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Semilla de la colaboración médica cubana: Fidel y su vocación de sanar

Los doctores Jenny y Geovanis durante la recepción con el Comandante en Jefe. Foto: Cortesía del entrevistado/ Escambray.

Hace 55 años Fidel Castro plantó en no pocos países del orbe la semilla de la colaboración médica cubana. De su ingenio altruista nacieron humanos proyectos: el Contingente Henry Reeve, la Operación Milagro, Barrio Adentro…, a todos los ha impulsado la misma pasión: salvar.

Iba a ser una recepción más, como tantas otras que por esos años Fidel Castro habituaba a ofrecer a los médicos cubanos que partían a cumplir misión internacionalista. Para ese entonces Jenny Domínguez Nieto y Geovanis Alcides Orellana Meneses se habían graduado de médicos, habían estado un año en Guantánamo, luego otro en Haití —de donde habían regresado convertidos en novios— y ahora partirían a Venezuela.

Cuando Geovanis terminó de pronunciar aquellas palabras y bajó a saludar a la presidencia y, a su vez, a Fidel, se le revelarían como nunca todas las emociones.

—Vienes de Haití y vas para Venezuela, ¿a quién tienes allá? —inquirió el Comandante en Jefe al joven.

—Aquí está mi novia y queremos irnos juntos.

Solo entonces cuando Fidel fue a saldar la deuda de entregarles los diplomas de “Internacionalistas por la salud”, reparó en aquella muchacha. Catorce años después recuerda ahora Jenny que le dijo:

—¿Esta es tu novia? Qué bonito, se fueron de novios para Haití, deberían irse casados para Venezuela. Es una facultad que tienen los Comandantes en Jefe, si quieren los casamos.

Era el amanecer del 29 de junio del 2004 y ante el sí recíproco de los novios quedó concertada la boda para esa tarde. No fueron los únicos en matrimoniarse, otras dos parejas espirituanas también lo hicieron. Y a las cinco en punto, en aquel pequeño salón del Hotel Palco los esperaba Fidel de cuello y corbata para ser testigo de esas uniones.

“Fue una experiencia única —confiesa Jenny—. Él hablaba de la misión, de Venezuela, del desarrollo del país y nosotros estábamos como que no creíamos eso. Nos sentíamos como estoy o no estoy aquí”.

Mas, era cierto. Podía el líder asistir a plantar aquella simiente de amor con el mismo ímpetu que diseminaba por el mundo la labor de otros médicos cubanos como ellos. Fue un proyecto igual de sensible que comenzó en 1963 cuando, por idea suya, las batas blancas empezaron a inundar lugares remotos, a llegar prontísimo a zonas devastadas por desastres naturales, a sanar el cuerpo y el alma de muchos.

El principio de un itinerario

Fidel habla el 19 de septiembre del 2005 a los 1 586 médicos fundadores del Contingente Henry Reeve. Foto: Ricardo López Hevia.

Cuando aquel avión Britania de Cubana de Aviación levantaba vuelo hacia Argelia con más de medio centenar de profesionales de la salud a bordo —en mayo de 1963— se iniciaba la multiplicación de la solidaridad sanitaria de la isla hacia todos los confines del orbe.

Antes, en 1960, una brigada médica había llegado a Chile para ayudar tras el terremoto que estremeciera al país. Sería la primera experiencia; tres años después, en la inauguración de la Escuela de Medicina Playa Girón, de La Habana, Fidel diría:

“Estoy seguro de que no faltarán voluntarios (…) Hoy podemos enviar solo 50, pero dentro de 8 o 10 años, quién sabe cuántos, y estaremos ayudando a nuestros hermanos (…) porque la Revolución tiene el derecho de recoger los frutos que ha sembrado”.

Tan solo fue un pretexto para desencadenar un enjambre de médicos por todos lados sin precedentes, quizás, en la historia.

Y comenzarían a contarse entonces las vivencias de los pueblos en la piel de aquellos doctores que llegaban a donde nunca se había visto un galeno, a compartir los dolores ajenos como suyos, a sanar sin reparar en las pobrezas de los bolsillos.

Sería solo el principio. Las cifras de galenos enrolados en misiones crecerían por años al mismo tiempo que se incorporaban otras naciones a abrirle las puertas a esa invasión de solidaridad.

En 1974 Sancti Spíritus comenzaba a inscribirse también en esa épica cuando el pediatra Luis Sáenz llegaba a Honduras. Le sucederían hechos similares todos estos años y se multiplicarían los profesionales con esa vocación solidaria, que había sido incorporada casi en el ADN de su carrera.

Ayudar a los otros partía de la misma concepción humanitaria de Fidel que igual donaba sangre —como lo hizo el 31 de mayo de 1970 cuando ocurrió un terremoto en Perú— que impulsaba a tenderle manos a los otros.

Podían ser brigadas aisladas de médicos destinadas a habitar los sitios más inaccesibles de otros continentes; podían ser experiencias de la isla, como el estudio genético nacional realizado en el 2003, clonadas luego en otros países bajo las misiones “Moto Méndez”, en Bolivia, y “Manuela Espejo”, en Ecuador; podían concebirse y materializarse programas masivos de cooperación.

Así surgieron, con el bautismo de Fidel y Chávez, Barrio Adentro, en el 2003 —la más grande de todas las misiones médicas cubanas en el exterior— o la Operación Milagro, en el 2004, o el Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias Henry Reeve, creado en el 2005 para auxiliar a las víctimas del huracán Katrina que afectó a los territorios de Lousiana, Mississippi y Alabama, en Estados Unidos.

Solo hacía falta un hospital de campaña para plantar en medio de las ruinas de Pakistán, Guatemala o Haití, un maletín de primeros auxilios a la mano, un estetoscopio para auscultar hasta las penas por tantas pérdidas y la voluntad de entregarse siempre.

Mas, Fidel lo sabía: no bastaba con suplir el déficit de profesionales foráneos con nuestros médicos; además de sanar era preciso, también, compartir saberes para formar médicos en esos lugares.

La Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM) daba cuerpo a aquella quimera fidelista que hoy, luego de casi dos décadas, ha formado a más de 20 000 galenos de un centenar de países. Justo en su nacimiento, el 15 de noviembre de 1999, el líder histórico de la Revolución afirmaba: “Más que médicos, serán celosos guardianes de lo más preciado del ser humano; apóstoles y creadores de un mundo más humano”.

Cuba en el mundo

Al llegar a Barrigada de Aníbal, en Brasil, a la doctora Maricel Hernández le sobrecogió la extrema pobreza y la gratitud inmensa de aquellos brasileños que jamás habían tenido un médico tan cerca. Había llegado en el 2013, como parte de los doctores que iniciaban en el país suramericano el Programa Más Médicos que recientemente ha sido boicoteado por la insensatez del presidente electo Jair Bolsonaro.

Como tantos otros espirituanos —actualmente más de 300 se hallan en Brasil—, la experimentada médica vivió momentos tensos, puso a prueba la pericia curtida durante años de diagnósticos y se llevó el regocijo de curar a muchos pacientes.

Ha sido un déjà vu en cualquier tierra —Sierra Leona, Guyana, Perú…—: los médicos atravesando caminos fangosos, sorteando las barreras hasta de las costumbres, convirtiéndose en doctores y amigos, sanando…

En 55 años de cooperación médica internacional más de 400 000 profesionales y técnicos de la salud han revertido la situación de salud de 164 naciones. De tales cifras, más de 8 000 son espirituanos quienes han llevado sus servicios a 40 países.

Si la disminución de los índices de mortalidad en dichos lugares o la erradicación de ciertas enfermedades no fueran suficientes para aquilatar la trascendencia de la idea humanista de Fidel, bastarían entonces los premios otorgados a la Brigada Henry Reeve o a quienes lucharon contra el ébola en África.

Hace solo unos días, Miguel Díaz-Canel Bermúdez lanzaba a las redes un tuit donde recordaba la concepción de Fidel sobre la cooperación médica. Para el Comandante simplemente se resumía: “Nosotros demostramos que el ser humano puede y debe ser mejor (…) demostramos el valor de la conciencia y de la ética. Nosotros ofrecemos vidas”.

Sería un precepto compartido por aquel “ejército de batas blancas” como una vez los llamó. No han importado horarios para asistir a un parto ni se ha mirado con recelo el único pedazo de pan puesto encima de la mesa para compartir. Las consultas no saben de puertas cerradas ni de lujos; basta aquel buró sobrio, la camilla para examinar y el retrato que cuelga, casi siempre, en la pared donde un hombre de barba tupida y traje verde olivo parece que los mira y los guía.

(Tomado de Escambray)