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Las Terrazas: Entre el verde y el silencio (+ Fotos)

Una familia pasea en bote. Foto: Deny Extremera.

En algún momento el carpintero jabao descansa de su faena, cesa el percutiente sonido de su pico contra la madera y llega entonces el sonido, menos agudo, del obturador. La cámara estaba lista en las manos, esperando el momento. El carpintero, que antes movía su cabeza a una velocidad poco común en el reino animal (se dice que picotean unas 20 veces por segundo), se hace casi un ovillo, como si se hubiera dado cuenta de que transcurre un día fresco en las montañas de la Sierra del Rosario, y se queda quieto, en silencio.

El silencio es parte de lo que se escucha todo el día en Las Terrazas. Y el zumbido del canopy. Y los cantos de los pájaros. Es la banda sonora recurrente del poblado y de estas montañas, porque la de la ciudad, la de los motores y los gritos y los apuros, queda atrás segundos después de doblar a la derecha en el kilómetro 52 de la autopista La Habana-Pinar del Río.

Cesa la rutina del carpintero pero continúan el pitirre real y un zorzal. Por algún lado anda un tocororo -su trino es uno de los que conozco-, pero no se deja ver. A ratos gorjean los tomeguines de la tierra, que se mueven nerviosos, sin detenerse un segundo.

El reino del árbol y los curujeyes. Foto: Deny Extremera

Nuestro guía, Erick, nos habla de las especies que habitan estas montañas, de la historia de los antiguos cafetales fundados en el siglo XIX por franceses que llegaron de Luisiana -hubo medio centenar de asentamientos cafetaleros en estas lomas-, de la altura de la montaña en que estamos y la de cada una de las montañas que vemos, del enfoque ecológico en el proyecto y construcción, a finales de los años 60 y principios de los 70, de la comunidad de Las Terrazas.

Estamos en la casona del cafetal Buenavista, el mejor conservado de los que existieron en la zona, donde también se pueden ver los muros de piedra de los almacenes y los barracones de los esclavos, y más arriba la tahona, el enorme y pesado molino para descascarar, trillar y pulir los granos, junto a los secaderos. Desde aquí se ve una amplia llanura, y al fondo el mar, donde se mueve borroso por tanta bruma un blanco barco de cruceros que navega hacia el puerto de La Habana.

Seguimos montaña arriba por un sendero entre el bosque y llaman la atención tantos helechos, algunas orquídeas. Llegamos a la cima veinte minutos después. El mirador de Buenavista, 340 metros sobre el nivel del mar. A lo lejos se divisa Las Terrazas. Desde aquí se ve la total dimensión de lo que implica construir una comunidad como esta, según el sistema de terraceo, entre las montañas, que en esta zona están entre los 400 y 600 metros de altura.

No hay claros en las montañas que rodean a Las Terrazas, totalmente cubiertas de árboles de 30 metros de altura, o más, cubiertos a su vez por saludables curujeyes. Y entre tanto verde, como un patrón que da contraste y ritmo al cuadro, diminutas (vistas desde la lejanía) rayas blancas dispuestas verticalmente: los troncos de las palmas.

Las Terrazas, desde el mirador del Buenavista. Foto: Deny Extremera

La gente de Las Terrazas se acostumbró hace mucho a vivir en y con la naturaleza. Más recientemente se acostumbró a convivir con el turismo, con los viajeros que llegan y andan por los lagos, las montañas y los ríos, mirando y registrando todo en sus cámaras y memorias, porque uno ve los paisajes y vive las experiencias en estas montañas y senderos, pero igual hay tanta belleza en ellos que uno se los quiere llevar consigo. Guardarlos y mostrarlos a otros.

Por eso espero con paciencia a que el carpintero jabao se reanime y vuelva el golpeteo a romper la tranquilidad del centenario árbol, o intento una y otra y otra vez capturar un segundo, un solo segundo.

Y se demora. Y yo me tomo mi tiempo. Miro a quien me sirve de guía en esta jornada y pienso que debe de estar apurado. Le digo -medio en son de broma, medio en son de disculpa, y como para entablar conversación-: “Qué va, compadre, yo soy demasiado bobo para esta cosa de los pájaros, se me va el día en esto”. Y él, sonriendo: “Oiga, ojalá todo el mundo tuviera esa bobería y no estuviera para otras cosas”. Nos reímos y yo sigo esperando por el carpintero jabao. Y entretanto pienso que ojalá todo el mundo, en todo el planeta, gobernantes y gobernados, pensara un poco más en cosas que no parecen vitales. Y es increíble cuánto lo son en realidad.

En el bosque. Foto: Deny Extremera.

En Las Terrazas, comunidad ecológica pionera en Cuba, y que aún hoy, en el siglo XXI, asombra, los pobladores se han acostumbrado, y han aprendido, a vivir con y en la naturaleza, y con y del turismo. Hay varios restaurantes, entre ellos el del hotel Moka, con una hermosa terraza que da a los árboles, y uno vegetariano, El Romero, y otro del que me recomiendan probar los guisos criollos, La Fonda de Mercedes. Y están el Café de María y el Café Aire Libre: un menú de 13 especialidades de café, incluido el Café Terraza: café, chocolate, licor de cacao, leche, hielo. Y venden bolsitas de café en polvo, producido en las montañas.

En Las Terrazas vi a un niño de tres años, mientras sus padres comían pizzas en El Curujey, quedarse mirando fijo el televisor, y luego bailar, mientras reproducían un video de Polo Montañez. Un niño tan pequeño bailando música salida de las montañas donde él nació, en estos tiempos de tanto y tan seguido reggaetón.

Y yo y otros que seguían el sendero escuchamos a nuestro guía Erick -luego de hablarnos de alturas y especies de la flora e historia de los cafetales- cantar cuando llegamos allá arriba, al mirador del Buenavista, y vimos el poblado desde lejos, como sembrado entre las montañas. Esta es también tierra de músicos y poetas. Verde, silencio bosque adentro y música, y montañas y palmas en este reino del pájaro y el árbol y el curujey.