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Valle, la vida de un supersónico

Lázaro Valle es el segundo lanzador de la capital con más victoria.

Carismático, valiente y líder en cualquier escenario, Lázaro Valle Martell fue siempre un pelotero agradecido con quienes lo ayudaron a forjar su historia como uno de los mejores lanzadores en nuestras Series Nacionales y el equipo Cuba por más de una década. Tres títulos mundiales (Italia 1988, Canadá 1990 y Nicaragua 1994), una plata olímpica (Sídney 2000) y una corona nacional (1996), sobresalen entre sus premios más distinguidos.

Sus grandes hazañas en el box nacieron a partir de la sabiduría de Pedro Chávez, Luis Zayas, Germán Águila y José Modesto Darcourt, quienes lo animaron en más de una ocasión a probar como pítcher, viendo su potencia en el brazo, tras cuatro temporadas en roles de receptor, jardinero y hasta inicialista.

Velocidad, pasión y carácter no le faltaron a Valle para el empeño desde 1987. Probó suerte por vez primera y fue tan efectiva su recta dura, la slider cortante y el cambio de bola que nunca más tomó un bate en sus muñecas. En apenas una temporada cruzó de la lomita de Metropolitanos a la de Industriales, y de ahí a la selección nacional, de la cual solo lo alejaron lesiones puntuales.

La perfección, basada en su inteligencia natural para lanzar, le acompañó en varias ocasiones. La primera vez, del 23 de noviembre de 1988 al 19 de diciembre de 1989, cuando no perdió ningún partido y estableció una escalera de 25 triunfos seguidos, récord aún para nuestras Series Nacionales. Era el lanzador al seguro por excelencia y cuando terminó la seguidilla de éxitos con una derrota 2-3 contra La Habana, esa noche fue más venerado que su rival, el joven Javier Gálvez.

En ese propio lapso de tiempo, el 22 de agosto de 1989, en el estadio Paquito Montaner, de Ponce, quebró la historia de las Copas Intercontinentales de Béisbol con el primer juego perfecto recogido en sus archivos. No solo ningún pelotero de Corea del Sur le llegó a primera base esa tarde-noche, sino que de los 80 lanzamientos hacia el home, ¡73 fueron strikes!, con rectas superiores a las 95 millas. Sus compañeros lo respaldaron con 11 carreras y un nocao en ocho entradas. “Parece que San Lázaro estaba conmigo ese día”, rememoró en una entrevista.

Cuatro años después regresaría de nuevo a la tierra boricua para los Juegos Centroamericanos y del Caribe y un desafío histórico contra el equipo profesional local Senadores de San Juan, en el estadio Hiram Bithorn, este último pactado como exhibición el 1 de diciembre.

Recuperado totalmente de las molestias que lo alejaron del montículo 1991 y 1992, el también conocido Supersónico de La Habana Vieja fue la designación para abrir contra una formación que agrupó varios nombres de Grandes Ligas. Solo dos carreras, una de ellas por wild pitch, les permitió a los anfitriones, quienes decidieron la pizarra 4-3 gracias al cuadrangular de Javy López frente al relevista Omar Ajete en el noveno episodio.

Un festejo especial le trajo 1996, con su único título en Series Nacionales desde su condición de primera figura del staff de Industriales y bajo el mando de su ex compañero Pedro Medina. Para sorpresa de muchos, al siguiente año, el 21 de abril, dijo adiós al deporte activo en una política incomprensible aplicada por el INDER para poder desempeñarse en la pelota japonesa. En su caso, vistió los uniformes de Mitsubishi Motors Corporation, el Shidosha de Nagoya y el Shidax.

Al retornar de la tierra del sol naciente y en plenitud de forma física, olvidó su retiro y volvió a las campañas de casa con 38 años. Faena de 10 victorias, tres fracasos y 15 juegos salvados lo catapultaron por oncena ocasión al equipo Cuba que nos representaría en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000.

Su experiencia aportó un triunfo clave frente a Japón en ese torneo, pero ni siquiera eso alcanzó para acariciar el oro, pues se perdió contra Estados Unidos en una final que ninguno de los integrantes de ese equipo quisieran acordarse nunca.

De inconfundible voz ronca, incontenible amor hacia todos los deportes y una inusual cultura del debate sobre cualquier temática, Lázaro Valle se retiró por segunda ocasión, esta vez sí definitiva, en el 2002. Atrás quedaron las 15 campañas como lanzador, los 1 353 ponches, el excelente promedio de ganados y perdidos (651), las 16 lechadas y el invicto en 16 salidas con el uniforme de Cuba, por solo mencionar algunas de sus más sonadas estadísticas.

Quedaron también para contar sus triunfos en los topes contra Estados Unidos y el privilegio de haber sido seleccionado en 1990, junto a Omar Linares, Antonio Pacheco y Orestes Kindelán para integrar la nómina del conjunto Estrellas de América que enfrentó a una selección similar de Asia, en un choque irrepetible que tuvo por sede el Fulton County Stadium de Atlanta.

Nacido en Encrucijada, Villa Clara, el corazón de Valle vibra orgulloso, entre muchos méritos, por ser el segundo serpentinero capitalino con mayor cantidad de victorias (138), solo superado por otro tocayo, Lázaro de la Torre. En el Centro Deportivo José María Pérez (el renombrado Pontón) aprendió, desde niño, “que la pelota era un deporte apasionante, pero sobre todo de mucha consagración, entrega y disciplina”.

Todos quienes compartieron  —y comparten  todavía a su lado— hablan del sentido solidario y  la preocupación por sus compañeros de equipos, así como del amplio concepto de la amistad y de lo que significaba para él una victoria en el estadio Latinoamericano, aunque también disfrutaba lanzar en Villa Clara, Santiago de Cuba y Pinar del Río, los horcones de la pelota cubana en los últimos 50 años.

Su etapa posterior como entrenador de pitcheo de Industriales sigue  resultando, quizás, otra etapa feliz de su carrera, pero las hazañas dejadas para su afición son tantas e intensas, con el 21 en las espaldas, que servirían para recordarlo como lo que fue: un supersónico del box, ¡un vencedor!

Lázaro Valle ganço tres títulos mundiales.