transmite con tanto ahínco, lo que le ha permitido dejar sin piso varias de las cosas que falsamente se han transmitido en el mundo sobre la realidad del país caribeño.

Los vídeos de Tirado demostraron sin mayores pretensiones que Caracas es una ciudad en calma, tal como luego lo pudiera comprobar el equipo de Caras y Caretas que estuvo allí. No existe tal clima de confrontación, no es un escenario de guerra campal y en la ciudad la cotidianidad transcurre como en cualquier otro lugar.

De igual manera, Tirado mostró que, sin negar que existen manifestaciones de una crisis económica, la realidad permite que las personas allí lleven una vida con cierta tranquilidad, o por lo menos no con el grado de convulsión que se pretende vender. El vídeo que más reacciones generó en redes fue el que hizo frente a un local de McDonald’s en un shopping de Caracas, donde ironizó acerca de la presencia de la cadena de comidas insignia del capitalismo en “la dictadura comunista de Maduro”. Además allí se ven los clientes comprando y comiendo sin ningún problema.

Este vídeo junto con el que realizó en una farmacia, que se veía surtida y trabajando con normalidad, comprensiblemente buscaban desmontar la idea de la crisis absoluta y la gente muriendo de hambre en las calles, mostrando que si bien es cierto que existen dificultades en la sociedad venezolana, la realidad no se puede medir en términos absolutos, y menos sentenciando la completa ruina de la que hablan los grandes medios en el mundo.

Los vídeos de Tirado no se fueron al análisis macroeconómico, al estudio estratosférico de las variables que inciden en la realidad del ciudadano corriente, sino a la vivencia, al más simple de los escenarios de la modernidad: la cotidianidad, el verdadero espejo donde se reflejan las crisis o la falta de ellas.

La cotidianidad de Libia, de Iraq, de Afganistán o Siria reflejan la crudeza de la guerra campal que destruyó -de verdad- naciones enteras; en algún momento se instaló la idea de que lo que pasa en Venezuela requería un proceso inverso, tomar un país en ruinas para levantarlo hacia la prosperidad por medio de la intervención armada de EE.UU.

Las reacciones a los videos que desmienten esa idea son corresponsables con el tipo de contrapropuesta sembrada; se mueven desde la indignación por “mentir” y buscar ocultar la “realidad” detrás de la realidad, hasta la amenaza directa contra la vida de Arantxa.

El hecho de considerar a un contradictor como un enemigo ha sido un paradigma que parece haberse instalado en el mundo de la posverdad; los mismos que piden a gritos el cese de “la represión y la tiranía” son los que afirman estar dispuestos a segar la vida de otra persona por la manera en que piensa bajo el argumento de que “apoya la dictadura”.

Esto confirma que el problema de fondo a discutir no es humanitario, sino ideológico, es la confirmación de la premisa de que lo que indigna no es quien lo haga, sino a nombre de qué; confirma que hay hambres buenas como la de Haití, el África subsahariana o, sin ir tan lejos, los departamentos de La Guajira o el Chocó en Colombia, que son parte inherente del modelo de desarrollo, y hambres malas, como la que pueden sufrir las capas más sumergidas en Venezuela.

Confirma que ver personas buscando comida en la basura en Caracas es más grave que ver otras haciendo lo mismo en Los Ángeles. Es por eso que hay gente que con una idea fija instalada pide lo que no conoce, pide invasiones y dictaduras “de las buenas” y esa misma gente es la que un día cualquiera, con los medios necesarios y con algo de iniciativa, sale a cumplir las amenazas que hace tras el anonimato de las redes sociales.

Los vídeos de estas personas muestran la urgencia de mostrar la realidad venezolana con todos sus matices, con sus relaciones y contradicciones, con una vida propia y autónoma que cese de una vez el libreto construido que empuja cada vez más a justificar una aventura militar ante la imposibilidad de confrontar los hechos con hechos, a convertir a Venezuela en el país que dicen que es hoy, un cúmulo de ruinas, salvo que serían ruinas de las aceptables.

(Tomado de carasycaretas.com.uy)